Les conseqüències del trencament del contracte social.



Las relaciones entre democracia y capitalismo han sido siempre inestables. Después de las dos Guerras Mundiales y durante más de seis décadas, ambos términos lograron un cierto equilibrio hasta el punto de que llegó a entenderse que la una no podía vivir sin el otro, y viceversa. Las contradicciones (por ejemplo, el franquismo, el pinochetismo, China…) eran tratadas como anomalías históricas. Desde el año 2008, el binomio democracia y capitalismo se ha torcido a favor del segundo, y la percepción ciudadana, a través de los sondeos, es nítida: los poderes económicos (no representativos) se han impuesto a los poderes políticos (representativos) y los han derrotado una y otra vez.

El sociólogo alemán Wolfgang Streeck analiza cómo los antiguos adversarios (democracia y capitalismo) lograron su reconciliación a través del contrato social de la posguerra, y cómo los abusos del capitalismo han resucitado la vieja cuestión sobre su compatibilidad. Hasta bien entrado el siglo XX los capitalistas temían que las mayorías democráticas abolieran la propiedad privada (el comunismo), mientras que los trabajadores y sus organizaciones se inquietaban por la posibilidad de que los capitalistas financiaran la vuelta a un régimen autoritario que defendiera sus privilegios (los fascismos). Paradójicamente fue durante la Guerra Fría cuando parecieron alinearse juntos capitalismo y democracia, cuando el progreso económico y la protección social hizo posible que la mayoría de los trabajadores aceptase un régimen de libre mercado y propiedad privada, “resaltando a la vez que la libertad democrática era inseparable y, de hecho, dependiente de la libertad de los mercados y la búsqueda de beneficios”.

Muchos ciudadanos sufren la sensación cotidiana de que la política es impotente para resolver sus problemas económicos, para cambiar sus vidas a mejor. La democracia está detenida o avanza a sorbos y pierde calidad, mientras el capitalismo ha devenido en el único sistema económico realmente existente y muchas veces va acompañado de ausencias de frenos y regulaciones, y de atracos, escándalos y complicidades con el sistema político. 

Parecería que estamos alejándonos de las tesis del liberal John Stuart Mill, que un día fueron asumidas por la mayor parte de la ciudadanía, de que el capitalismo es el sistema más racional de producción y la democracia el único orden político congruente para ciudadanos libres. Peligroso demarraje.

Joaquín Estefanía, La organización de la desconfianza, El País 17/11/2018

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