El perill de l'"aithoritarianism"








El que estemos asistiendo a un cambio brutal en nuestro entorno tecnológico, de consecuencias en buena parte imprevisibles, explica el hecho de que no sepamos muy bien cómo diagnosticar la situación y el escenario se haya llenado de valoraciones extremas, poco matizadas, de entusiasmo desmedido o de tintes apocalípticos, formuladas también por intelectuales de los que tenemos derecho a esperar un juicio más sereno. Estas valoraciones han ido evolucionando en un plazo de tiempo muy corto. Hace relativamente poco estábamos celebrando el potencial democratizador de la red en lo que se conoció como las primaveras árabes y el acceso universal al espacio público mientras que ahora estamos atemorizados con los bots, las injerencias electorales y la desinformación. El número de septiembre de 2018 de la MIT Technology Review fue dedicado a la cuestión de si la tecnología estaba amenazando a nuestra democracia y The Economist del 18 de diciembre de 2019 ya hablaba de un “aithoritarianism”, de un autoritarismo de la inteligencia artificial que podría destruir las instituciones democráticas. Esto explica que haya descripciones tan enfrentadas de la situación en la que nos encontramos: mientras unos festejan la llegada de una política sin prejuicios ideológicos, otros nos advierten sobre el final de la democracia. Hay quien asegura que la nueva tecnología vendría a resolver los problemas ante los que ha fracasado la vieja política; otros hacen responsable al nuevo entorno tecnológico de la pérdida de capacidad de gobierno sobre los procesos sociales y la des-democratización de las decisiones políticas.

El interrogante fundamental que se nos plantea es qué lugar ocupa la decisión política en una democracia algorítmica. La democracia es libre decisión, voluntad popular, autogobierno. ¿Hasta qué punto es esto posible y tiene sentido en los entornos hiperautomatizados, algorítmicos, que anuncia la inteligencia artificial? La democracia representativa es un modo de articular el poder político que lo atribuye a un órgano determinado y de acuerdo con una cadena de responsabilidad y legitimidad en la que se verifica el principio de que todo el poder procede del pueblo. Desde esta perspectiva la introducción de sistemas inteligentes autonomizados aparece como algo problemático.

La tendencia general a un pilotaje automatizado de los asuntos humanos no es solo un aumento cuantitativo de los instrumentos que tenemos a nuestra disposición sino una transformación cualitativa de nuestro ser en el mundo, un mundo en cuyo centro ya no nos encontramos. Con la automatización podríamos estar programando nuestra propia obsolescencia. Marvin Minsky afirmaba que deberíamos considerarnos unos afortunados si en el futuro las máquinas inteligentes nos tienen como animales de compañía. ¿Cómo conseguir que no se cumpla esta siniestra profecía y los seres humanos tengamos una cierta soberanía en estos nuevos entornos tecnológicos?

Daniel Innerarity, Inteligencia artificial y democracia, El País 09/06/2021

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