182: Rafael Argullol, Renacimiento







No es un castigo. En las últimas semanas se han elevado bastantes voces que insinúan lo contrario: la epidemia sería un castigo que recibimos por nuestro maltrato de la naturaleza. Es un camino peligroso. Podemos declararnos responsables de una ciega furia respecto al planeta, lo cual es cierto, sin caer en el precipicio de una culpabilidad que requiere un castigo. La epidemia no es un castigo.
La epidemia es una enfermedad, como ya sabemos, pero lo es también en el sentido literal del término infirmitas: hemos dejado de pisar tierra firme y nos sentimos caminando en arenas movedizas. La enfermedad individual ya provoca este sentimiento, si bien es la colectiva la que más lo acentúa porque el naufragio parece afectar a todos.
En este caso el ser humano tiende a buscar una fuente del mal que excede a sus propios dominios. En las culturas tradicionales han sido los dioses quienes, quejosos con los hombres, les mandan el mal. En la época moderna, a falta de dioses, el castigo tiende a atribuirse a la Madre Naturaleza, también quejosa de nuestro comportamiento.
Nuestra época, que ha vivido alegremente sin Dios, parece, al menos en algunas de sus voces, necesitada de encontrar un juez que la condene por las faltas cometidas. El juez es la naturaleza y el castigo la epidemia. Pero estas voces no dejan de ser un eco de la mentalidad religiosa tradicional y, como sucede a menudo con esta, podrían ser una invitación al fanatismo.
Es mejor, pienso, variar el punto de vista: somos responsables de nuestros excesos pero no somos culpables de nuestras carencias. Somos responsables, e incluso horriblemente responsables, de habernos convertido en depredadores de nuestro entero entorno, casi siempre porque la codicia de unos se ha complementado con la desidia y la impotencia de los otros. Pero, aparecida violentamente una de nuestras carencias, nuestra infirmitascolectiva, que marcará a toda una generación, no somos culpables de ella.
Hay que luchar contra ella y aprender de ella con coraje, compasión y espíritu libre. Y la primera lección atañe a nuestra fragilidad como seres humanos. Somos frágiles porque somos criaturas del azar que denodadamente han intentado forjarse un destino. En consecuencia es un grave error creer que estamos en condiciones de destrozar los otros mundos por codicia o soberbia. Dicho eso, sin presunción y sin estigmas, hay que confiar en las propias fuerzas para ganar de nuevo la transitoria tierra firme que es la vida.
https://elpais.com/cultura/2020-04-21/renacimiento.html?fbclid=IwAR1pLJq3VbOq9D2-85okW2kntGSNZWVeOnb9b-Xh0tSJjwmJnXTy7cQL2g0

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