El nou i el vell Maig.
Si fuera posible encontrarse con algún topo cavando en galerías
subterráneas desde el Mayo del año 1968 al Mayo madrileño de 2011, ¿qué
nos podría mostrar? El viejo Mayo pilló a contrapié a los aparatos
organizativos de los partidos y su hipótesis “miserabilista” sobre la
transformación revolucionaria. Cierto: el movimiento reaccionaba contra
una miseria diferente, la de una vida cotidiana organizada desde el
espectáculo y un consumismo apoyados en lo que Marx denominaba la
plusvalía relativa. El nuevo escenario no encajaba dentro de los moldes
interpretativos del guión histórico. Para la vieja guardia de la
izquierda tradicional no era fácil explicar cómo una población tan bien
alimentada y en una situación de relativa prosperidad económica se
lanzara a la calle. No solo para ella. Es interesante recordar cómo
Fukuyama, el gran adalid del fin de la Historia, interpretaba el 68, en
pleno sueño posmoderno, como un síntoma de despolitización. Según él, el
acontecimiento solo se entendía por el deseo de salir del
“aburrimiento” que generaba una sociedad, la triunfante democracia
liberal, ya sin necesidad de sacrificarse por metas últimas. Los falsos
enemigos de De Gaulle no eran sino hijos mimados de familias cultas y
acomodadas.
El hecho de que las protestas del 68 no provinieran, asimismo, de la
periferia, sino del centro del sistema y que enfatizaran el hecho de la
hegemonía cultural, provocó que la universidad tuviera tanto
protagonismo. Varias décadas más tarde, el topo sigue cavando en este
nuevo escenario de nueva politización a contrapelo de las viejas
estructuras organizativas y representativas, pero con algunas
diferencias significativas. Más que explícitamente autoritario, el nuevo
Mayo esgrime la defensa de lo público, entretanto duramente erosionado
por la triunfante figura que absorbió en su beneficio y derrotó los
nuevos experimentos de politización del antiguo Mayo: el neoliberalismo
surgido del contragolpe capitalista de los años setenta. Tampoco es un
movimiento surgido y formado fundamentalmente en las universidades,
entretanto cada vez más sometidas a los dictámenes del sistema
económico, ni ha impulsado tampoco alianzas o huelgas con la clase
trabajadora como hizo su precedente. Pero no puede ignorarse que el 15M
ha ampliado el radio de acción en unos términos mayoritarios
desconocidos para el viejo Mayo. Por último, y muy importante, fomenta
una mayor preocupación ecológica y una sensibilidad inclusiva respecto a
cuestiones de género que contrasta con las inercias machistas que
repetidamente aparecieron en las proclamas sesentayochistas.
"Es solo el comienzo. La lucha continúa". Con esta célebre frase el
topo del 68 se despidió de forma provisional. Significativamente, los
mecanismos de deformación ideológica que, sobre todo, en los ochenta,
neutralizaron la nueva dimensión emancipadora del 68 bajo la imagen del
individualismo hedonista, el psicodrama generacional o el fin de las
ideologías, hoy siguen caricaturizando los nuevos latidos políticos de
nuestro presente como un inmaduro grito antipolítico. Nada más útil para
combatir esta falsa imagen interesada que resistir al adanismo y
recoger la herencia de los otros Mayos.
German Cano, De Mayo (68) a Mayo (15): ¿un nuevo comienzo?. el diario.es, 15/03/2013
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