Viure sense dolor.






En su libro más reciente, La sociedad paliativa —publicado por Herder, como todas sus obras anteriores en castellano y catalán—, el filósofo Byung-Chul Han vuelve a analizar la sociedad actual. En esta ocasión hace una nueva y precisa radiografía del mundo que vivimos y avisa: el exceso de positividad y el imperativo neoliberal de ser feliz nos obliga a evitar u ocultar cualquier tipo de dolor, y esto nos hace vivir anestesiados. La relación que establecemos con el dolor revela el tipo de sociedad que hemos creado, dice Han; la manera que una sociedad tiene de enfrentarse al dolor dice mucho de ella. Y no dice nada bueno en este caso.

¿Qué pasa en una sociedad si se elimina todo sufrimiento, si desaparece toda sensación de dolor, incluso la más mínima? Que lejos de construir un mundo más pleno, equilibrado y feliz, la ausencia de conflicto y confrontaciones acaba instaurando una posdemocracia, una democracia paliativa, anestesiada.

Esta es la reflexión que hace Byung-Chul Han en La sociedad paliativa. Y, advierte el filósofo, es este tipo de sociedad la que hemos creado y en la que vivimos hoy, con sus grandes peligros. La vida indolora de esta sociedad paliativa impide que se produzca la capacidad transformadora que tiene la negatividad.

Hoy, en nuestra sociedad no hay lugar para el sufrimiento. Hemos desarrollado una fuerte intolerancia al dolor, incluso una auténtica fobia hacia él. El neoliberalismo nos ha impuesto una aspiración de felicidad constante —con mensajes continuos de «sé feliz», «tú puedes», «querer es poder», «rendirse no es una opción»— que intenta evitar a toda costa cualquier estado doloroso. El resultado de esta lucha diaria contra el conflicto y el confrontamiento es un estado de anestesia permanente.

Vivir de espaldas al dolor, combatiéndolo y ocultándolo permanentemente, hace que nos resulte muy difícil empatizar con el dolor del otro. Y vivir de espaldas a la muerte afecta a la vida humana misma.

Las sociedades premodernas tenían una relación muy íntima con el dolor y la muerte. Estos no se ocultaban, no se silenciaban; las sociedades se enfrentaban a ellos con dignidad. Muy al contrario, en la actualidad, vivimos una exaltación de la felicidad y la positividad que trata de librarse de toda forma de negatividad. Y el dolor es la negatividad por excelencia. Esto se extiende a todos los ámbitos: el personal, el social, el político…

«Aumenta la presión para acatar acuerdos y para establecer consensos. La política se acomoda en una zona paliativa y pierde toda vitalidad. La política paliativa no es capaz de tener visiones ni de llevar a cabo reformas profundas que pudieran ser dolorosas. Prefiere echar mano de analgésicos que surten efectos provisionales y que no hacen más que tapar las disfunciones y los desajustes sistemáticos. La política paliativa no tiene el valor de enfrentarse al dolor», escribe Han.

En nuestra sociedad no hay lugar para el sufrimiento, dice Han. Hemos desarrollado una fuerte intolerancia al dolor, incluso una auténtica fobia hacia él. El neoliberalismo nos ha impuesto una aspiración de felicidad constante que intenta evitar a toda costa cualquier estado doloroso

Hoy solo nos preocupa sobrevivir; vivimos en la sociedad de la supervivencia en la que se ha perdido la capacidad de valorar la calidad de vida. La ideología neoliberal de la resiliencia —la capacidad de adaptación y de recuperación frente a una situación adversa o dolorosa— toma las experiencias traumáticas como catalizadores para incrementar el rendimiento. Entrenar la resiliencia como ejercicio de fuerza psicológica, señala Han, busca convertir al ser humano en un sujeto capaz de rendir, insensible al dolor y continuamente feliz. Y esto esconde una alta exigencia de rendimiento y —de nuevo vuelve a recordarnos— hace que nos autoexplotemos sin límite.

Filosofia & Co, Byung-Chul Han: radiografía de una sociedad intolerante al dolor, filco.es 24/05/2021

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