"El món en el que pensem no és el món en el que vivim" (Bachelard).
Gaston Bachelard |
Quizá la cuestión es
otra, y lo que en verdad pensamos es lo que vivimos y lo que vivimos es lo que
pensamos. Se trataría de un ejercicio de adecuación,
de correspondencia y de recíproca influencia. Sin embargo, pensar no
parece ser una mera entrega a lo que ya vivimos. O, tal vez, esto de ofrecerse
a lo que viene pasando no sea del todo vivir. Y, además, algo, y no poco, se resiste a lo que pensamos, por más
que no dejemos de creer que estamos haciéndolo. Es como si lo que sucede fuera a
otro paso, al suyo, indiferente a lo que decimos pensar. Así que ocuparse en
hacerlo parecería propio de personas insensibles con lo que pasa. Se diría que
son tiempos para otra cosa.
Podríamos intentar
eludir esta encrucijada que se sostiene en el dualismo “mundo sensible/mundo inteligible”, mediante la inversión que supondría considerar el mundo sensible como el único
mundo verdadero y, en un salto en el vacío (efectivamente en el vacío), considerar
que simplemente vivimos en lo sensible y de lo sensible. Si creemos que lo
preferible es la apariencia, que se constituye en la estructura única y en el
único contenido, tal sería la verdadera y exclusiva realidad de las cosas, la
apariencia invertida, la fuerza de lo aparente. Y entonces pensar vendría a ser
un aditamento, un añadido, cuando no un estorbo. Lo importante sería, se dice,
vivir.
Pero un pensar
escindido del vivir es tan infecundo como un presunto vivir al margen del
pensar. Quizá preservar la distancia entre vivir y pensar e impedir su plena identificación es comprender que hay un ámbito común en el que se encuentran,
siquiera como diferentes. El asunto es ajustar esa distancia y recorrerla
permanentemente. En ella hay relación, comunicación, pero no identidad. Y esa tensión
nos hace actuar.
Para la acción, tan
ridículo es sobrevolar el mundo y la
llamada realidad, como enfangarse en
lo más inmediato y reducirla a ello, sin más travesías, perspectivas y
horizontes. Ciertamente, en ocasiones las dificultades no parecen permitir
mucho más. Pero, en todo caso, más que nunca precisamos de esa toma de distancia, que es un modo de
aproximación, y que llamamos pensar. El pensamiento nos vincula, nos acerca,
por el procedimiento de no enfrascarnos en lo que simplemente se limita a
ocurrir.
No pocas veces es preciso
darse algún tiempo y dotarse de algún
espacio. No ya para procurar una retirada, ni un simple retraimiento, como
si para poder pensar se precisara un retiro de lo que vivimos, En tal caso, se
comprende que haya quienes estiman que eso sería bien parecido a considerar que
pensar no parece compatible con
vivir. Algo así como si hubiera de elegirse. Más aún, creen que, si uno
desempeña una labor activa, comprometida o exigente, no puede en rigor
permitirse otro pensar que el de darle vueltas al hacer. Y no digamos si ello se
atribuye a la falta de momentos oportunos o a la voluntad de no distraerse en lo
que consideran desvaríos intelectuales o mentales, propios de seres ociosos.
Como si pensar fuera una ocupación o
un ejercicio, sin más. Incluso para
algunos sería un simple instrumento,
un utensilio. Resultaría útil como
medio, para un fin, supuestamente para vivir con más comodidad.
Sin embargo, con esta
concepción se abriría una escisión en el propio mundo. Y, en efecto, se producirían dos mundos, el de lo que pensamos, el de quienes piensan,
y el de lo que vivimos, el de
quienes viven. Y puestos a elegir, preferiríamos vivir, se dice. Que piensen
ellos, se dijo. Nosotros, a lo que dicten. Ya se encargarán de descifrárnoslo. Ahora
bien, el asunto puede tener otro alcance. Cabría decir que hemos de vivir por el pensar, como se declara que se vive
por alguien.
Considerar que el pensamiento es desciframiento o reducirlo a una herramienta para valernos de ella ignora su alcance determinante para otro modo de sobrevolar, que no es hacerlo sobre la vida, sino sostenerse sin ceder a las convenciones y valores dominantes. Hay quienes denominan poner los pies en el suelo al simple ceder al falso realismo de la resignación ante lo dado. Pero, más bien, pensar es una forma de resistencia y de impugnación, en lugar de la impotencia de denominar vivir al dejarse llevar.
Frente a este modo
cerrado y clausurado, el pensamiento agudizaría el combate en la búsqueda de la
verdad, llámese como se llame, que es tanto como decir en la creación de formas de vida, en la emergencia
de lo que no está claro que ya se dé en el mundo que vivimos. En este sentido,
pensar es efectivo. Entre otras
razones, para no quedar fijados y rendidos ante lo que ahora se nos presenta como
verdadero. Puestos a sobrevolar lo que sucede, conviene no perderse de vista. Y puestos a no quedar cegados por la espesura de
lo que ocurre, conviene alzarse y elevarse
siquiera mínimamente. No sólo hace falta altura de miras, también de
pensamiento.
Ángel Gabilondo, Sobrevolar, El salto del Ángel, 15/03/2013
Comentaris