154: Juan Arnau, Wittgenstein y el coronavirus






La amenaza del virus no es sólo una amenaza exterior. No está de más dar un paso al lado para impedir que el virus, además de nuestros cuerpos, colonice nuestras mentes. La ansiedad del contagio seguirá, pero podemos rebajarla si aceptamos que los virus en general, y este en particular, son una fuerza transformadora de la vida y que ellos, lo queramos o no, nos hacen ser lo que somos. El virus (lo ha hecho siempre) nos obliga a negociar, a incorporar un elemento extraño en un interior familiar. Son como los neologismos que llegan a nuestra lengua. Con el tiempo son ya parte de la misma y se convierten en palabras que nos constituyen. Es bien sabido que un porcentaje de nuestro ADN tiene origen vírico y que nuestra supuesta identidad personal de hecho se compone, además de células, de una inmensa población de virus, bacterias y hongos, que supera en mucho a las primeras. Una población extraña que está más allá de lo individual, nos acompaña siempre y cuestiona nuestra supuesta identidad. Es cierto que los virus nos piratean las células para reproducirse, pero también lo es que sin ellos la vida quedaría estancada. La idea de que todos estamos hechos de todo se remonta a Anaxágoras. Nuestros cuerpos son civilizaciones con algunos ingredientes de una pasmosa antigüedad, no sólo de material vivo, también de minerales y materia inerte. El virus trae además una enseñanza moral que ayuda a rebajar la vanidad de la especie. El ser más diminuto puede detener la lógica acelerada de los sistemas de producción.
Muchas razas y muchos individuos se han entregado a prácticas que al final les destruyen. La frase la dijo un famoso antropólogo a propósito de los primitivos polinesios, pero es prácticamente aplicable a nuestros días. Todavía no hemos salido del enjambre nuclear (tratamos de olvidar o convertimos en entretenidas series: Hiroshima, Chernobil o Fukushima) y ya estamos en el enjambre vírico y bacteriológico (del que también habrá series). Si el COVID-19 es “natural” o ha salido de un laboratorio cambia poco las cosas. Los laboratorios son humanos y los hombres, lo queramos a no, pertenecemos al mundo natural.

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