Coses o esdeveniments.


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... el mundo es una red de acontecimientos. (...) las cosas no “son”: acontecen.
La ausencia de la magnitud “tiempo” en las ecuaciones fundamentales no implica un mundo congelado e inmóvil. Antes al contrario, implica un mundo donde el cambio es ubicuo sin que lo ordene el Padre Tiempo: sin que los innumerables acontecimientos se dispongan necesariamente en buen orden, ni a lo largo de la sola línea del tiempo newtoniano, ni según las elegantes geometrías einsteinianas. Los eventos del mundo no se ponen en fila como los ingleses; se amontonan caóticos como los italianos. (75-76)
Toda la evolución de la ciencia indica que la mejor gramática para concebir el mundo es la del cambio, no la de la permanencia. El acontecer, no del ser.
Se puede concebir el mundo como constituido de cosas. De substancia. De entes. De algo que es. Que permanece. O bien pensar que el mundo está constituido de eventos. De acontecimientos. De procesos. De algo que sucede. Que no dura, que es un continuo transformarse. Que no permanece en el tiempo. La destrucción de la noción de tiempo en la física fundamental representa el desplome de la primera de estas dos perspectivas, no de la segunda. Es la realización de la ubicuidad de la impermanencia, no del estatismo en un tiempo inmóvil.
Concebir el mundo como un conjunto de eventos, de procesos, es el modo que mejor nos permite captarlo, comprenderlo, describirlo. Es el único modo compatible con la relatividad. El mundo no es un conjunto de cosas, es un conjunto de eventos.
La diferencia entre cosas y eventos es que las cosas permanecen en el tiempo. Los eventos, en cambio, tienen una duración limitada. Un prototipo de “cosas” es una piedra: podemos preguntarnos dónde estará mañana. Mientras que un beso es un “evento”: no tiene sentido preguntarse adónde habrá ido el beso mañana. El mundo está hecho de redes de besos, no de piedras.
Las unidades simples en cuyos términos podemos comprender el mundo no están en un determinado punto del espacio. Son –si existen- en un dónde, pero también en un cuándo. Son espacial pero también temporalmente limitadas: son eventos. (76-77)
Bien mirado, de hecho, hasta las “cosas” que más parecen “cosas” en el fondo no son más que eventos prolongados. La piedra más sólida, a la luz de lo que hemos aprendido de la química, la física, la mineralogía, la geología o la psicología, es en realidad un complejo vibrar de campos cuánticos, un interactuar momentáneo de fuerzas, un proceso que por un breve instante logra mantenerse en equilibrio semejante a sí mismo, antes de disgregarse de nuevo en polvo; un capítulo efímero en la historia de las interacciones entre los elementos del planeta, una huella de una humanidad neolítica ... El mundo no está hecho de piedras más de lo que pueda estarlo de sonidos fugaces y de olas que discurren sobre el mar. (77)
Si el mundo estuviera hecho de cosas, por otra parte, ¿cuáles serían esas cosas? ¿Los átomos, que ya hemos descubierto que a su vez están compuestos de partículas más pequeñas? ¿Las partículas elementales, que ya hemos descubierto que no son otra cosa que excitaciones efímeras de un campo? (...) No podemos concebir el mundo físico como hecho de cosas, de entes; no funciona.
Sí funciona, en cambio, concebir el mundo como una red de eventos: unos más simples, y otros más complejos, que a su vez se pueden descomponer en combinaciones de eventos más simples. Vayan algunos ejemplos. Una guerra no es una cosa: es un conjunto de eventos. Una nube sobre una montaña no es una cosa: es la condensación de la humedad del aire a medida que el viento remonta la montaña. Una ola no es una cosa: es un movimiento de agua; el agua que la dibuja es siempre distinta. (...)
Durante mucho tiempo hemos tratado de comprender el mundo en términos de alguna substancia primaria. La física ha perseguido esa sustancia primaria quizá más que ninguna otra disciplina. Pero, cuanto más lo estudiamos, menos comprensible parece el mundo en términos de algo que es; en cambio, parece resultar más comprensible en término de relaciones entre acontecimientos. (77-78)
Las propias “cosas” son solo acontecimientos que se mantienen uniformes durante un rato. Antes de retornar al polvo. Porque obviamente, antes o después, todo retorna al polvo.
La ausencia del tiempo no significa, pues, que todo esté congelado e inmóvil; significa que el incesante acontecer en el que se afana el mundo no está ordenado por una línea temporal, no está medido por un gigantesco tictac. Ni siquiera configura una geometría tetradimensional. Es una inmensa y desordenada red de eventos cuánticos. El mundo se parece más a Nápoles que a Singapur.
Si por “tiempo” entendemos únicamente el acontecer, entonces todo es tiempo: solo existe lo que es en el tiempo. (81)

Carlo Rovelli, El orden del tiempo, Anagrama, Barna 2019


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