Polític en venda.
La mayoría de los españoles cree que el nuestro es un país más corrupto que Italia, Marruecos o incluso China, según el último barómetro del Instituto Real Elcano. Algunos autores publican que somos endémicamente corruptos. Nada de esto es cierto.
En términos absolutos, estamos en el lugar número 30 de la lista de
países por corrupción en 2012 elaborada por Transparencia Internacional.
Este ranking de limpieza de las instituciones públicas lo encabeza
Finlandia y lo cierra Sudán, en la posición número 174, y se apoya en
los datos de percepción de la corrupción elaborados en base a encuestas
de opinión. China ocupa la posición 80 y Marruecos, la 88.
Especialmente interesante es la comparación con Estados Unidos, para
muchos adalid del buen gobierno y la democracia. En la lista de
Transparencia Internacional, se sitúa en la posición 18, con un grado de
limpieza de 78 sobre 100, frente al 65 de España.
En Estados Unidos la percepción de la corrupción pública es menor que
en España. Eso es, entre otras cosas, porque ésta allí está legalizada e
incorporada en el sistema.
Una de las claves para que un sector público se considere limpio es
que el sector privado no pueda comprar favores políticos a cambio de
dinero. Pero Washington es, en ese sentido, un mercado persa donde las
empresas pagan las campañas de los congresistas encargados de las
comisiones que los regulan, o donde los prohombres de la economía suelen
codearse con los prohombres de la política a los que han ayudado a
conseguir su puesto.
Gran parte de este entramado es trasparente, eso sí. Los gastos
electorales los revisa la Comisión Federal Electoral (FEC); los datos de
lobying o cabildeo se publican en la Oficina del Senado para
los Estamentos Públicos y hay comités del Senado, de la Cámara y del
Ejecutivo para revisar la ética de las contribuciones.
Pero la ecuación no cambia. Cuando gran parte de los políticos están a
la venta y dependen, fuertemente, del dinero privado para su elección,
el sistema democrático sufre una profunda distorsión. Algunos lo llaman corporatocracia:
son las grandes empresas las que presionan para poner y quitar
ayuntamientos, gobiernos estatales, congresistas o presidentes.
En este sentido, y por comparación, España es un país mucho menos
corrupto que Estados Unidos. En Washington comprar políticos es, en
general, legal; en Madrid, no.
Estados Unidos permite las donaciones anónimas; España, no
En teoría, todo contribuyente estadounidense ha de desvelar las
contribuciones directas que realiza a los candidatos o a los partidos,
pero las aportaciones indirectas, a través de los Super Comités de
Acción Política (los llamados Super PAC), no tienen por qué hacerse
públicas. Es decir, que un empresario o un sindicato pueden entregar una
cantidad ilimitada de dinero a un Super PAC y hacerlo de forma anónima.
Éste puede operar para favorecer a un candidato o destruir al
contrario, normalmente comprando un espacio comercial en las
televisiones y emitiendo anuncios políticos, la principal herramienta de
propaganda en el sistema político estadounidense.
Estos comités pueden operar sin límites con ese dinero, con el único
requisito legal de que no haya coordinación entre la campaña del
candidato y el Super PAC. Un requisito irrelevante que se circunvala de
la siguiente forma: los Super PAC los forman ex asesores de la campaña
que saben perfectamente cuál es el objetivo. Por ejemplo, el Super PAC
republicano “Restaurar nuestro futuro” (Restore Our Future) fue creado
por antiguos miembros de la campaña de Mitt Romney y se gastó 142
millones de dólares (unos 100 millones de euros). American Crossroads,
el gestionado por el muñidor republicano Karl Rove, 91 millones.
“Acciones Prioridad USA” (Priorities USA Action), el demócrata, puso 66
millones sobre el tapete.
En total, estos grupos presuntamente independientes se han gastado al
menos 534 millones de dólares en las últimas presidenciales, según el
diario The New York Times. La mayoría (426 millones) fue desembolsada por los republicanos.
Estados Unidos permite las donaciones ilimitadas; España no
En el año 2010 el Tribunal Supremo estadounidense decidió que no era
inconstitucional que las empresas donaran dinero sin límite a los
partidos políticos o a los candidatos. El argumento judicial venía a ser
el siguiente: la Constitución protege la libertad de expresión de los
ciudadanos; las corporaciones son como ciudadanos y por tanto tienen
derecho a la libertad de expresión. Para las empresas, el uso del dinero
en política equivale a la libre expresión de su opinión. Por tanto, del
mismo modo que se respeta la libertad de expresión en un ciudadano ha
de respetarse el uso del dinero en política por parte de grandes
compañías.
El dinero de verdad (the big money, como lo llaman en EE UU)
suele estar más del lado republicano. Los hermanos Koch, magnates de
las industrias del mismo nombre, son los temidos mecenas que ponen y
quitan reyes en el viejo Gran Partido Republicano (GOP). Sheldon
Adelson, el multimillonario de los casinos, ha entregado, a través de
sus empresas Las Vegas Sand y Adelson Drug Clinic un total de 95
millones directos a los distintos candidatos republicanos. Otras
empresas como Contran Corp o Perry Homes han dado 31 y 23 millones
respectivamente, todo según datos oficiales recopilados por OpenSecrets.org.
El centro izquierda también depende, aunque en menor instancia, de
grandes financiadores: sin el sindicato de profesores ASSN o el de
trabajadores del automóvil United Auto Workers, los demócratas no sólo
habrían tenido 30 millones de dólares menos en contribuciones directas,
sino que habrían perdido una cantidad que se desconoce en dinero
indirecto de donaciones particulares de sus millones de miembros.
Estados Unidos permite las contribuciones de empresas contratadas por el Gobierno; España no
La empresa de defensa Lockheed Martin se convirtió en 2008 en la
compañía que más cobró por contratos con el Estado de la historia del
país: 36.000 millones de dólares (un tercio de lo gastado en educación,
por ejemplo), según cálculos de FedSpending.org.
Al mismo tiempo, la corporación es la principal contribuyente de Howard
McKeon, el jefe del Comité de Servicios Armados de la Cámara de
representantes.
Muchas otras grandes empresas se gastan cada año decenas de millones de dólares en cabilderos de la calle K,
la conocida avenida de Washington repleta de empresas de presión
política, a escasa distancia del Capitolio y de la Casa Blanca. Allí, un
ejército de abogados, muñidores, ex congresistas o ex trabajadores del
Congreso cobran salarios de centenares de miles de dólares por utilizar
sus agendas de contactos con los legisladores de EE UU. Es de esta
forma, por ejemplo, que los grandes bancos han conseguido aguar hasta la
máxima dilución posible gran parte de las regulaciones de la ley de
reforma del sistema financiero (el Acta Dodd-Frank para la Regulación de
Wall Street y la protección del Consumidor) o, directamente, impedir la
implementación de muchas de ellas.
En Estados Unidos las campañas son, ajustadas por tamaño, tres veces más caras que en España
La última campaña electoral, la que terminó esencialmente con el
mismo resultado vigente (Barack Obama presidente; el Congreso dividido
entre el Senado demócrata y la Cámara de Representantes republicana)
costó nada menos que 2.000 millones de dólares. Fue con diferencia la
más cara de la historia, una vez ajustada por la inflación. Con el
dinero se pagaron vuelos, publicistas, consejeros de campaña, anuncios
de televisión, anuncios de prensa, pancartas, abogados, coches, chóferes
y, en fin, todo lo que uno necesita para recorrer y hacer campaña en un
país con 50 estados. Esos 2.000 millones de dólares son del orden de 40
veces más de lo que se gasta en España en una campaña (65 millones de
dólares en 2012). ¿Estados Unidos tiene más gente y todo es más caro?
Cierto en parte, pero el PIB es 16 veces superior, no 40.
Hay que tener en cuenta las diferencias en la cultura política: en EE
UU las campañas duran más (meses frente a las dos semanas españolas), y
se hacen a pie de calle además de en los estudios de televisión. Pero
el coste creciente está ruborizando a propios y extraños. Para empezar
porque algunos dudan de que este gasto influya de forma decisiva en un
sentido o en otro, pero deja a los políticos debiendo favores a sus
financiadores. Segundo, porque la necesidad de tanto cash
esencialmente liquida las oportunidades de los candidatos que no tengan
muchos padrinos detrás. Esto se percibe más en las “primarias”, los
procesos de selección en los que cada partido elige a su candidato. Ahí
el dinero es la clave: si Sheldon Adelson te da un cheque en blanco como
a Newt Gingrich en el partido republicano, subes; si andas corto de
fondos como Gary Johnson , tus posibilidades de aparecer en los grandes
medios o ser invitado a los debates desaparecen.
Y, además, en Estados Unidos hay decenas de condenados por corrupción política
Sólo en el último año, de forma estatal, se ha condenado por
extorsión, soborno, financiación ilegal, fraude electoral o
enriquecimiento ilícito a, al menos, una docena de representantes de
estados como Arizona, Illinois, Chicago, Indiana, Nueva Jersey o
Massachussets. En 2010 el caso de mayor envergadura fue el de la condena
del gobernador de Illinois, entre otros. En 2009, un representante de
Luisiana y otro de Alaska. La lista es larga.
Mario Saavedra, ¿Y si legalizamos la corrupción?, esglobal, 18/03/2013
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