Austeritat i creixement dels populismes.



El multimillonario inversor Ray Dalio afirmaba hace unos días que el capitalismo no está funcionando para la mayoría de la gente. Y algo parecido afirmaba un directivo de una gestora de fondos de inversión en la city londinense la semana pasada. Economistas de esta última firma, a la hora de explicar el crecimiento de los populismos, hacían referencia a que, a nivel global, no se han visto progresos en los estándares de vida desde el año 2008 y a que en particular en Italia los salarios reales sólo han crecido un 4% desde el año 2000.

Subyace en todo ello una crítica a las políticas de austeridad que se han desarrollado durante la crisis; a la falta de medidas económicas acertadas que podrían haber pasado por un mayor intervencionismo para impulsar la transformación de sistemas productivos obsoletos; y a políticas laborales que han mantenido los salarios deprimidos para que las plusvalías y los márgenes empresariales aumentaran sin que ello revirtiera en mayores inversiones y en una mayor generación de riqueza y empleo.

En definitiva, insistir en las políticas liberalizadoras en lo fiscal y en lo laboral ha engordado los beneficios empresariales, ha hinchado los precios de las acciones y ha debilitado los derechos de los trabajadores, de quienes ahora viven en los márgenes del mercado laboral o de los que se han visto directamente excluidos para siempre.

La gestión de la crisis ha llevado a una acentuación del proceso de acumulación de riqueza, proceso en el que también han participado los bancos centrales: sus inyecciones de dinero, sin medidas redistribuidoras por parte de los Estados, no han sido todo lo eficaces que se hubiera deseado para cerrar las heridas de la crisis.

De todas maneras, organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial llevan años avisando de lo disfuncionales que son la pobreza y la desigualdad para el capitalismo, pero no por ello han dejado de aconsejar políticas cuyos resultados más probables son los males que teóricamente dicen querer evitar. No hay que descartar que algunas de sus denuncias sean obra de los magos de las relaciones públicas para mejorar la deteriorada imagen de estas instituciones.

Tras escribir todo esto, a la hora de la verdad, y a los hechos nos remitimos, si se ve en la tesitura de tener que elegir entre el neofascista Bolsonaro con su ministro de economía de la Escuela de Chicago con una agenda privatizadora y Haddad, del Partido de los Trabajadores, contrario al desguace del Estado, el mercado (es decir, sus participantes) acaba prefieriendo al primero y temiendo al segundo. Quizás porque los intereses son los que moldean la ideología.


Cristina Vallejo, La ideología y los intereses, fronterad 19/11/2018

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