Occident significa "decadència".




Que el mundo está en el mal es una queja tan antigua como la historia; incluso como el arte poético, más antiguo aún; igualmente vieja incluso que la más antigua de todas las poesías, la Religión sacerdotal. Sin embargo, todos hacen empezar el mundo por el bien: por la Edad de Oro, por la vida en el paraíso o por una vida más dichosa aún, en comunidad con seres celestes. Pero dejan pronto desaparecer esta dicha como un sueño; y es entonces la caída en el mal (el mal moral, con el cual siempre fue a la par el físico) lo que para desgracia hacen correr en acelerado desplome, de modo que ahora (pero este ahora es tan antiguo como la historia) vivimos en lo último del tiempo, el último día y la ruina del mundo están a la puerta ... 

Inmanuel Kant, La Religión dentro de los límites de la mera razón

 

Vivimos en los tiempos, parece ser, en que el sol se pone sobre el Imperio. Habría que ver si alguna vez no no estuvimos, toda vez que Occidente significa precisamente eso: la tierra donde se pone el sol. Quizá "decadencia de occidente" sea un pleonasmo, porque Occidente, ocaso y decadencia sean lo mismo. Eso parecería ser, si acaso la etimología de las palabras nos dice algo que merezca la pena escuchar. (14)

Que estamos en el mal es una queja tan antigua como la historia, dice Kant, incluso tan vieja como la más antigua de todas las poesías, la religión. Que estamos en la Caída es la más antigua de nuestras poesías. No es de ahora. La edad de los padres siempre parece peor que a de los abuelos. Pero esto significa que lo que ahora parece miserable, para los que vienen parecerá glorioso. La Edad Dorada nunca existió. Estamos siempre ya "en lo último del tiempo", en el tiempo como lo último. Estamos siempre ya en "la decadencia de Occidente", porque Occidente significa etimológicamente "ocaso", esto es, final, crepúsculo, decadencia. Somos los tardíos pero no por ello los caducos, los estériles. (...) El tiempo en que nos encontramos es un tiempo crepuscular. Sentimos que llegamos tarde, al final. El tiempo se nos escapa entre las manos. Anhelamos el pasado. El presente no es una tarea. El futuro está cancelado. El tiempo nos expulsa de su seno: no podemos habitar en él. Buscamos un hogar. 

Pero ese hogar no está en "lo de antes". La Edad Dorada nunca existió. Llamamos "lo de antes" a aquello de lo que solo hemos conocido el final, y no algo que nadie hubiera poseído nunca de manera plena en el pasado. (...)

Cuando alguien evoca "lo de antes", aquello que fue corrompido por mayo del 68, el feminismo, Podemos, la Modernidad o el capitalismo, habría que recordarle que cualquier obra arcaica fundador de la cultura universal de la humanidad habla siempre de "los días de antes", de lo que había "antes del diluvio", de los sabios "de antes" que tienen el secreto de algo valioso que ya se ha perdido; véase el poema de Gilgamesh (año 2000 a. C.). Desde el inicio de la civilización, desde Sumeria, estamos llegando tarde; desde Sumeria sentimos que nos estamos perdiendo algo; desde Sumeria somos los vespertinos; desde Sumeria anhelamos algo que quedó atrás. Llevamos cuarenta siglos llegando tarde. Quizás es que ser humano, tener palabra, es estar constitutivamente sintiendo que se llega tarde a algo. (...) La Antígona de Sófocles sabe que la ciudad está para siempre desgarrada porque las leyes sagradas y divinas de la tierra, la sangre y los antepasados ya no bastan posí solas para ordenar el sentido colectivo. El sentido sustancial, inmediato, compacto de la comunidad fue enterrado con Antígona. No entender que el origen mismo de occidente es haber atravesado ya esa tragedia, es no entender ni siquiera qué significa que somos occidentales. (...)

A un imperativo del disgusto, la amargura, el desapego hacia lo presente y la queja, respondemos con el imperativo del coraje de la búsqueda. (199-203)

Clara Ramas, El tiempo perdido, Barcelona, Arpa 2024

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