La prova de foc de l'ètica.







La prueba de fuego para la ética, creo, son los egoísmos de grupo. Pues en las distancias cortas, con la gente de nuestros endogrupos, somos naturalmente morales: nuestra evolución biológica como simios supersociales nos ha dotado de excelentes capacidades para convivir, cooperar, resolver conflictos y cuidar de la gente cercana. El problema se plantea cuando hemos de ir más allá de esta moral de proximidad, que es “tribal” en un sentido amplio. (Pues, como animales simbólicos que también somos, podemos ir ampliando esos grupos pequeños de densa interacción cara a cara: pasamos así al clan, la nación, el Estado-nación, el grupo sexual -los varones en el patriarcado-, la clase social -propietarios y rentistas en el capitalismo-, la Unión Europea…)

La prueba de fuego, decía, son los egoísmos de grupo. ¿Nos decidimos de verdad a ir más allá de las morales tribales? Ésta es la pregunta por una moral de larga distancia,1 que se vuelve perentoria a medida que progresan nuestras capacidades destructivas, por una parte, y, por otro lado, va unificándose (de forma tendencial) la humanidad. Y así inquirimos: ¿Ética más allá de la comunidad nacional? ¿Ética con perspectiva anticolonial e intergeneracional? ¿Ética que incluya de verdad a toda la familia humana? Y lo más difícil (pero obligado, diría yo, en el Siglo de la Gran Prueba): ¿Ética más allá de lo humano, superando nuestro inveterado antropocentrismo? No se trata de creernos en posesión del Bien y de la Verdad -eso, en efecto, sería un grave problema-, sino de saber quiénes somos Nosotros: cuán inclusiva es nuestra comunidad moral.

La preferencia por el grupo cercano no solo tiene raíces biológicas (somos simios supersociales que han evolucionado en grupos humanos pequeños) sino que puede apelar también a cierta justificación moral: en la medida en que nos resulta más fácil actuar sobre lo cercano que sobre lo lejano (para cuidar, para defender o para causar daño), surgen también obligaciones más fuertes hacia esos grupos próximos.

Mas no cabe perder de vista, en primer lugar, que el progreso moral consiste esencialmente en ir superando egoísmos de grupo: no hay tanta gente que cuestione hoy que “tratar a los demás como uno mismo quisiera ser tratado” ha de referirse a cualquier ser humano. En efecto, con los “extranjeros” (en sentido amplio) podemos ser increíblemente dañinos y crueles, y los grupos humanos a menudo trazan entre ellos barreras basadas en criterios étnicos, religiosos, lingüísticos… Esta delimitación sucede con gran facilidad y deriva con frecuencia en conflictos de Nosotros contra Ellos. Guerras, limpiezas étnicas y genocidios contra “los de fuera” nos resultan casi tan naturales como el cuidado hacia “los de dentro”. Pero hemos llegado hasta la Declaración de los Derechos Humanos de 1945, y la insuficiente pero valiosa construcción del Derecho internacional, aspirando al menos a una ética universalista de mínimos.

Y, en segundo lugar, no podemos olvidar que estamos viviendo circunstancias históricas absolutamente excepcionales: un final de mundo. No el fin del mundo (Gaia seguirá adelante, con o sin nosotros), pero si un terrible final de mundo: Sexta Gran Extinción, tragedia climática, crisis energética. Sucede que el overshoot ecológico, aunque sea ‘solo’ un hecho y seamos bien conscientes de la interesante historia de la falacia naturalista, tiene consecuencias para el marco ético desde el que nos asomamos a la realidad.


Jorge Riechmann, ¿Ética sin egoísmo de grupo? ..., ecologistas en acción 01/12/2022

Comentaris

Entrades populars d'aquest blog

Percepció i selecció natural 2.

Gonçal, un cafè sisplau

"¡¡¡Tilonorrinco!!! ¡¡¡Espiditrompa!!!"