És impossible bufar i xuclar alhora.
Los problemas económicos han absorbido desde hace tiempo las
charlas entre amigos, conocidos y parientes. Pensaba mientras caminaba
hacia el bar donde comparto el aperitivo con algunos amigos que el tema
de hoy sería el asunto de Chipre y la mala gestión aplicada por el
Eurogrupo, por eso llevaba preparada la referencia de varios artículos
que explican con brillantez el problema. No fue ese sin embargo el
principal tema de debate aunque tenía una relación periférica. Uno de
mis amigos lanzaba todo su mal genio contra los bancos. Para él siguen
asociados a las viñeta donde aparece un señor de apariencia opulenta con
puro y chistera gracias a la extorsión que realiza sobre los
damnificados prestatarios, pero ahora está aún más enojado porque
considera que los bancos cuentan con la ventaja de recibir dinero
público aportado por todos los ciudadanos para solucionar unos problemas
que no entiende demasiado bien.
La mirada del resto de los componentes del grupo se dirigió
inmediatamente hacia mí en busca de la oportuna respuesta. Se me ocurrió
comenzar por el principio y explicar que la función original del
sistema financiero es mejorar el intercambio entre quienes han decidido
no gastar su dinero (ahorro) y quienes necesitan disponer de él cuando
no lo tienen, ya sea porque quieren adelantar su consumo o realizar una
inversión. En definitiva su función es servir de enlace para engrasar la
relación entre el ahorro y la inversión disminuyendo los costes de
información y riesgo de las operaciones. Dado que el ahorrador no conoce
la solvencia de quienes solicitan crédito, un profesional en la
materia, el banco, puede solucionar esa deficiencia. El tipo de interés
marca la recompensa del ahorrador y el coste para el deudor, pero la
intermediación profesionalizada debe reducir el riesgo y con esa
disminución, también el precio del préstamo aunque los bancos reciban
una compensación económica por su trabajo (costes de intermediación y
beneficio de la empresa).
Para no complicar más el asunto no dije nada sobre la obsesión de la
teoría económica por igualar el ahorro y la inversión, sobre todo, en
los componentes nacionales, de manera que se disponga de dinero para
abordar las necesarias inversiones sin depender en exceso de la
financiación del exterior.
Por las miradas deduje algo parecido a, eso está muy bien pero qué
tiene que ver con lo que estamos hablando. Tenían razón, de manera que
comenté la difícil relación entre minimizar el riesgo del ahorrador y
ampliar la cantidad de crédito. La sociedad quiere ampliar el acceso a
dinero para realizar más proyectos de inversión y/o aumentar el consumo a
crédito y, de esa forma, incrementar la actividad. Para ello se inventó
que los bancos puedan generar su propio dinero, el dinero bancario. De
los depósitos aportados por los ahorradores sólo deben mantener una
cantidad como reserva líquida y el resto lo pueden dedicar a conceder
préstamos iniciando una cadena que aumenta el dinero en circulación. La
innovación está muy bien pero con ella se amplía también el riesgo
porque aunque estén bien elegidos los destinatarios del crédito, es
decir, los bancos mantengan la debida prudencia en la concesión de los
préstamos, aparece un problema de diferencia en los vencimientos. Podría
ser que los ahorradores quieran disponer de un dinero que en la
práctica está invertido a largo plazo, por ejemplo, en préstamos
hipotecarios. Sólo una previsión adecuada sobre el comportamiento de los
ahorradores, la profesionalidad de las entidades financieras en la
concesión del crédito y la confianza de la sociedad en el proceso,
pueden respaldar esta nueva forma de funcionamiento.
La cosa se complica aún más cuando los bancos consiguen el
equivalente a nuevos depósitos mediante la emisión de productos
financieros ininteligibles (para la casi todo el mundo) construidos
sobre la garantía de créditos concedidos o inversiones realizadas por la
entidad con el dinero inicial de los depositantes. Las ganas de crédito
de la sociedad se sacian más pero a cambio de aumentar el riesgo. La
gracia como siempre está en el equilibrio entre ambos objetivos:
maximizar la cantidad de crédito y minimizar el riesgo. La experiencia
de las últimas tres décadas ha mostrado la prevalencia del aumento del
crédito hasta pervertir la principal función de la intermediación
financiera.
Se me pasó por la cabeza aunque tampoco lo comenté con mis amigos, que
la burbuja financiera podrá ser un síntoma del deterioro de los países
avanzados para competir en los mercados tradicionales de bienes. La
innovación financiera se había convertido en una forma de generar renta
protegidos de la competencia aunque como conocemos con una distribución
muy desequilibrada de los ingresos y del riesgo.
Más allá de la estafa de los activos tóxicos emitidos por la banca
norteamericana (comprados generosamente por la banca europea sin
preguntas excesivas), la desmesurada magnitud del crédito inmobiliario
en Irlanda y España es muestra de una conducta irresponsable en la
concesión de crédito, por lo menos de acuerdo a la idea tradicional. No
le va a la zaga, la magnitud de depósitos acumulados por el sistema
financiero chipriota (casi 7 veces su producción anual) conseguidos al
abrigo de una “vista muy gorda” en su origen y de remuneraciones a los
ahorradores muy por encima de las habituales que, obviamente, necesita
asumir mayor riesgo en las inversiones (por ejemplo, bonos griegos).
En las clases de economía se explica que el hecho de permitir a los
bancos la emisión de dinero justifica la presencia del sector público
para controlar y supervisar su desempeño, porque en caso de pérdidas
serían los depositantes quienes pueden perder sus ahorros parcial o
totalmente. Otras teorías abogan porque sea el propio mercado quien
asuma la tutela, es decir cada persona, de manera que los ahorradores
dediquen más tiempo y empeño en elegir donde localizarán sus depósitos
al no tener garantías de nadie. La peor opción de todas es, sin duda,
tener un regulador y supervisor que no cumpla su función, lo que ha
pasado en Estados Unidos, Irlanda y España pero también en Holanda,
Bélgica, Francia o Alemania; sin por ello exculpar la gestión de quienes
pasaron de ser banqueros aburridos a agresivos financieros, percibiendo
pagas estratosféricas por realizar una tarea que ha conllevado pérdidas
millonarias.
Se me pasa por la cabeza que, además, habría que hablar de las
diferentes teorías sobre política monetaria o de las grandes
deficiencias del área monetaria no óptima creada con la moneda única,
pero me parece que ya está bastante confundido el auditorio como para
meterme en más historias en este momento. Por tanto, concluí con una
reflexión bastante conocida: es imposible sorber y soplar a la vez que,
en el tema tratado, significaría que aunque sea una demanda muy
extendida, no se puede ampliar el crédito de forma indefinida sin que
aumenten los riesgos en una medida similar, salvo que haya plena
garantía de control externo del proceso. Algo que a la vista de la
codicia de la condición humana y el mal funcionamiento de las
instituciones queda todavía bastante lejos.
Como casi siempre, la respuesta fue que mi opinión complicaba demasiado
las cosas sin dar una solución fácil y rápida a sus cuitas.
Miguel Ángel García Díaz. Para qué sirve el sistema financiero, Pensar sobre economía,20/03/2013
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