138: José A. Zamora, Conocimiento y catástrofe
En un fragmento titulado Zentralpark, que muestra una gran proximidad temática con el complejo de fragmentos de la Obra de los pasajes, encontramos la conocida frase de W. Benjamin: «El concepto de progreso hay que fundarlo en la idea de catástrofe. Que siga "avanzando así" es la catástrofe».(2) No es difícil reconocer aquí la crítica repetida en otros muchos textos al concepto de historia como progreso interminable e imparable. La idea de progreso tanto de la filosofía de la historia burguesa como de la concepción socialdemócrata reúne en sí los rasgos de infinitud, perennidad e irreversibilidad, y estos rasgos son según W. Benjamin los responsables de su falsedad. Lo que no cabe en ese concepto es la idea de interrupción, de final, fundamental para enfrentarse al presente histórico en el que se pone de manifiesto la estructura catastrófica de la historia.
Para comprender esta crítica benjaminiana es preciso diferenciarla de modo estricto del catastrofismo actual, de la relación juguetona o voyeurista con los escenarios catastróficos reales que se produce en los medios de comunicación, de la transformación de todo cuanto ocurre, desde un atentado terrorista a la derrota en una final de futbol, en oscuro signo de un tiempo catastrófico mistificado o banalizado por una conciencia impermeable a la realidad, que enmascara su inconsciencia con una afectación tan exagerada como efímera. Sin embargo, no resulta fácil desenmascarar este catastrofismo como ideología, pues parece reaccionar sensiblemente a la constitución catastrófica de la historia, aunque en realidad se trata de un clima cultural que desvincula percepción y praxis, hechos y orientación activa y que, por lo tanto, acaba en mistificación paralizante o en banalización.
Lo interesante de la propuesta de Benjamin de fundar el concepto de progreso en la idea de catástrofe es que no considera la catástrofe como un acontecimiento por venir, no es tanto un final o una meta de progreso, sino su carácter constitutivo, que consiste en producir continuamente, por la fuerza de su avance, algo que queda desbancado, abandonado en los márgenes, algo que no puede mantener el ritmo, que sin poder estar a la altura del tiempo se desmorona, se convierte en ruinas. Lo catastrófico del progreso mismo consiste precisamente en su inexorabilidad, en que, a pesar de las numerosas catástrofes que tienen lugar en él, sigue adelante, no para. Los acontecimientos generadores de sufrimientos masivos pierden irremisiblemente significación para un avance imparable y sin final del tiempo. La misma idea ilustrada de progreso, tanto en sus variantes burguesas como socialistas, permanece impermeable a esta pérdida, reproduce la dinámica del avance inmisericorde sin más. Esto es lo que la hace moralmente inaceptable, por más que sea reflejo de la realidad.
En la tesis XV Sobre el concepto de la historia(3) refiere W. Benjamin los disparos realizados a los relojes de torre en diferentes puntos de Paris la tarde del primer día de la Revolución de Julio. Benjamin considera el reloj, en cuanto instrumento de medida del tiempo, como una importantísima condición de posibilidad de la industrialización capitalista, tanto de la expansión comercial como de la producción en grandes unidades productivas. Si los relojes dejan de funcionar, viene a interpretar Benjamin la anécdota, ese sistema de dominio se vendría abajo, un sistema, por cierto, cuya cara más agresiva se le revela en el nacionalsocialismo.
Benjamin pone la acción de disparar a los relojes en relación con la acción de Josué contada en el antiguo testamento, cuando manda detenerse al sol. Parece como si quisiera subrayar que los relojes no son una técnica cualquiera más, contrarrestable con un cambio del sentido subjetivo de experimentar el tiempo, sino que se trata de un sistema tan fundamental y condicionante de la vida como pueda serlo el movimiento de los planetas. La naturaleza hace tiempo que ha sido transformada técnicamente por el poder dominante. Dicho poder llega tan lejos que ha podido introducir unas nuevas relaciones temporales capaces de generar un comportamiento y una forma de experiencia completamente diferentes en los seres humanos. El tiempo abstracto, vacío, ininterrumpible, irreversible... se ha convertido en una "segunda naturaleza", tan difícil de transformar como el curso de los planetas. Dicho tiempo ha alcanzado un rango cuasi cosmológico o transcendental, es la condición social y epistemológica de la perceptibilidad del tiempo.
Pero este tiempo abstracto, constituido en naturaleza segunda, no sólo encubre el carácter histórico de su génesis, para así poder perpetuarse mejor, sino que oculta con el brillo deslumbrador de lo supuestamente nuevo los sufrimientos y catástrofes que en dicho proceso afectan tanto a la naturaleza como a los seres humanos. Lo establecido posee el poder de ocultar a la mirada aquello que fue machacado y se perdió, y así configurar la manera de percibir la historia por medio de la 'evidencia' de la marcha victoriosa de lo que se impuso en última instancia. A la injusticia sufrida por los oprimidos y aniquilados se une la eliminación de las huellas que puedan recordarlos.
Sin embargo, según Benjamin, la mirada alegórica que él intenta hacer suya no es víctima de esa ceguera. Para ella no son significativas las 'victorias' que, según la historiografía dominante, hacen aparecer la historia como un proceso de avance y ascenso, sino las 'estaciones de su descomposición', las quiebras catastróficas que hacen saltar por los aires el continuo de la lisa superficie del progreso con el que dicha historiografía ha intentado remendar las grietas y rupturas, y que se manifiestan al final como lo verdaderamente continuo en el trasfondo.
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