El sentit de la nombrositat.








Cualquier comportamiento cíclico de la naturaleza constituye la raíz remota de un sistema numérico. El ciclo de los días y las noches, las fases de la Luna, la sucesión de las estaciones, no hablemos ya de las cigarras que emergen cada 17 años por las américas, llevan condicionando la evolución biológica desde el origen de los tiempos, y no es extraño que llevemos incorporados de serie varios tipos de relojes que van ‘contando’ los picos y valles de esos ciclos. Siendo estrictos, cada una de nuestras células es un reloj. A la escala de los genes y las proteínas, somos ritmo sobre ritmo en una regresión infinita como tu imagen en un armario de dos espejos. Pero eso no alcanza ni de lejos la categoría de sistema numérico, un artefacto que debe servir para contar cosas y manipular los símbolos que significan cantidades.

Los estudiosos han dado por hecho tradicionalmente que nuestra especie es la única que posee un sentido innato de la numerosidad, o de la cuantificación de los objetos. Ese prejuicio se ha revelado en los últimos tiempos como un error garrafal. Los peces, las abejas y los pollos reconocen de inmediato los números del 1 al 4. También disciernen entre dos cantidades grandes, siempre que sean lo bastante diferentes. Como dice Colin Barras en Nature, distinguen de un vistazo 10 objetos de 20 objetos, pero no 20 de 21. Este sentido de la numerosidad es casi idéntico al que revela un bebé de seis meses, y no es difícil imaginar por qué en términos evolutivos. Como dijo alguien, quien cofunda a 2 predadores con 20 predadores se extingue en forma de chuletas.

Pero el sentido de la numerosidad tampoco basta. Un sistema numérico que merezca tal nombre se basa en símbolos que pueden manipularse. Esta es la forma de avanzar más allá del 4 que nos ofrece el instinto, y también de distinguir 20 de 21. Y aquí sí que los humanos somos genuinamente únicos en la Tierra. Ningún otro animal utiliza símbolos para representar los números, ni por tanto puede transmitir a sus hijos ese conocimiento. Pero entonces, ¿qué hay de los neandertales? La verdad es que el hueso con nueve muescas de aquella pobre hiena es un argumento flojo. Necesitamos mucho más que eso antes de ceder la patente a nuestros primos.

Pese a que mucha gente prefiere pensar que los neandertales eran tan inteligentes y creativos como nosotros, los argumentos clásicos en contra siguen vigentes. Los neandertales vivieron en Europa y Asia occidental durante 300.000 años, pese a lo cual los yacimientos arqueológicos que dejaron son prácticamente idénticos a lo largo del espacio y el tiempo. Los asentamientos creativos de Europa, que difieren en pocos kilómetros o en pocos años, y muestran herramientas avanzadas e innovadoras, coinciden con la llegada del Homo sapiens al continente. Y los datos recientes añaden dudas a la capacidad intelectual de los neandertales.

Los genes asociados a la autoconsciencia eran menos comunes en los neandertales que en nuestra especie. Los genetistas y los científicos cognitivos han definido tres redes cerebrales esenciales para el aprendizaje y el pensamiento creativo. En total son 972 genes, y su comparación entre sapiens, neandertales y chimpancés deja bastante mal a los dos últimos. No se trata de antropocentrismo, sino de datos duros. Los neurocientíficos no creen que el repertorio genético del neandertal le hubiera permitido un comportamiento orientado a la sociedad, una interacción aceptable con los extraños ni un arte narrativo siquiera incipiente. Emocionalmente sí éramos muy parecidos, pero ¿quién no? La verdad es que nuestro miedo es muy difícil de distinguir del de una rata. Los números son otra historia.

Javier Sampedro, La invención de los números, El País 06/06/2021

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