Som el que compartim.


Una revolución en la identidad y la privacidad. Somos lo que compartimos. El advenimiento y popularización de las redes sociales plantea un giro postmoderno de qué somos y cómo nos relacionamos con los demás.

Vivimos en el flujo social: la corriente continúa de contenidos e información compartida con nuestras relaciones virtuales. Para vivir en ella es necesaria una identidad de dominio público, creada y diseñada para presentarse y compartir con los demás. Una identidad que plantea preguntas sobre cómo queremos ser en el espacio social y qué ámbito de nuestra privacidad estamos dispuestos a compartir.

Pero también qué posición queremos ocupar en ese nuevo espacio al convertirnos en nodos, en ejes de relación con los otros en las redes.

Vivimos con las primeras generaciones cuyos datos e identidad son públicos en Internet. Lo que no se comparte no existe, es el mantra de las redes sociales y la cultura de la convergencia, tal como ha sido definida por el experto estadounidense en medios de Henry Jenkins. A través de nuestros estados, pensamientos, contenidos y las relaciones con otros usuarios se construye la identidad de las personas 2.0.

Una generación cuya identidad real convive con otra de dominio público, inventada y alimentada para construir una reputación en las redes sociales. Una identidad construida con datos y relaciones para presentarnos y ser ante los otros.

La gran ambición del fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, es conseguir la mayor de cantidad de datos personales y relaciones de los usuarios. Este es el negocio de Facebook, hasta ahora siempre poco delicado en el tratamiento de esa información. Zuckerberg ansía el máximo de datos de los usuarios, con ellos construye el poder y el negocio de la red social. “La mayoría de la información que nos interesa está en nuestras cabezas. Y esa es la que no está todavía indexada”, confesaba hace poco.

La gran pregunta es si la conexión permanente mejora la vida y el conocimiento. La calidad de la conexión, de los contenidos, de las relaciones, es vital para que el poder emergente de las redes sociales aumente nuestras opciones vitales y cognoscitivas. Pero esa ya no es tarea de Facebook.

Una identidad digital son registros en una base de datos. Críticos como el gurú de los medios digitales Jaron Lanier cree que la personalidad se reduce para hacerse más accesible en las redes. Somos más unidireccionales y menos complejos porque los “sistemas de información necesitan tener información para funcionar, pero esa información subrepresenta la realidad”.

Con semejante dominio de la identidad digital, aparece la necesidad de garantizar dos nuevos derechos fundamentales: el derecho al olvido y a la minimización de los datos, como reclama la Comisión Europea.

Juan Varela, Depende: Facebook, FP en español, Octubre-Noviembre 2010

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