Piratas de hoy


Asegura Plutarco que Alejandro de Macedonia reconocía
con disgusto que “el sueño y el acto de generación me revelan siempre que soy humano”. Es decir, me muestran que soy como todos, uno más del montón, un fulano de tal, cosa que no debió de
gustarle al Magno por excelencia. Pero no sólo el dormir y el apareamiento emparejan a los humanos. La verdad es que los
humanos siempre actúan igual, o hacen lo mismo, aunque los hechos que se realizan nunca se repiten (Voltaire). O como
afirmó malhumorado Schopenhauer:“Basta leer un capítulo de Tácito para abarcar toda la historia universal.” Dados estos antecedentes no tiene nada de raro que piratas anden de nuevo navegando a toda vela, no por la Tortuga, Barbados o Maracaibo, sino en una geografía más opaca, pero igualmente desesperada, supongo, allá por el Cuerno de África.
Donde hay barcos hay y habrá piratas. Ya el Gran Pompeyo (así lo llamaban) limpió de piratas el Mediterráneo; y al muy joven Julio César los piratas que lo secuestraron le dieron oportunidad de entrenarse en pronunciar frases célebres y desenvolver acciones asombrosas.
Pero bien pensado, ¿qué son Julio César o Pompeyo frente a Sandokan o los corsarios Negro, Rojo o Verde? Y son inolvidables tres películas, dos con Errol Flynn, una con Tyrone Power, las tres basadas en novelas de un cumplido novelista, hoy olvidado, Rafael Sabatini, El Capitán Sangre, El Halcón de los Mares (que era un barco, predador, como su nombre lo indica) y El Cisne Negro (nombre de otro barco). Las películas de Flynn nos enseñaron el juego “Remen, remen, perros ingleses”, que incluía azotes a los galeotes (que, claro, siempre escapaban, el juego consistía en discurrir cómo escapaban). No me olvido de que Rafael Bernal, creador del inmortal Filiberto García, tiene un libro de piratas titulado El mar a sangre y fuego. Y tan plácida memoria de la pólvora y el abordaje imaginarios viene hoy a perturbarse con la menesterosa realidad de piratas en lanchas de motor fuera de borda y metralletas. Pero la misma mirada ansiosa y los dientes apretados a la hora del abordaje, suponemos. A los piratas de hoy no les gusta que los llamen piratas, prefieren que los llamen, curiosamente, guardacostas. Es gente muy joven (parece), en la de mayor incuria, la más pobre y desamparada de la tierra, naturales paupérrimos de un país colapsado. Y por más que hago, me apresuro a confesarlo, no logro tomar partido por las riquísimas compañías navieras que ellos asaltan y esquilman sino por estos criminales, como se insiste en llamarlos, como llamaba a Sandokan y a los suyos la gente de razón (y cuenta de banco). De cualquier manera, su proliferación prueba una vez más que los ejércitos poderosos armados hasta los dientes con la más moderna tecnología de guerra parecen ser impotentes ante lo pequeño, rústico, atrasado, las cerbatanas en la selva, digamos, o las lanchas ligeras y rápidas como caballos de carreras en la inmensidad del mar.

Hugo Hiriart, Lo mismo y lo diferente. Cartas desde Harvard, Letras Libres (junio 2009)

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