El mercat de l'ànima.




Ahora parece tocarle el turno al recurso al estoicismo, y ahí tenemos desde entrenadores de fútbol hasta magnates y ejecutivos embarcados en la tarea. Las ediciones de los grandes filósofos estoicos antiguos como Séneca, Epicteto y Marco Aurelio no dejan de sucederse -alguna, por lo demás, muy buena (J. Cano, D. Hernández). Junto con la visita a los estoicos se nos ha ofertado el encuentro con El príncipe de Maquiavelo o El arte de la guerra del militar y filósofo chino Sun Tzu, además de los ya bien conocidos ejercicios de yoga, técnicas orientales, libros y cursos de auto-ayuda, coaching, mindfullness, etc. Con las excepciones pertinentes, la orientación dominante viene a formar parte de lo que se ha denominado capitalismo emocional (Illouz) o también management del alma (Laval, Dardot), administración del yo, gestión de sí para fines que, mucho me temo, no son los que el mismo sujeto realmente determina.

Nada de esto es lo que comporta toda esta actual administración del alma. Pocos serán los que se sumerjan realmente aquí en ese modo de entender la filosofía, un intento, al margen de esa orientación que criticamos, siempre recomendable, y ojalá muchos sigan. De lo que se trata, al confrontarse con estas obras y ejercicios, no es de retomar en nada las concepciones del mundo o filosofías en que se encuadran. No se va realmente a adoptar la vía ética estoica, no se pensará que lo que se entiende por éxito social no depende de nosotros y que lo único que sí, y que nos hace libres, es el bien moral, la virtud, el vivir conforme a la razón, que implicaba preocupación por el bien común; no, no se buscará a un maestro parresiasta que le diga la verdad acerca de su real conducta para tratar de encaminarse hacia la autonomía de espíritu (enkrateía, apatheia) necesaria para la felicidad (eudaimonía), y cifrar el ideal de esta felicidad de otro modo distinto al que asumen en su consumista cotidianidad. Ninguno de sus ejercicios espirituales (la manera latina de verter la noción griega de askesis) serán practicados en esa dirección, sino, si acaso, como utensilios para, en medio de la frustración, del riesgo e inestabilidad de nuestras vidas, convertirse en un agente fuerte en aras de conseguir su fin como ejecutivo, como hombre poderoso, como celebrado líder, como sujeto de fama, en definitiva, obtener una plusvalía de sí. Evitar ser un “perdedor” (loser) y convertirse en un “ganador” (winner). Su vida no adquiere otro fin autodeterminado sino el que viene ya dado en el contexto neoliberal en el que nuestras vidas son decididas (B. Colmenero). Esas prácticas de gestión de sí están hoy tan alejadas de los altos fines de la filosofía antigua como lo estuvieron en el cristianismo posterior, que las retomó pero ya dentro de una concepción y finalidad muy distintas.

Toda esta oferta de medios de ocupación de sí no son, en realidad, sino formas de una peculiar subjetivación, la que configura el modo de sujeto neoliberal, ese sujeto que todo ha de tomar como un medio de inversión en la propia vida para extraer de ello un rendimiento, generalmente en clave de poder o de dinero, de éxito social. Individualmente cada uno deberá jugar sus cartas, su capital, y de no obtener el buen resultado solo él será el responsable, solo él el culpable. El parado que no encuentra trabajo será responsabilizado de no haber invertido en sí lo suficiente (cursos de capacitación, idiomas, relaciones sociales). Si es un “perdedor”, que no busque en la falta de “justicia social” o en la terrible determinación de la lotería genética no compensada por los gobernantes, excusa alguna a su no saber ad se convertere. Y lo mismo podría decirse de cualquier otro aspecto de la vida, del matrimonio, por ejemplo, en que – como nos cuenta G. Becker- cada cual ha de saber emprender las estrategias de inversión para obtener sus réditos presentes y futuros (en clave de afecto, de goce, de ascenso social, riqueza, protección futura a través de los hijos, etc.)

Ya en su momento los neoliberales alemanes u ordoliberales (Eucken, Rüstow, Müller-Armack, Röpke) formularon como la auténtica clave de la economía: la empresa y la concurrencia. Para ellos la sociedad no era sino una trama de empresas en competencia; la figura del emprendedor se convertía en central, y todo, la propia casa, la comunidad de vecinos, cualquier pequeña asociación habría de conformarse con esa lógica de empresa. Los neoliberales americanos, mucho más radicales, y desprendidos ya de toda la preocupación alemana por los desgarros sociales que tales planteamientos podían inducir, elaboraron la noción de capital humano (Schultz, Becker), según la cual cada uno habría de entender en forma de capital todo aquello de que disponga, desde sus mismas facultades o aptitudes naturales hasta todo lo que fuera capaz de adquirir para hacer que su conducta y carácter se volvieran reportadores de jugosos ingresos; el individuo había de ser un empresario de si mismo. Las relaciones con los otros y consigo mismo cambiaban totalmente desde esta óptica. La ciencia de la Economía no nos hablaba tanto de producción, distribución y consumo, como de la conducta humana sin más (L. Robbins, Von Mises). El homo oeconomicus iba a ser el homo sin más, un ser cuya conducta depende de las variaciones del medio, justamente eso que va a ser el objeto central de las intervenciones neoliberales. Gobernar el medio es gobernar a los sujetos.

En el mercado del alma cuando se oferta estoicismo, arte antiguo o moderno de la guerra, el descubrimiento de las estrategias del poder en el Renacimiento italiano, de las técnicas yoga o Zen, etc., no se nos está hablando realmente de Séneca o Epicteto, del maestro Sun, del republicano Maquiavelo, no de Filosofía antigua o moderna alguna sino de Economía y neoliberal, que es cosa bien distinta. Su objetivo no es precisamente el sujeto autónomo y pleno, sino el individuo automercantilizado, la forma económica extendida a todas las esferas de nuestra existencia.

Jorge A. Yágüez, La industria del alma, Faro de Vigo 16/12/2023

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