Hypàtia, filòsofa i màrtir.


No sólo los detalles truculentos del crimen, sino también la manifiesta impunidad con que actuaron los asesinos, han hecho de la muerte de Hipatia un escándalo histórico perdurable. El siniestro suceso acaeció en la ilustre ciudad de Alejandría en el año 415. Una turba de monjes venidos de yermos cercanos, bien adoctrinados por el obispo Cirilo -el intrigante, taimado y celoso patriarca de la ciudad que luego sería santificado por sus méritos piadosos-, asaltaron en pleno día a la prestigiosa filósofa, la golpearon brutalmente, la arrastraron al interior de una iglesia, la desnudaron y, ya muerta, la descuartizaron desgarrando sus carnes con piedras cortantes, y luego quemaron sus restos en una hoguera para borrar su recuerdo. Como si ofrendaran en holocausto una víctima a un dios bárbaro en un sacrificio humano de ritual ferocidad.

Los testimonios que hemos conservado sobre Hipatia nos vienen de algunos historiadores eclesiásticos, como Filostorgio y Sócrates el Escolástico, que unos veinte años después del crimen no ocultan lo desagradable del suceso, y del neoplatónico Dasmacio, que escribió medio siglo más tarde y mucho más de oídas. También tenemos algunas alusiones afectuosas a Hipatia en las cartas de Sinesio de Cirene, que había sido discípulo y admirador de la filósofa de Alejandría, antes de alcanzar el obispado en su ciudad natal. Todos ellos coinciden en resaltar que Hipatia, hija de un ilustre matemático alejandrino, Teón, destacó por sus conocimientos de matemáticas y astronomía, y que gozó de gran prestigio por sus lecciones públicas sobre textos de Platón y Aristóteles. Era, pues, digna heredera de la tradición científica del Museo, y a la par, famosa profesora, que comentaba -no sabemos con qué grado de originalidad- los textos y doctrinas del gran Platón. Formaba parte de esa élite pagana que persistía fiel a las antiguas creencias y velaba por el legado clásico en una ciudad y en un imperio conquistados por el cristianismo. (...)

Era pagana y filósofa, pero no abiertamente combativa contra el cristianismo (como otros neoplatónicos militantes). Era una mujer de enorme prestigio por su ciencia, pero también por su moralidad y su carácter. Que fuera bella y virgen, casta y tolerante, aumentaba su prestigio. Mantenía buenas relaciones con el prefecto de la ciudad, Orestes (quien también había sido objeto del ataque de los fanáticos monjes, usados por Cirilo como fuerza de choque), y eso la hacía influyente y admirada y solicitada, hasta desatar la envidia y los celos del clero. Por ello se decidió su eliminación y se llevó a cabo esa ejecución tan horriblemente ejemplar.


Carlos García Gual, El asesinato de Hipatia, Claves de razón práctica, abril 1994, nº 41

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