No podem deixar de fer números.
Todos estamos haciendo muchos números en los últimos años. Las amas de casa, incluso en las familias que disfrutan de algún trabajo estable, retuercen los números para llegar a fin de mes. Los parados con subsidio suman esfuerzos y restan días para mantenerse a flote en una normalidad cada vez más precaria. Los parados sin subsidio multiplican la oscuridad de los abismos y buscan un familiar o un amigo que quiera dividir su dinero por amor y solidaridad. Para hacer números como se debe, cualquiera sirve, cualquiera… menos un economista oficial.
Añado el adjetivo oficial porque conozco y leo a economistas
que están haciendo cuentas con la gente para analizar las causas del
naufragio y buscar alternativas. Ellos siguen encontrando un sentido
humano a su oficio. Se conmueven en los entierros, saben que el golpe de
un ataúd sobre la tierra es algo terriblemente serio. Pero llevo muchos
meses pensando en los otros economistas, en los que trabajan para los
bancos, las oficinas de especulación, los gobiernos y las instituciones
financieras internacionales. Su rutina laboral los ha convertido en
sepultureros sin alma. Aunque hay una diferencia. La deshumanización de
los enterradores literarios se debe al aburrimiento de una práctica
cotidiana. El frío de los ejerciciones económicos mantiene
peligrosamente viva la curiosidad. Esto parece ya sadismo.
La avaricia quiere saber más porque es insaciable. La crisis
económica no deja de ser un gran laboratorio que trata como conejillos
de Indias a las personas y a los países. El último experimento sádico de
los economistas oficiales se ha dado en Chipre. Vamos a ver, ¿qué pasa
si a los ciudadanos de un país europeo se les quita una parte de sus
ahorros para sanear los malos negocios de los especuladores? Esta crisis
empezó por un experimento de calado político: la desregulación de los
procesos económicos con una legalidadal servicio de la usura. Y desde
esa primera indagación, de quiebra en quiebra, de pregunta en pregunta,
de banco hundido en banco saneado, de recorte nacional en
desmantelamiento general de los servicio públicos, hemos llegado a la
santificación del empobrecimiento. Y con el corralito de Chipre se nos
avisa. Los economistas oficiales son sepultureros creativos porque no
paran de inventar procedimientos para acumular más tierra sobre nuestros
cadáveres.
De algo se tiene que vivir, ya lo sabemos. Pero no deja de ser
inquietante la degradación de los oficios. Da terror imaginarse una
sociedad en la que los profesores trabajen para crear analfabetos, los
médicos para agravar enfermedades y los jueces para dignificar a los
asesinos. ¿Ese es el futuro? Es, cuando menos, la lógica de los
economistas oficiales. Nos entierran sin respeto y, además, no pierden
la curiosidad. Experimentan con nuestros funerales.
Luis García Montero, Los enterradores y los economistas, Público, 21/03/2013
http://blogs.publico.es/luis-garcia-montero/404/los-enterradores-y-los-economistas/#
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