L'art és risc i descobriment.
La IA democratiza el acceso al arte, permite que cualquiera pueda crear sin las barreras del talento.
Está muy lejos de ser una amenaza, es una herramienta más que expande la creatividad que todos tenemos sin reemplazar la originalidad de la especie humana.
Además, el arte no es solo para el artista, es para el público que lo disfruta ... La IA no le quita mérito al creador, yo creo que lo inmortaliza en nuevas expresiones.
Un usuario en Substack 31 de marzo de 2025
En un artículo para The New Yorker¹, Ted Chiang afirmaba que la superproducción de una IA es lo que, por paradójico que resulte, socava su virtual efectividad como herramienta. El usuario de la captura alude a la «creatividad que todos tenemos», pero no repara en la falacia de creer que imitar mediante prompts los resultados (fruto de un elaborado y arduo proceso de reflexión) de obras preexistentes es equiparable a la creación auténtica. El arte es producto de un sinfín de decisiones, tanto conscientes como inconscientes, por las que la mente del creador transita en un periplo sin rumbo, pero con destino; si eliminamos esas opciones —tanto las válidas como las desechadas— tan solo queda una cáscara hueca, un remedo de originalidad que apenas recoge destellos de los verdaderos artífices de las obras originales. En el mismo artículo de Chiang, el escritor defiende la elección (no el acierto, sino el mero hecho de escoger) como paso previo a la creación: «art is something that results from making a lot of choices». Aunque creemos escoger cuando solicitamos de una inteligencia artificial la producción de una imagen, de un texto, en verdad solo estamos renunciando al esfuerzo de asumir todas esas elecciones que, indefectiblemente, componen el proceso creativo y son germen de la obra final. Sin ellas, no hay arte: solo sucedáneos.
Quizá parte del problema de esta cuestión es la relación que ese usuario halla entre arte, artista y público. En efecto, las creaciones artísticas buscan una audiencia, en tanto su mera existencia es fruto del cruce entre la mirada del artista y su pertenencia a una sociedad; ciertamente, sin público no existe un arte como tal, puesto que nadie crea a partir de/en el vacío. Sin embargo, la creación no tiene como objeto —no debería— la satisfacción de una demanda estética: el hecho de que al público (entendido como una amalgama de individuos con gustos variopintos) le guste o no una obra, no significa que esta se replique hasta la extenuación o se copie sin disimulos. Benjamin hablaba de aura para aludir al elemento inmarcesible de la obra artística, y en ese sentido podemos contemplar una progresiva y acelerada pérdida de ese aura cuanto más abusamos de la IA como generadora de «creaciones». En verdad, los frutos de la inteligencia artificial responden a una demanda que carece de intención creadora, ya que se limitan a perpetuar símbolos y elementos mayoritariamente aceptados como «arte», pero arrebatándoles su interioridad reflexiva. El arte es riesgo y descubrimiento, no conformismo y réplica.
En su ensayo Bombas de intuición y otras herramientas de pensamiento, el filósofo Daniel Dennett discurre así sobre la creatividad: «Para ser creativo no basta con tratar de encontrar algo original […] sino que hay que salirse de algún sistema (o de algún cuadro), un sistema que por buenas razones ha llegado a ser algo establecido». Por el contrario, la mayoría de usuarios de los modelos generativos no buscan arriesgarse con la originalidad, sino que aspiran a la perpetuación de lo sancionado como «artístico»; en parte, ese es el motivo por el que buena parte de las creaciones fruto de esos modelos son terroríficamente similares: buscamos imitar lo que gusta, en general, sin imbuir a esa creación de una intención verdaderamente constructiva o especulativa. Thomas Mann, en su Doktor Faustus, explicaba de forma magistral ese aspecto indagador del arte: «El progreso revolucionario, la gestación de la novedad son necesidades vitales del arte, que sólo pueden verse satisfechas por el vehículo de un subjetivismo lo bastante fuerte para rechazar los valores tradicionales, para comprender su agotamiento». Ese poder del «yo» al que alude Mann es, justamente, lo que hemos perdido en estos tiempos en los que, por curioso que parezca, tantas herramientas tenemos a nuestro alcance para facilitar los distintos proceso de creación; lejos de imbuir a nuestras ¿creaciones? de subjetividad, las privamos de cualesquiera rasgos individuales y arrojamos al mundo las excrecencias de una imaginación podada hasta limar cualquier atisbo de singularidad. Quizá lo único que hemos democratizado, por desgracia, es el derecho a la ramplonería.
Emi, Humanos estúpidos. O la democratización del arte como excusa, Auto(des)conocimiento 02/05/2025
"The selling point of generative A.I. is that these programs generate vastly more than you put into them, and that is precisely what prevents them from being effective tools for artists." (Ted Chiang, Why A.I. Isn’t Going to Make Art | The New Yorker).

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