L'apagada: tot i desmentint la hipòtesi Mad Max.
Gracias a la afición de mi madre por los transistores, enseguida encontré uno por casa y pude engancharme a las noticias que se iban dando en diferentes cadenas, mientras tanta gente “se iba a negro” por la falta de electricidad y de conexión a internet. ¿De qué hablaban los medios?
Por supuesto estaban enfrascados, ya desde el principio, en la pelea política según el código gobierno-oposición que lo domina todo: posiciones a priori y reparto de culpas según apoyes a uno u otro, lectura de los hechos completamente instrumentalizada, sesgada, sin preguntas ni pensamiento.
Pero lo que más me chocó, y esto a lo largo de todo el día, fue el contraste entre lo que se escuchaba y lo que yo mismo podía experimentar directamente en mis paseos por el barrio que conoces.
Dominaba lo que podríamos llamar “hipótesis Mad Max”: el caos de la situación sólo podía traer el pánico y la guerra de todos contra todos, a través del abuso (saqueos, estafas) o la mentira (bulos, fake news). Las autoridades recomendaban repetidamente quedarse en casa y esperar allí al regreso de la normalidad.
¡Menos mal que nadie hizo caso! La gente se activó, como ha ocurrido en catástrofes mucho peores, para estar, para ayudar, para cooperar. Por supuesto que hubo miedo e incertidumbre, dependiendo de cómo y dónde te hubiera tocado y de tus posibilidades (más o menos cerca de casa, más o menos cerca de tus seres queridos, más o menos capaz de moverte), pero lo que fue tomando la calle poco a poco fue muy distinto de lo que anticipaban (y anhelaban) los medios. Te destaco tres cosas.
Una toma festiva y gozosa del espacio público, que llegó a alcanzar incluso en algunos momentos una cierta autorregulación del tráfico ante la ausencia de semáforos (ralentizar la velocidad para poder estar atentos al otro y maniobrar). La gente se juntó para conversar, para disfrutar, para coordinarse y echar una mano. Una situación muy diferente a la provocada por el Covid, donde la policía dominaba la calle y la gente se quedaba en casa.
Un relajamiento generalizado del cuerpo colectivo, de la tensión que genera pánico, de las expectativas, de la hiperactividad. El tiempo se volvió de pronto abundante, sin la ansiedad que provoca la interiorización cotidiana de los mandatos de productividad y competencia. Acompañados por un maravilloso sol de primavera, no había mucho más que hacer más que pasear, leer, compartir, estar. Un placer muy diferente al goce compulsivo del consumo.
Una amabilidad insólita entre desconocidos, una atención al otro y al vínculo, una renovación de la “cortesía” por hablar en los términos del amigo Bifo. Se dejó a fiar en las tiendas y en los taxis, se prestó dinero a quienes lo necesitaban, era posible palpar la empatía –palabra muy manoseada, pero me entiendes– en el aire. Esta apertura al desconocido, esta búsqueda del contacto, este momento de cuidado colectivo fue para mí lo más potente de la experiencia del apagón.
Todo un desmentido de la “hipótesis Mad Max” que se enunciaba desde arriba. Un desmentido de su presupuesto antropológico: la guerra de todos contra todos es el elemento natural del ser humano y sólo una autoridad vertical puede detenerla. No pasó, no pasó lo que se presuponía y se deseaba secretamente, no apareció Tánatos sino que afloró Eros.
La filósofa de la naturaleza Vinciane Despret, que se interesa fundamentalmente por las potencialidades de cambio del ser humano, habla de que tenemos necesidad de nuevas “proposiciones de existencia”, de nuevas “profecías”. Según ella misma trata de demostrar en cada uno de sus maravillosos libros, los seres vivos sobre la tierra, humanos o no humanos, no somos lo que somos, idénticos a nosotros mismos, sino siempre en función de circunstancias, de miradas y descripciones, de procedimientos materiales.
No estamos ya hechos y acabados, sino que podemos cambiar y transformarnos si alguien se dirige a nosotros desde otra mirada, desde otra proposición de existencia, enrolándonos en otros dispositivos prácticos. Que no presupongan la agresividad y la competencia, que no apelen al miedo y a la pasividad, sino a lo que nos implica y afecta, a nuestras capacidades de invención y sorpresa, a nuestras facultades de cooperación.
Lo que se apagó por un momento estos días fue cierta descripción de lo que son los seres humanos y la vida común, una versión de la realidad que dice: “Las cosas son así”. Lo que el apagón reveló por un instante fue otra idea del mundo, otras posibilidades de existencia. No una “naturaleza buena” por debajo de la vida-mercado esperando simplemente a ser liberada, sino otras potencialidades que han de ser actualizadas, realizadas, consumadas. Ese sería el verdadero desafío político ahora.
La experiencia vivida colectivamente esas horas no duró, evidentemente, pero dejó entrever algo: percibimos otra cosa, fugitivamente, que luego se extingue. Pero basta para probar que ese algo puede existir.
Amador Fernández-Savater, El apagón como revelador, ctxt 03/05/2025
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