"Quisiera tener un millón de enemigos y así más fuerte poder cantar"
Salvo en los chistes de Gila, el enemigo goza de una mala fama indestructible. Es injusto: deberíamos respetar a nuestros enemigos casi tanto como a nuestros amigos, porque los amigos nos estimulan a veces, pero los enemigos nos estimulan siempre, obligándonos a mantener alta la guardia para que no nos amarguen la vida; también deberíamos escucharlos con atención, porque sus juicios sobre nosotros son muchas veces más atinados que nuestros propios juicios. Así que quizá podamos prescindir a ratos de nuestros amigos, pero no podemos prescindir de nuestros enemigos; o mejor dicho: la única manera de prescindir de ellos es que ellos prescindan de nosotros. Para conseguirlo lo primero que hay que hacer es identificarlos, cosa no siempre fácil, porque nuestros verdaderos enemigos son discretos y silenciosos, y a veces se mimetizan con nuestros amigos; lo segundo que hay que hacer es entenderlos, o por lo menos no odiarlos, porque el odio nos impide juzgarlos y porque entenderlos significa entender también que un hombre que ataca es un hombre que se alivia. Si uno combate a un terrorista pensando que el terrorista es un demonio, ha perdido el combate: sólo se le puede combatir entendiendo sus razones, entendiendo por qué, para él y para mucha gente como él, un terrorista no es un demonio sino un ángel, igual que Hitler fue un ángel para millones de personas. Hay amistades íntimas y enemistades más íntimas que cualquier amistad, y uno debería ser capaz de penetrar en la mente de sus enemigos mejor de lo que penetra en la de sus amigos; también –lo que casi nunca es posible– debería ser capaz de elegirlos, porque nuestros enemigos nos definen mejor que nuestros amigos; sobre todo debería ser capaz de compadecerlos y, si hay mucha suerte, de ayudarles en el infortunio, porque esa es la forma más cruel de vengarse de ellos. Por lo demás, diga lo que diga Flaubert, un crítico no es un terrorista, aunque a algunos críticos les halagaría parecerlo; no hay que halagarlos, porque lo que de verdad nos duele no son sus críticas sino el hecho de que nos las repitamos en secreto: uno puede defenderse de los demás, pero no puede defenderse de sí mismo. Por eso tampoco hay que molestarse nunca por una mala crítica: lo que hay que hacer es encajarla con elegancia; si esto no es posible, siempre se puede contratar por un módico precio un par de sicarios dispuestos a convertir al crítico en hamburguesas.
Javier Cercas, Elogio del enemigo, El País Semanal, 14/11/2010
http://www.elpais.com/articulo/portada/Elogio/enemigo/elpepusoceps/20101114elpepspor_2/Tes?print=1
Javier Cercas, Elogio del enemigo, El País Semanal, 14/11/2010
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