Conviure amb les paradoxes.

 


Situaciones y afirmaciones que más bien se rigen por ideas opuestas coinciden en ocurrir, coinciden al ocurrir, y a su modo conviven. También en un decir, en un pensar. Por muy paradójico que sea. Cabe considerar que es aparentemente contradictorio, que parece imposible, pero sucede. Más aún, a pesar de resultar en cierta medida algo absurdo, se presenta con aires de verdad. Y no es un engaño. Entonces pretendemos mostrar su inconsistencia o su incongruencia, pero no pocas veces soporta lógicamente el envite. Tenemos tendencia a atribuirlo a un mero juego de palabras o a una imprecisión o a una fantasía del lenguaje, a una estrategia artística, a una estratagema interesada, en definitiva, a la búsqueda de un efecto perseguido. Pero la paradoja no es un ardid, ni un simple recurso. Es un modo de responder a una realidad que sólo en ella y como ella se presenta. En ocasiones, no es que sólo sea paradójico lo que decimos, es que es paradójico aquello que se dice en lo que decimos. Y no hay mejor manera de corresponder que asumir con todas sus consecuencias que es así.

Pero la cuestión es aún más atractiva y sugerente. “La fuerza  de las paradojas reside en que no son contradictorias, sino que nos hacen asistir a la génesis de la contradicción.” Gilles Deleuze encuentra en la obra de Lewis Carroll la inestimable compañía de Alicia para mostrar hasta qué punto la paradoja se opone literalmente a la doxa, al llamado buen sentido y al sentido común. Aquello supuestamente inviable que coincide en ser no se dilucida separándolo en dos direcciones irreconciliables, ni instaurando un sentido único. Los amigos de zanjar por lo sano se encuentran en una situación apurada. El sentido no se despliega como esas decisiones adoptadas de una vez por todas y que hay que limitarse a seguir en cualquier caso. Parecería coherencia, pero sería inconsistencia, simplismo. “El principio de contradicción se aplica a lo real y a lo posible, pero no a lo imposible, de lo que deriva, es  decir, a las paradojas.” La insistencia en La lógica del sentido en que no es posible determinar un sentido único en general, que una vez dado hay que limitarse a seguir, pone en cuestión a quienes siempre lo ven claro, dado que a su juicio basta con continuar, con incidir, con persistir. José Ángel Valente nos previene: “Lo peor es creer tener razón, por haberla tenido”.

La paradoja como pasión descubre que si no se pueden separar dos direcciones es porque se dan a la vez, a la par, simultáneamente. Y lo incongruente consistiría en pensar que deja de suceder por el mero hecho de olvidarla y de atenernos al llamado sentido común, tan necesario como controvertido e insuficiente. Todos parecemos estar de acuerdo en su importancia, y no pocas veces en desacuerdo sobre lo que en cada caso concreto supone. No es una panacea, sino que ha de ampararse en las buenas razones compartidas. Y en las ajustadas decisiones. Y aquí finaliza el recurso a su simple advocación. Es el sentido mismo el que es objeto de las paradojas, dado que incorpora a su vez el no-sentido. El no-sentido está en una relación interior original con el sentido. Y esto sí que es lo común del sentido: ni sentido único, ni identidades fijas.

El futuro y el pasado conviven, como el más y el menos, lo activo y lo pasivo, la causa y el efecto. Es el lenguaje el que fija los límites y el que los sobrepasa, produciendo verdaderas inversiones. “El devenir no soporta la separación del antes y del después, del pasado y del futuro. Pertenece a la esencia del devenir avanzar, tirar en los dos sentidos a la vez”. Esta convivencia, esta coincidencia de hecho de lo que parecemos entender aisladamente nos alerta de algunas dilucidaciones, sin duda interesantes tácticamente, incluso necesarias conceptualmente, pero que no pueden sostenerse en la ingenuidad de establecer como separado lo que sólo en su articulación responde a lo que hay. Las paradojas nos previenen de quienes confunden la claridad de ideas con su aislamiento. Conjugan y aglutinan lo que nuestra comodidad prefiere deslindado. No son mezcla sino relación en un mismo espacio y tiempo.

Podría pensarse que, amparados en esta complejidad, hay buenas razones para la comodidad de situarse en el terreno de lo inevitable. Al contrario, es el espacio el que no se disuelve por sí mismo con el simple hacer de sus contradicciones internas. Exige resolución. Es el tiempo de la decisión difícil, la que no siempre es inexorable, la que es discutible y reabre nuevas cuestiones, la que problematiza, no sin ello dejar de procurar novedades e innovación, también imprescindibles. La paradoja como pasión muestra que no se puede instaurar un sentido único y limitarse a aguardar sus efectos, con la confianza en el buen sentido y el sentido común.

No pocas veces es preciso convivir con determinadas paradojas y ello no significa inevitablemente asumirlas. En ocasiones el análisis ha de desenredar esa exquisita madeja que trenza lo aparentemente irreconciliable. Pero otras es preciso reforzar las situaciones paradójicas, como espacio de mutua pertenencia a aquello que parece contradictorio. Y ha de hacerse, no por adecuación, sino por correspondencia con una realidad que muestra sus aristas y sus perfiles, asumiendo y desbordando la lógica, a la que Nietzsche no descalificó, antes bien engrandeció, al denominarla “la ficción suprema”. No un modo de fingir, sino de aproximar, de mirar y de hacer ser. Las paradojas no sólo reflejan realidad, generan otras posibilidades. Sin embargo, se trata de preferir y de elegir en ese contexto de incertidumbre, sin tratar de solventar lo que ocurre con la simple remisión a lo que nuestro lenguaje, nuestras imágenes, nuestros conceptos, nos ofrecen. Hay quienes proclaman que actúan por nuestro bien, eso sí, haciéndonos mal. Mientras, dicen buscar lo mejor, eso sí, haciéndonos estar peor. A veces lo paradójico convive con lo incongruente.

Ángel Gabilondo, Paradójico, El salto del Ángel, 26/03/2013

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