173: Philip Ball, ¿La naturaleza es sabia?
Vamos a hablar sin tapujos: los seres humanos poseemos una lamentable habilidad para destrozar el mundo natural. La naturaleza suele hacer gala de un delicado equilibrio que las actividades humanas pueden echar por tierra con suma facilidad. Pero no porque la naturaleza sea buena y la techné mala, sino por nuestra frecuente torpeza, desinformación o estupidez. La erradicación de virus y microbios patógenos no parece, en principio, una intervención terrible, por más que, en ocasiones, su puesta en práctica pueda ser torpe. La extinción es un proceso natural (que ha acabado con prácticamente todas y cada una de las especies que han existido); hoy en día estamos provocando que se acelere de forma alarmante, pero no está ni mucho menos claro que exista la obligación moral de proteger especies que de cualquier forma habrían de extinguirse sin ninguna contribución por nuestra parte. La naturaleza no es sabia; tan solo se trata de que, por lo general, no la entendemos o no la apreciamos lo suficiente como para saber más que ella.
Hoy se considera que la naturaleza puede ser estudiada con objetividad por la ciencia: consiste en aquello que sucede en el mundo cuando los seres humanos no interfieren. Pero la “bondad” que popularmente se atribuye a lo natural tiene otro origen, un origen de índole teológica y filosófica. Así, la reificación contemporánea de la naturaleza obedece a una confusión terminológica entre “naturaleza” como entidad física y biológica, y “naturaleza” como predisposición. Dado que en las tradiciones judaica, cristiana e islámica, la naturaleza estaba bajo la jurisdicción y gobierno de Dios, los acontecimientos “naturales” eran resultado de la voluntad divina y, en consecuencia, buenos por definición.
Este principio está encarnado en el viejo concepto de “ley natural”, una idea intrínsecamente teísta. Para Santo Tomás, la ley natural era el producto de la creencia en un universo racionalista pero teleológico en el que todo elemento cumple una función determinada.
Aunque los bioéticos modernos, por lo general, se muestran atentos al peligro de reificar la naturaleza en virtud de la creencia en que “la naturaleza es sabia”, algunos se resisten a desprenderse de los matices morales de lo que se entiende como “carácter natural”.
La distinción entre la naturaleza como descripción del mundo y lo natural como concepto moral es clave para entender lo siguiente. Las apelaciones al concepto de “naturalidad” no van dirigidas a ninguna interpretación objetiva de un “orden de las cosas”, sino que son el resultado de una visión teológica y teleológica del acontecer. Asimismo, tienden a basarse en una distinción fundamental entre “naturaleza” y “artificio” que presupone determinadas capacidades y valores para cada uno de los dos. Y esta tendencia resulta más evidente, y también más emotiva, cuando el asunto en cuestión es la creación de seres humano. (79-87)
Philip Ball, Contra natura, Turner Publicaciones, Madrid 2012
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