157: Jacques Attali, ¡Hemos perdido la cabeza!






Una crisis voluntaria, la mayor desde hace un siglo, que ha sido provocada deliberadamente por casi toda la humanidad para salvar vidas, ya que solo el confinamiento podía protegerlas. Una crisis con un precio muy elevado: cientos de millones de empleos perdidos o en peligro, la desaparición de más de 25 billones de dólares de ahorros invertidos en empresas cotizadas; y una pérdida todavía mayor para los que invirtieron en empresas más pequeñas no cotizadas, con frecuencia todo el patrimonio de un comerciante, del propietario de un restaurante, de un mecánico; y de tantos otros.
Viendo las cantidades de dinero movilizadas para remontar esta crisis, da la impresión de que se ha extendido un cheque en blanco: los bancos centrales inyectan cantidades de dinero anunciadas como ilimitadas; los Estados no se preocupan por el déficit. Desde un punto de vista más particular, la Unión Europea debate si debería inyectar, además, 400.000 millones o un billón y medio avalados por los presupuestos nacionales. En total, más de 10 billones de euros han sido movilizados para esta contienda. En otras palabras, alrededor del 10 % del PIB mundial.
Este dinero, más o menos imaginario, que ha sido tomado prestado de las generaciones venideras para ser distribuido, legítimamente, con el fin de garantizar la supervivencia de todo lo que se ha visto afectado por esta interrupción voluntaria de la economía, no tendrá realmente sentido si no estamos convencidos de que podremos acabar con esta crisis próximamente.
Este no es sin embargo el caso. Y no será jamás el caso si no nos damos cuenta cuanto antes de que la economía mundial no se recuperará nunca, si no nos fijamos dos prioridades a nivel mundial.
Una, a largo plazo, a la que llevo haciendo alusión desde hace un mes y que denomino "economía de la vida". De ella depende todo lo demás: la salud, la higiene, la alimentación, la educación, la investigación, las energías limpias, la distribución, la seguridad, la tecnología, la cultura, la información. Esos son los sectores en los que hay que concentrar la mayor parte de nuestros esfuerzos, y hacia los cuales hay que reconvertir a la mayoría de los demás.
La otra, más cortoplacista, cuenta no obstante con muy pocos medios a pesar de ser de una urgencia más absoluta y evidente que la anterior: el medicamento y la vacuna que frenarán esta epidemia. Porque, aceptémoslo: sin medicamento ni vacuna, este confinamiento deberá prolongarse durante años, al menos en muchas partes del mundo y para una gran parte de la población mundial.
Nadie habla sin embargo de esta urgencia tan manifiesta: aquí y allá surgen polémicas sobre la eventual eficacia de un medicamento antiguo o de otro, se mencionan de pasada algunos proyectos de investigación, esporádicos y lejanos: no habrá medicamentos hasta dentro de un año. Ni vacunas hasta dentro de dos, dicen.

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