L'abús de la naturalesa addictiva humana mai no falla.









Abusar de la naturaleza adictiva humana nunca falla. Pero esta vez habría que elegir un público objetivo amplio y no muy capaz de resistirse, es decir, aquel con un lóbulo frontal aún inmaduro. Después, como en un mal sueño, detectaríamos gracias a los datos que ellos mismos nos proporcionen cada una de sus debilidades e inseguridades, y las usaríamos para retenerlos.

Este octubre, varios estados de Estados Unidos han interpuesto una demanda contra TikTok, empresa a la que acusan de enganchar de forma deliberada a los menores utilizando técnicas adictivas. La demanda imita la iniciada el año pasado contra Meta, propietaria de Facebook e Instagram, por perjudicar a sabiendas la salud mental de niños y adolescentes. La radio pública estadounidense NPR tuvo acceso a detalles reveladores gracias a comunicaciones internas de la empresa incluidas en la investigación. Por ejemplo, en TikTok saben que una persona suele tardar unos 260 vídeos (35 minutos) en formar un hábito, después del cual es muy probable engancharse. O que se tardan unos 30 minutos en perfilar a un usuario, asignándole una burbuja de filtro que puede ser peligrosa: en una prueba, uno de sus trabajadores tardó 20 minutos en caer en una espiral de contenidos nocivos sobre la depresión que, escribió, le afectaron en su vida fuera de la red.

Un documento interno afirmaba que cuanto más joven es el usuario “mejor rendimiento” les proporciona, y otro, que “los menores no tienen función ejecutiva para controlar su tiempo de pantalla”. El algoritmo, dicen, está diseñado para favorecer a la gente guapa. Conocen también que el uso compulsivo de su aplicación es perjudicial y que “se relaciona con la pérdida de habilidades analíticas, formación de memorias, pensamiento contextual, profundidad conversacional, empatía y aumento de la ansiedad”, además de interferir de forma negativa con el sueño, las responsabilidades en el trabajo o la escuela y la conexión con los seres queridos.

Los hechos apuntan a una especie de incompetencia deliberada que favorece al negocio: las cuentas de menores no se eliminan diligentemente, los filtros de moderación tampoco funcionan bien y permiten encontrar contenidos teóricamente prohibidos, algunas medidas de control que no son eficaces se mantienen porque blanquean su reputación ante la prensa. Según NPR, las tasas de “error” en la moderación de contenidos sobre pedofilia son enormes, llegando al 100%, por ejemplo, en la categoría “fetichización de menores”. Un jefe de proyecto dijo en un chat una frase reveladora sobre su fin último: “Nuestro objetivo no es reducir el tiempo de estancia”.

Una cosa es sospechar que las redes son un problema para los más jóvenes, y otra, escuchar cómo y por qué. También este mes hemos visto en el programa de televisión Salvados a Arturo Béjar, exjefe de ingenieros en Meta y uno de los principales testigos de la causa en su contra, que tomó conciencia de la gravedad del abuso en la plataforma a través de su hija. “Es el acoso sexual más grande de la historia de la humanidad”, dijo, y acusó a sus directivos de no importarle en absoluto. El programa, en dos partes, incluyó también entrevistas con moderadoras de Meta en Barcelona que explicaron cómo habían llegado a desarrollar trastorno de estrés postraumático debido a su trabajo. No ahorraron detalles sobre las decapitaciones, mutilaciones y ejecuciones que veían a diario, tampoco sobre pederastia, asesinatos, violaciones, parricidios, atentados y suicidios en directo. Junto a una veintena de compañeros, han querellado a la subcontrata que les empleó, que también trabaja con TikTok. El abogado que les representa insistió durante la emisión en que los pormenores, que no me atrevo a reproducir aquí, eran necesarios para dar una idea de la dimensión de los hechos.

A no ser que las demandas, el creciente número de estudios que alertan del problema y la consiguiente toma de conciencia política y ciudadana lo impidan, no parece que las tecnológicas estén dispuestas a hacerse cargo de sus actos por voluntad propia, más bien al contrario. En su reciente giro hacia posiciones más libertarias, Mark Zuckerberg ha lamentado haberse doblegado al poder del Gobierno Biden durante la pandemia de covid-19, cuando llegó a eliminar publicaciones, y ha dicho que hoy no tomaría las mismas decisiones. Nadie se ha disparado jamás en Bolsa explicando a sus inversores que su prioridad consiste en achicar un problema muy grave y muy caro, el de sus propios hijos, que les desborda.

Las tecnológicas han creado un problema tan grande que ahora ya no es suyo, es de todos. Es, de hecho, uno de los grandes retos de la sociedad global. Quizá incluso estemos exigiéndoles demasiado: cómo pedir a unas simples empresas, aunque sean las mayores y más poderosas del mundo, que se hagan cargo de las inconmensurables consecuencias de haber conectado lo bueno y lo malo de todos los seres humanos. Tampoco sé hasta qué punto los gobiernos pueden intervenir, aunque sí que deben intentarlo. El Congreso, a propuesta del PSOE, comenzó a debatir este martes cómo regular las redes sociales para proteger a los jóvenes. Sugieren recomendar la posesión de un móvil solo a partir de los 14, y de cuentas en redes, desde los 16.

Delia Rodríguez, Cuanto más joven, mejor usuario, El País 24/10/2024


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