El nostre model intern del món.
Nuestro modelo interno del mundo
nos permite hacernos una idea rápida de nuestro entorno. Y ésa es su función
primordial: manejarse en el mundo. Lo que no siempre es evidente es cuántos
detalles sutiles deja fuera el cerebro. Tenemos la ilusión de que asimilamos el
mundo que nos rodea con todo detalle. Pero
como demuestra un experimento de la década de 1960, eso no es cierto.
El psicólogo ruso Alfred Yarbus
ideó una manera de seguir la mirada de la gente cuando observa una escena por
primera vez. Utilizando el cuadro Un
visitante inesperado, de Iliá Repin, les pidió a los sujetos que se fijaran
en sus detalles durante tres minutos y, tras retirar el cuadro, le describieran
lo que habían visto.
En una repetición del
experimento, les concedí a los participantes tiempo para que se fijaran bien en
el cuadro, para que su cerebro construyera un modelo interno de la escena. Pero
¿hasta qué punto era detallado ese modelo? Cuando les formulé algunas preguntas
a los participantes, todos los que habían visto el cuadro creían saber lo que
se veía en él. Pero cuando les pregunté por algunos aspectos concretos, quedó
claro que su cerebro había pasado por alto la mayoría de los detalles. ¿Cuántos
cuadros había en la sala? ¿Qué muebles había en la habitación? ¿Cuántos niños?
¿Qué había en el suelo, moqueta o madera? ¿Cuál era la expresión de la cara del
visitante inesperado? La falta de respuestas reveló que la gente sólo había
observado la escena de manera muy superficial y se sorprendieron al descubrir
que incluso con un modelo interno de baja resolución, seguían teniendo la
impresión de que lo habían visto todo. (…)
Eso no es un fallo del cerebro.
Éste no intenta producir una perfecta simulación del mundo. Por el contrario,
el modelo interno es una aproximación dibujada apresuradamente, y siempre y
cuando el cerebro sepa dónde buscar los detalles más sutiles, los irá añadiendo
en función de sus necesidades.
¿Por qué el cerebro no nos ofrece
una imagen completa? Porque los cerebros consumen mucha energía. El 20% de las
calorías que ingerimos se utilizan para hacer funcionar el cerebro, por lo que
éste procura funcionar con la mayor eficiencia energética posible, y eso
significa procesar sólo la mínima cantidad necesaria de información de los
sentidos para movernos por el mundo. (74-75)
Consideramos el color una
cualidad básica del mundo que nos rodea. Pero en el mundo exterior, el color en
realidad no existe.
Cuando la radiación
electromagnética impacta en un objeto, parte de ella rebota y es captada por
nuestros ojos. Podemos distinguir entre millones de combinaciones de longitudes
de onda, pero todo esto se convierte en color sólo dentro de nuestra cabeza. El
color es una interpretación de longitudes de onda que sólo existe internamente.
Y el fenómeno es aún más extraño,
porque las longitudes de onda de las que hablamos pertenecen tan sólo a lo que
llamamos “luz visible”. Un espectro de longitudes de onda que va del rojo al
violeta. Pero la luz visible constituye tan sólo una diminuta fracción del
espectro electromagnético, menos de una diez billonésima parte. Todo el resto
del espectro -incluyendo las ondas de radio, las microondas, los rayos X, los
rayos gamma, las conversaciones por móvil, el wifi, etc.- en este momento fluye
a través de nosotros sin que nos demos cuenta. Y ello ocurre porque no poseemos
receptores biológicos especializados para captar esas señales de otras partes
del espectro. La porción de realidad que vemos está limitada por nuestra
biología. (77)
El mundo real no está lleno de
ricos sucesos sensoriales, sino que es nuestro cerebro el que ilumina el mundo
con su propia sensualidad. (78)
David Eagleman, El cerebro.
Nuestra historia, Anagrama, Barcelona 2017
Comentaris