Responsabilitat i economia.

Friedrich Hayek, el viejo santón del mercadismo, afirmaba que si no hay acción humana de la que pueda decirse que ha causado un estado de cosas no puede lisa y llanamente hablarse de injusticia. Y así le parecían a él muchas de las realidades causadas por la actividad económica del mercado. Como eran efecto de la conjunción de innumerables acciones anónimas e irrelevantes, las consecuencias de esa economía no podían ser calificadas de justas o injustas, estaban al margen de la crítica jurídica o moral. Es ésta, en efecto, una convicción que se ha incorporado inconscientemente a nuestros discursos económicos cotidianos.

En la economía de mercado suceden cosas pero nadie es responsable. Es el reino de la impunidad. Esto, por cierto, contrasta con algunas otras de nuestras actitudes cotidianas, presididas muchas veces por una obsesiva, a veces incluso obscena, búsqueda de la responsabilidad. Sea un fallo del sistema judicial, un accidente aéreo, un problema sanitario, un atropello social, un remoto crimen histórico o un episodio de corrupción, allá se van todos los sabuesos, expertos en chismes, jueces de portada (o aspirantes), testigos oficiosos y oficiantes, periodistas de investigación y público en general a descubrir y despellejar al causante. Y pobre de aquel que por azar haya pasado por allí. Puede dar por descontado que le van a dejar en cueros, cualquiera que haya sido su parte en el suceso. El reino de la vida económica, por el contrario, parece impenetrable al juicio de responsabilidad. Hay crisis, recesión, pobreza, paro, lo que sea, pero nadie los ha producido. Se han producido solos.

Seguramente es razonable pensar que ciertos resultados económicos son efecto de multitud de pequeñas acciones de gentes que no los pretenden; se trata de consecuencias de acciones colectivas que nadie está en condiciones de imputar individualmente. El mercado libre de un bien, la vivienda de alquiler por ejemplo, establece unos precios que son la conjunción de múltiples acciones individuales de oferta y demanda, y no podemos señalar a nadie como responsable de la subida o bajada de esos precios. Ésa es la razón que se aduce para declarar la general irresponsabilidad por las consecuencias económicas del curso del mercado. (...)

... por lo que respecta a la responsabilidad, si se da el caso de que somos actores económicos individuales, modestos, con un cargo sin brillo en alguna pequeña sociedad anónima, hemos de tener cuidado con lo que le hacemos a los demás, a la sociedad o a los socios porque enseguida nos empapelan. Deberemos mantenernos siempre alerta para no dañar a nadie por culpa o negligencia, enterarnos bien de todo lo que pasa en nuestra pequeña sociedad y estar prestos a responder. Pero si uno es consejero de una gran entidad financiera las cosas cambian misteriosamente. Mimado con retribuciones de escándalo, parece destinado a reunirse de vez en cuando en la última planta sin enterarse de lo que pasa debajo. Si las cuentas van bien hoy, nada que objetar. Pero si se tuercen súbitamente mañana, tampoco pasa nada. En el peor de los casos se irá usted a casa con un buen pellizco. Ni siquiera cabe pensar que sociedades así puedan desaparecer por los efectos del mercado. Hay demasiada gente cuyos trabajos y ahorros penden de ellas. Y, claro, en seguida se abjura de la antigua fe y de las virtudes de la competencia y se recurre al Gobierno para salvarlas de la quema. De lo que hayan hecho sus responsables no se habla. El villano ha sido el mercado. (...)

Muchos, en efecto, se están preguntando atónitos si eso ha sido la resultante fría de un mecanismo anónimo e irresponsable, o si, por el contrario, ha sido la consecuencia de actos de ambición, negligencia e irresponsabilidad en cadena, de personas de carne y hueso a las que debe buscarse pacientemente y pedirles cuentas civiles y penales. Y no desean saberlo porque añoren la resurrección de la planificación y el dirigismo económico, sino precisamente porque valoran las instituciones de la economía de mercado como un hito de la civilización, y no quieren verlas en manos de enredadores, truchimanes ni logreros, por muy enfundados que estén en trajes impecables.

Francisco J. Laporta, El reino de la impunidad, El País, 12/11/2008
http://www.elpais.com/articulo/opinion/reino/impunidad/elpepiopi/20081112elpepiopi_12/Tes?print=1

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