143: John Gray, Adiós a la globalización, empieza un mundo nuevo.






No existe una autoridad mundial que imponga el final del crecimiento, de la misma manera que no la hay para combatir el virus. Al contrario de lo que dice el mantra progresista que últimamente repite Gordon Brown, los problemas mundiales no siempre tienen soluciones mundiales. Las divisiones geopolíticas excluyen cualquier cosa que pueda guardar algún parecido con un Gobierno mundial y, si existiese, los Estados actuales competirían por controlarlo. La creencia de que la crisis se puede resolver con un estallido sin precedentes de cooperación internacional es pensamiento mágico en su forma más pura.
Por supuesto, la expansión económica no es sostenible indefinidamente. Para empezar, solo puede agravar el cambio climático y convertir el planeta en un vertedero. Ahora bien, dada la marcada desigualdad entre niveles de vida, el crecimiento demográfico y la intensificación de las rivalidades geopolíticas, el crecimiento cero también es insostenible. Si acabamos aceptando los límites del crecimiento, será porque los Gobiernos hagan de la protección de sus ciudadanos su objetivo más importante. Sean democráticos o autoritarios, los Estados que no pasen esta prueba ­hobbesiana fracasarán.
El principal defecto de la Unión Europea es que es incapaz de cumplir las funciones protectoras de un Estado. La descomposición de la zona euro se ha predicho tantas veces que puede parecer impensable. Sin embargo, con las tensiones a las que se enfrenta en la actualidad, la desintegración de las instituciones europeas no es algo exagerado. La libre circulación ya se ha suspendido. El reciente chantaje del presidente turco, Erdogan, amenazando a la UE con permitir que los emigrantes crucen las fronteras de su país y el desenlace en la provincia siria de Idlib podrían desembocar en la huida hacia Europa de centenares de miles, incluso millones, de refugiados. (Es difícil imaginar qué puede significar el “distanciamiento social” en los enormes campamentos de refugiados, abarrotados e insalubres). Otra crisis de emigración sumada a la presión sobre un euro disfuncional podría tener resultados nefastos.
Al mismo tiempo que se desvanece la perspectiva de un nivel de vida que aumente sin cesar, vuelven a emerger otras fuentes de autoridad y legitimidad. Ya sea liberal o socialista, el pensamiento progresista detesta la identidad nacional con apasionada intensidad. La historia está llena de episodios que muestran cómo se puede hacer mal uso de ella. No obstante, el Estado nacional se está reafirmando como la fuerza más poderosa para conducir la acción a gran escala. Enfrentarse al virus exige un esfuerzo colectivo que no se movilizará por el bien de la humanidad.
Al igual que el crecimiento, el altruismo también tiene límites. Veremos muestras de extraordinaria abnegación antes de que pase lo peor de la crisis. En el Reino Unido, un ejército de ANI. Con todo, sería una imprudencia depender exclusivamente de la compasión humana para superar la situación. La bondad con extraños es tan valiosa que hay que racionarla.
Aquí es donde entra en juego el Estado protector. En esencia, el Estado británico siempre ha sido hobbesiano. La paz y un Gobierno fuerte han sido sus prioridades fundamentales. Al mismo tiempo, este Estado hobbe­siano ha descansado sobre el consentimiento, sobre todo en épocas de emergencia nacional. La protección contra el peligro se ha impuesto a la libertad frente a las injerencias del Gobierno.
Qué parte de su libertad querrá la gente que se le devuelva pasado el pico de la pandemia es un interrogante aún sin respuesta. No parece que la solidaridad obligatoria del socialismo sea muy de su gusto, pero tal vez acepte de buen grado un régimen de biovigilancia en aras de una mejor protección de su salud. Para salir del agujero vamos a necesitar más intervención estatal, no menos, y además muy creativa. Los Gobiernos tendrán que incrementar considerablemente su respaldo a la investigación científica y a la innovación tecnológica. Aunque es posible que el tamaño del Estado no aumente en todos los casos, su influencia será omnipresente y, de acuerdo con los criterios del viejo mundo, más intrusiva. El gobierno posliberal será la norma en el futuro próximo.
Solo si reconocemos las debilidades de las sociedades liberales podremos preservar sus valores más esenciales. Entre ellos figura, junto con la legitimidad, la libertad individual, que, además de ser valiosa en sí misma, constituye un control necesario al Gobierno. Sin embargo, quienes creen que la autonomía personal es la necesidad humana más profunda revelan su ignorancia en psicología, empezando por la suya propia. Prácticamente para cualquiera, la seguridad y la pertenencia son igual de importantes, y a veces más. El liberalismo, en efecto, ha sido una negación sistemática de este hecho.
https://elpais.com/ideas/2020-04-11/adios-globalizacion-empieza-un-mundo-nuevo.html?ssm=FB_CC&fbclid=IwAR2yuUkhT-PvoeiAGSrYfL54APuQQHp1lo84CuYbG3T1gbvpIxsNOBnt1U0

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