Un món sense conclusions (Byung-Chul Han).

Resultat d'imatges de cierra los ojos

El tiempo del silencio

Hegel escribe en la Ciencia de la lógica: “Todo lo racional es una conclusión”. Para Hegel la conclusión no es una categoría de la lógica formal. Se da una conclusión cuando el principio y el final de un proceso ofrecen una conexión con sentido, una unidad con sentido, cuando están enlazados entre sí. Así, la narración es una conclusión. En virtud de su conclusión produce un sentido. También los rituales y las ceremonias son formas de conclusión. Así tienen su propio tiempo, su propio ritmo y compás. Constituyen procesos narrativos, que se sustraen a la aceleración. Sería un sacrilegio acelerar la acción de un sacrificio. En cambio, el procesador puede acelerarse sin fin, porque no trabaja narrativamente, sino tan sólo de modo aditivo. Las narraciones no pueden acelerarse por capricho. La aceleración destruye su propia estructura peculiar de sentido y de tiempo. Es inquietante en la actual experiencia del tiempo no la aceleración como tal, sino la falta de conclusión, es decir, la falta de compás y ritmo en las cosas.

No sólo el tiempo narrativo es una conclusión. También es una conclusión el instante que hace feliz y llena, pues está cerrado en sí mismo. En cierto modo no tiene nada a su alrededor. Descansa en sí y se basta a sí mismo. Y así carece de pasado y futuro, de recuerdo y expectativa, es decir, de cuidado en el sentido de Heidegger. Llena de dicha esta ausencia de cuidado. Pero vivimos necesariamente más de un instante. Y así caemos de él ineludiblemente. En lo sucesivo nos acordamos de él como un momento. Por eso, tal instante se distingue del tiempo narrativo, que tiene otra forma de duración distinta por completo.

Barthes, en su estudio de fotografía, La cámara lúcida, cita a Kafka: “Mis historias son algo así como cerrar los ojos”. Y observa a este respecto: “La fotografía ha de ser silenciosa. Eso no es una cuestión de ­discreción, sino de música. La subjetividad absoluta se alcanza solamente en un estado de silencio, de esfuerzo por el silencio (cerrar los ojos significa hacer que la imagen hable en el silencio)”. La subjetividad absoluta es la subjetividad en forma de conclusión. Sin silencio se dispersa y no puede volver a sí misma. Y sin retorno no puede cerrarse. Se hace depresiva.

Las actuales imágenes digitales carecen de silencio y, por tanto, de música, e incluso de aroma. También el aroma es una forma de conclusión. Las imágenes sin silencio no hablan o narran, sino que hacen ruido. Frente a estas imágenes que zumban no se pueden cerrar los ojos. El ojo cerrado es dibujarse la conclusión. Hoy la percepción es incapaz de conclusión, pues hace zapping a través de una red digital sin fin. El rápido cambio de imágenes imposibilita cerrar los ojos, pues esto presupone una demora contemplativa. Las imágenes están construidas hoy de tal manera que no es posible cerrar los ojos. Entre ellas y el ojo se produce un contacto inmediato, que no admite ninguna distancia contemplativa. La coacción a la permanente vigilia y visibilidad dificulta cerrar los ojos. La transparencia es la expresión de la hipervigilia e hipervisibilidad.

El tiempo bueno

El cauce narrativo es estrecho. Por esa razón es muy selectivo y no produce ninguna masa de información. La información es una categoría posnarrativa. La negatividad de la narración impide la proliferación y masificación de lo positivo. En contraposición a la memoria, que muestra una estructura narrativa, la información carece de historia, es decir, de conclusión. Es meramente aditiva. La memoria se convierte hoy en un montón de basura y de datos, pierde su condición narrativa y pasa a ser un trastero (Paul Virilio), que está lleno a tope de masas de todas las posibles imágenes, mal conservadas y desordenadas por completo, y de símbolos gastados. En el trastero las cosas se limitan a estar las unas junto a las otras. No están estratificadas. Por eso les falta la historia, es decir, el sentido. El trastero no puede ni recordar ni olvidar. Toda la historia del pasado, como la utopía, la revolución y el mito, fluye hoy hacia la máquina de la información como hacia un estanque con un muro de contención, que luego arroja fuera poshistorias (datos sin conclusión) consumibles cada vez con mayor rapidez. La información no es ninguna conclusión. Por eso tiende a proliferar y masificarse. En eso se distingue tanto del saber como del conocimiento y de la verdad. Esta lleva inherente la negatividad de lo exclusivo, que se convierte en la figura contraria a la información.

La aceleración tiene su causa en la incapacidad general de concluir y terminar. El tiempo se lo lleva todo consigo porque en ningún lugar llega a la conclusión y a la terminación. Por tanto, la aceleración es la expresión de una ruptura de dique temporal. Ya no existen muros que regulen el flujo del tiempo, que lo articulen o le den ritmo, que puedan contenerlo o sostenerlo, dándole soporte en el doble sentido de demorar y sostener. Donde el tiempo pierde todo ritmo, donde se precipita en lo abierto y vacío sin soporte ni dirección, desaparece también todo tiempo justo o bueno.

En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, comienza significativamente con la expresión: “Durante mucho tiempo me acosté a buena hora”. A buena hora significa en el tiempo debido (justo). Esa hora promete la dicha. Es la imagen contraria a la mala infinitud, al tiempo vacío, vaciado de sentido. El buen sueño es una conclusión. En cambio, el sujeto agotado del rendimiento duerme tal como se duerme una pierna. Eso no es ninguna forma de conclusión. También el insomnio viene de la incapacidad de concluir. Para dormir, hay que concluir el día. Hoy cerramos los ojos, si es que los cerramos, por cansancio y agotamiento. Sería más acertada la formulación: simplemente los ojos se cierran, lo cual no es ninguna conclusión.

El tiempo de la fiesta

Hoy día las cosas ligadas al tiempo envejecen mucho más deprisa que antes. Caen rápidamente en el pasado y se sustraen a la atención. El presente se reduce a la punta de la actualidad. Así el tiempo pierde duración. La causa del encogimiento del presente y de la duración que desaparece no es la aceleración, contra lo que se cree de manera errónea. Más bien, el tiempo, a manera de un alud, se precipita hacia adelante porque no tiene ya ningún soporte. Aquellas puntas del presente entre las que no hay ninguna fuerza de atracción temporal y ninguna tensión, pues son meramente aditivas, desatan el arrastre del tiempo, que conduce a la aceleración sin dirección, es decir, sin sentido.

El depresivo no es capaz de ninguna conclusión. Y sin conclusión se desvanece todo. No se forma ninguna imagen propia estable, que sería también una forma de conclusión. No es casual que la indecisión, la incapacidad de resolución, sea un síntoma de la depresión. La depresión es característica de un tiempo en el que se ha perdido la capacidad de concluir, de terminar. También el pensamiento presupone la capacidad de concluir, de mantenerse dentro y demorarse. En eso se distingue del cálculo. Así el pensamiento no se puede acelerar por capricho, en contraposición al cálculo. Los síntomas del information fatigue syndrome (IFS), es decir, del cansancio de la información, incluyen la incapacidad de pensar analíticamente. Tal síndrome es la incapacidad de concluir e inferir. Por tanto, la masa de información acelerada ahoga el pensamiento. También el pensamiento necesita un silencio. Hay que poder cerrar los ojos.

El sujeto del rendimiento es incapaz de concluir. Se rompe bajo la coacción de tener que producir cada vez más. Precisamente esta incapacidad de cerrar y concluir conduce al síndrome de burn-out. Y en un mundo donde la conclusión y la termi­nación han dado paso a una con­tinuación sin final ni dirección, no es posible morir, pues también morir presupone la capacidad de concluir la vida. Quien no es capaz de morir a su debido tiempo, tiene que sucumbir a destiempo.

El tiempo de la fiesta no es un periodo de distensión o distracción. La fiesta es ella misma una forma de terminación. Hace que comience un tiempo completamente distinto. La fiesta, como las celebraciones en los tiempos originarios, procede del contexto religioso. La palabra latina feriae tiene un origen sagrado y significa el tiempo destinado a las acciones religiosas. Fatum es un lugar sagrado, consagrado a la divinidad, o sea, es el lugar de culto destinado a la acción religiosa. La fiesta comienza donde termina el trabajo como acción pro-fana (literalmente: que está ante el circuito sagrado). El tiempo de la fiesta es diametralmente opuesto al tiempo de trabajo. La terminación del trabajo, como víspera de la fiesta, anuncia un tiempo sagrado. Si se suprime esa frontera o ese umbral, que separa lo sagrado de lo profano, queda sólo lo banal y cotidiano, es decir, el mero tiempo de trabajo. Y el imperativo del rendimiento lo explota.

La sociedad del cansancio toma al tiempo mismo como rehén. Lo encadena al trabajo y lo transforma en tiempo de trabajo. El tiempo de trabajo es un tiempo sin conclusión, sin principio ni fin. No exhala aroma. La pausa, como pausa de trabajo, no marca ningún otro tiempo. Es sólo una fase del tiempo de trabajo. Hoy no tenemos más tiempo que el del trabajo. El tiempo de trabajo se ha totalizado como el único tiempo. Hace mucho que hemos perdido el tiempo de la fiesta. Nos es completamente extraño el final del trabajo como final de la fiesta. Nos llevamos el tiempo de trabajo no sólo a las vacaciones, sino también al sueño. Por eso hoy dormimos tan inquietos. En este sentido también la relajación es un mero modo del trabajo, en cuanto sirve a la organización de la fuerza de trabajo. El recreo no es lo otro del trabajo, sino su producto. Tampoco la desaceleración o la lentitud por sí solas pueden engendrar otro tiempo. Es también una consecuencia del tiempo de trabajo acelerado. Ralentiza solamente el tiempo de trabajo, sin transformarlo en otro tiempo. En contraposición a la opinión difundida entre una mayoría, la desaceleración no elimina la crisis actual del tiempo, es más, la enfermedad de la época. La desaceleración no produce ninguna curación. Más bien, ella es un mero síntoma. Con el síntoma no puede curarse la enfermedad. Hoy es necesaria una revolución del tiempo, que produzca otro tiempo, un tiempo del otro, que no sería el del trabajo, una revolución del tiempo que devuelva a este su aroma.

El tiempo del otro

El amor como lo absoluto es para Hegel una conclusión. El amante ciertamente muere en el otro, pero esta muerte va seguida de un retorno a sí mismo. Ahora bien, el retorno a sí mismo desde el otro lo es todo menos una apropiación violenta del otro, modalidad que algunos han convertido falsamente en figura principal del pensamiento hegeliano. Hoy no habría que leer a Hegel tal como nos han enseñado Derrida, Deleuze o Bataille, tendríamos que leerlo de otra manera. El retorno a sí mismo no es ninguna apropiación; más bien, es el don del otro, donación a la que precede la renuncia a sí mismo, el abandono de sí mismo. La conclusión es absoluta porque no es limitada. Una conclusión limitada significa que tan sólo me apropio una parte del otro, permaneciendo yo intacto en mí mismo. El amor como conclusión absoluta presupone una suspensión del sí mismo. Es transformación. El abrazo amoroso es otro signo visible de la conclusión. La declaración de amor es una promesa, que tiene una duración, que produce un claro en el tiempo. La fidelidad es ella misma una forma de conclusión, que introduce una eternidad en el tiempo. Es una inclusión de la eternidad en el tiempo.

La comunicación humana sólo funda sentido por el hecho de que constituye una forma de conclusión. El hombre comunica para sustraerse a la muerte y dar un sentido a la vida. El diálogo representa una bella forma de conclusión. Por eso puede fundar sentido. Es una comunicación con un tú. También la oración es un diálogo. En palabras de Martin Buber, Dios es un tú eterno. La red digital no es ninguna forma de conclusión. Y por eso la comunicación digital es incapaz de diálogo. Hoy se hace narcisista y se conduce a que el otro desaparezca. El vacío de sentido hace que la comunicación se produzca sin pausa ni interrupción. El vacío en la comunicación se presenta como muerte, que se procura encubrir con toda rapidez mediante más comunicación. Pero eso es una empresa desesperada. Una comunicación fundadora de sentido como diálogo se guarda de la aceleración.

El tiempo que puede acelerarse es el tiempo-yo. Es el tiempo que yo me tomo, y conduce a la penuria de tiempo. Pero hay también otro tiempo, el tiempo del otro, un tiempo que yo doy al otro. El tiempo del otro como don no puede acelerarse, se sustrae también al trabajo y al rendimiento, que exige siempre mi tiempo. La política del tiempo en el neoliberalismo suprime el tiempo del otro, pues esta modalidad temporal no trae rendimiento. En contraposición al tiempo-yo, que es aislado e individualizado, el tiempo del otro funda la comunidad. Solamente el tiempo del otro rescata al yo narcisista de la depresión y del agotamiento.

A deshora

Hace algunos años, en el festival CTM de música experimental y electrónica, sucedió que, en un grupo de death metal, surgió la seria preocupación de cómo habría de terminar una pieza musical en proceso de ejecución. Propiamente eso no es posible. Una música que en su estructura no implica ninguna conclusión no puede terminarse con sentido. Los músicos del grupo de death metal quedaron muy aliviados cuando los altavoces ardieron por sobrecarga. La solución llegó como catástrofe. De manera tan abrupta, a deshora y, en definitiva, catastrófica, terminará también nuestro mundo, que se acelera cada vez más por falta de una forma de conclusión.


El tiempo de la despreocupación. 

Cuando alguien ha gozado de una mañana de la vida activa y rica en tormentas, sobre la hora del mediodía de la vida se apodera de su alma una singular avidez de quietud, que puede durar lunas y años. Él queda rodeado de silencio, las voces suenan lejos y más lejos, el sol brilla recto sobre su cabeza. En una oculta pradera del bosque ve al gran Pan durmiendo: todas las cosas de la naturaleza se han dormido con él, le parece ver una eternidad en la cara. No quiere nada, no se preocupa de nada, su corazón calla, sólo vive su ojo, –es una eternidad con ojos despiertos.

Byung-Chul Han, Por favor, cierra los ojos, La Vanguardia 09/07/2016
traducción: Raúl Gabás

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