El concepte de llibertat en el pensament de Judith Shklar.





La noción de libertad que Shklar defiende en esta obra es muy crítica con las abundantes interpretaciones de la libertad negativa de Berlin que la caracterizan como una especie de individualismo extremo que funcionaría como cohesionador social casi por arte de magia, salvando las distancias como una “insociable sociabilidad” tal como formulara Kant, en otro orden de consideraciones. Shklar no cree en tal magia. Es hora, pues, de abordar esta cuestión y el modo en el que es específicamente desarrollada en este libro. La pregunta fundamental es: ¿puede y debe un liberal político comprometerse profundamente con la sociedad en la que habita? La respuesta es rotundamente afirmativa y hace de Shklar una defensora firme del concepto de libertad positiva. Una concepción de la libertad, esta, que despliega brillantemente en las presentes conferencias a lo largo de tres ejes temáticos. En primer lugar, una lectura de la obligación política en clave de una filosofía de lo común más allá de la mera reivindicación de no injerencia, en segundo lugar, la propuesta de un temperamento cívico liberal acorde con este compromiso político, y en tercer lugar, una breve, pero sugerente, exploración de dos situaciones límite en la vinculación normativa o relación que mantienen los ciudadanos con la ley en una democracia liberal: el caso de la desobediencia y el del exilio. Veamos brevemente cada una de ellas.

La obligación política es el eje fundamental de estas lecciones. La primera de ellas, “Conciencia y libertad”, tal vez la más desarrollada de todo el libro, sienta las bases para una muy original introducción de una posición cercana al perfeccionismo moral desde una perspectiva liberal a través del concepto de conciencia. Para ello, lo primero que hace Shklar es situar la cuestión de la obligación política, desde el punto de vista de la vinculación normativa, mucho más allá del fenómeno de la obediencia. De hecho, tal como advierte, la obediencia (y la desobediencia) es un asunto práctico de conflicto de lealtades y de cuál pesa más en un momento dado, más que un ejercicio de examen crítico de conciencia. Importa, pues, ir más allá del hecho individual de la obediencia para comprender la motivación, esto es, entender qué liga, qué obliga, a un ciudadano con un sistema normativo; habría que penetrar por tanto en una reflexión sobre la obligación política. La obligación solo hace acto de presencia cuando uno se siente “obligado”, esto es, vinculado, en el marco de un Estado que se presenta como proveedor de servicios y agente de distribución. Precisamente porque la vinculación con él no es del orden del acatamiento sino de la convicción.

Se trata, por tanto, de un Estado que exige un compromiso sincero de sus ciudadanos y una identificación institucional. Es de este modo como se introduce la cuestión de la conciencia ético-política. No es posible estar convencido allí donde solo se está vencido. La posibilidad de una conciencia crítica es la única que permite sentir una obligación política más allá de la mera obediencia y habilita un espacio para una concepción compartida de las libertades civiles. A Shklar no le interesan en absoluto unos hipotéticos héroes de la disidencia, sino el modo en el que la conciencia de un ciudadano, sin ser algo político prima facie, puede sin embargo tener consecuencias políticas en tanto la libertad que reclama para sí implica la reclamación de la libertad para otros, como ya señalamos al principio. Al individuo liberal no le importa solo él mismo: lo que le importa es vivir en un sistema liberal, no es simplemente un egoísta. El momento de autoliberación de quien se pregunta por qué debe vincularse normativamente o no a un Estado puede ser un paso necesario para promover la libertad de otros, encarnar un ejemplo con fuerza de innovación normativa, como piensa Shklar. De modo que, con esta introducción de un yo superior o conciencia, Shklar no habla de una política de la moralidad, sino de la dimensión moral misma de la política.

Esta dimensión moral es la razón por la que Shklar defiende enérgicamente la necesidad de ir más allá de un concepto estrictamente negativo de libertad como no interferencia y dirigirse a un concepto de libertad positiva. En este punto es extremadamente crítica con el trazado que de la libertad negativa hacen Isaiah Berlin y sus seguidores (“la espantosa forma en que la dibuja Berlin”, en sus propias palabras). No se trata, sin embargo, de que la rechace de plano, sino de que la concibe como inseparable de la libertad positiva y demanda una concepción que las articule correctamente. Aquí la argumentación de Shklar es sencillamente brillante, por cuanto no elige un punto de vista normativo abstracto sino, fiel a su habitual modo de razonar, basado en los males mostrados por la experiencia histórica, empezando por su propia bestia negra: el miedo y la crueldad arbitraria. Para ello invoca el gran pecado original de los Estados Unidos, que fue la esclavitud. Shklar argumenta que en los Estados Unidos la libertad toma la forma de los derechos debido a su pasado esclavista. Distingue así entre la “libertad de los amos” y la “libertad de los esclavos”. El concepto de libertad que aquí sostiene Shklar es ante todo una “libertad (liberty) expresada en derechos y quienquiera que los reclame sabe que la libertad (liberty)existe como contrapunto de la esclavitud”. Tal como retrata implacablemente, los esclavistas consideraban justos sus derechos absolutos sobre otros seres humanos y sin duda se preocupaban mucho por su libertad de expresión o por su propio derecho a no ser interferidos en el ejercicio de sus libertades de propietarios. Pero el uso principal que hacían de la libertad, como señala la pensadora, era esclavizar a la población negra. Cuando, gracias a una teoría de los derechos que combina las dos libertades, la positiva (que Shklar interpreta como la que inspiró a los antiesclavistas) y la negativa, que se hizo extensiva a toda la población y no solo a una parte de ella, los amos dejaron de tener el monopolio de la libertad negativa y se produjo su redistribución, como señala sagazmente la pensadora: se vieron obligados “a vivir a la altura de los compromisos públicos que profesaban y las leyes que de hecho habían apoyado cuando se aplicaban solo a sí mismos”.

La libertad negativa es así una precondición “para otras cosas” como las señaladas por la libertad positiva, esto es, un tipo de libertad que implica la liberación de los demás. Y no solo esto: es la libertad que, a su juicio, inspira la genuina lucha liberal contra la opresión y el fomento de la figura de “ciudadanos activos en un Estado activo” más allá de una mera afirmación de derechos que empiezan y terminan en la figura de un individuo elevado a figura absoluta, es decir, carente de vínculos. Como afirma Shklar: “El derecho en sí no es el único ejercicio de mi libertad (freedom)negativa, sino también una reivindicación contra aquellos que me oprimirían a mí y a otros. Demanda una acción positiva para constreñir a los opresores y lo hace porque oprimir a los demás está mal. Sin embargo, la ley que demanda semejante acción es en sí misma una expresión de libertad (liberty)positiva en el sentido de que es inmoral quedarse sentado sin hacer nada cuando a nuestro alrededor se abusa de un ser humano. Si no actuamos para reivindicar la libertad (liberty)negativa de todos, nuestra conciencia se revolverá”.

Tras haber trazado con maestría esta vindicación de la libertad positiva, Shklar está en condiciones de ofrecer un retrato, como hemos comentado, de ese temperamento cívico liberal caracterizado por un intenso compromiso político contra la opresión de toda especie. Y para ello nos ofrece de nuevo un ejemplo histórico en la conferencia 15, dedicada a reflexionar sobre las ideas sostenidas por el filósofo liberal T. H. Green (1836-1882), fundador de lo que se conoció como “nuevo liberalismo”, quien defendió la concepción de un Estado activo en la protección de las libertades democráticas a través del combate contra la desigualdad de oportunidades y la pobreza, con el que los liberales no solo podrían sino que deberían colaborar. Para Shklar “fueron liberales profundamente comprometidos con la protección de la libertad (freedom)política de los ciudadanos, pero su principal objetivo era hacerlo de tal modo que resultara compatible con la creciente acción del Estado para proteger a las clases trabajadoras contra la explotación y la pobreza”. El objetivo de este Estado precursor de una cierta idea de socialdemocracia no es el de adoctrinar, sino el de estar a la altura de sus principios políticos democráticos.

Para ello ha de garantizar un marco de educación ciudadana que anime a los ciudadanos a recibir una educación, que facilite la existencia de tejido cooperativo y que, en definitiva, contribuya al florecimiento del ideal ciceroniano de un “buen carácter cívico” entendiendo por tal uno que “contribuya al bien común”. Esta original relación del nuevo liberalismo con el Estado que Green propone incluía la demanda de inspecciones fabriles para prevenir abusos y crueldad, pero también de educación orientada a garantizar la igualdad de oportunidades (lo que hoy denominamos “nivelación del terreno de juego”) y una lucha activa contra la pobreza. En síntesis, una concepción del Estado como un instrumento de redistribución con el que los liberales entablaban una relación de compromiso cooperativo. Lo decisivo era que la noción de obligación presente en esta perspectiva no es la de la simple obediencia, sino la de una obligación social sentida hacia los otros ciudadanos, lo cual incluye el combate contra la primera instancia de opresión, esto es, la privación material y cultural que produce la pobreza. Esta fuerte implicación con la vida en común no excluía en modo alguno la idea del libre mercado, pero sí corregía el individualismo extremo en que a su juicio había degenerado el liberalismo económico enseñando a los ciudadanos a ser simplemente egoístas. Desde el punto de vista de Green y sus compañeros, el Estado también debía promover que las personas comprendieran que tenían obligaciones hacia el resto de sus conciudadanos.

Alicia García RuizJudith Shklar: un liberalismo político a la altura del presente, Letras Libres 09/12/2021

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