Superveniència i fal·làcia naturalista.
De la mano de una línea de pensamiento que proviene de David Hume, los filósofos analíticos del siglo pasado plantearon
que siempre que se vinculen las determinaciones biológicas –como pueden ser las
impuestas por la filogénesis- y los juicios morales, se estará cometiendo una
falacia, a la que llamaron “naturalista”, porque se deducen proposiciones
valorativas de proposiciones descriptivas en contra de los principios de la
lógica (J. Muguerza, La razón sin esperanza, 1977). (…) si
partimos de un hecho empírico como “Pedro mató a su padre” y deducimos “Pedro
debe ser castigado”, estamos cometiendo una falacia naturalista porque pasamos
del “ser” al “deber ser” dando un salto en el vacío. (50)
La falacia naturalista se comete al derivar inferencias que usan los
términos debe o no debe de premisas que no incluyen tales términos, sino que están
formulados mediante afirmaciones acerca de los que es o no es. Un argumento
no puede ser válido desde el punto de vista de la lógica de enunciados a menos
que las conclusiones solo contengan términos que están presentes en las
premisas. Para poder pasar de los que es
a lo que debe ser es necesario
incluir una premisa intermedia que justifique la transición entre las dos
expresiones. En otras palabras, del hecho de que algo es, en un sentido empírico, no se sigue que deba ser en un sentido ético; es
y debe pertenecen a categorías
lógicas separadas.
Volvamos al ejemplo de 1. Pedro mató a su padre.
Puede que propongamos deducir de este hecho empírico una consecuencia
normativa como: 2. Pedro debe ser castigado.
Pero para poder hacerlo falta una premisa intermedia. Por ejemplo, la que
pueda referirse a la salud mental de Pedro, quizá padezca un trastorno y sea,
por tanto, un sujeto sin capacidad de juicio suficiente, que debería ser
tratado por los médicos más que castigado. Cabe añadir, pues, la premisa
intermedia: 1.1. Pedro no sufre ningún trastorno mental ni nada parecido.
Así habremos superado esas dudas, pero nos mantendríamos todavía en el
terreno de los enunciados empíricos. Seguimos echando en falta la cláusula que
introduce los términos valorativos, capaces de llevarnos a deducir que “Pedro
debe ser castigado”. (59)
Como puso de
manifiesto Richard Hare (What Makes Choices Rational?, 1979), en
realidad, para resolver el problema de la falacia naturalista –que es, de
acuerdo con el análisis de Hare, un
falso problema- no hace falta añadir premisa alguna. Cualquier persona que
deduzca “Pedro ha de ser castigado” de “Pedro mató a su padre” está tomando en
cuenta de forma implícita la siguiente premisa, que da por cierta:
1.2. “Quienes
matan a su padre y no sufren ningún trastorno mental deben ser castigados”.
Esa
característica de carácter implícito de las premisas valorativas se conoce como
“superveniencia”.
La forma en
que utilizó Hare la condición superveniente de los juicios morales implica que
si algo es “bueno” lo es por alguna razón que va más allá de las simples
descripciones, a causa de una razón que es intuida por las personas sin
necesidad de que sea explicada. (59-60)
Como ha
sostenido Nick Zangwill (Explaining supervenience: mental and moral,
1997), las proposiciones éticas supervenientes tienen un carácter último que
evita el que se pueda exigir más premisas para justificarlas. Podría pensarse
que estamos ante un caso de valores absolutos, (…) Sin embargo, existe una
diferencia sutil e importante. Los valores absolutos son reducibles a
principios históricos o culturales; responden al imperativo categórico
kantiano. De ahí que Richard Hare y
otros autores en la misma línea, como Peter
Singer (Practical Ethics, 1997),
unan a tales principios la condición necesaria de ser universalizables, esto
es, que resulten válidos para cualquier interlocutor del juicio moral. (60)
“Superveniencia”
es el concepto que se utiliza para calificar la condición de un conjunto que,
aun dependiendo de las propiedades de otro, no puede ser explicado por completo
recurriendo a estas, sino que necesita de su propio nivel de explicaciones. En
este sentido, los organismos biológicos supervienen al mundo físico y sus
explicaciones. Donald Davidson (Mental events, 1970) sostuvo que las
características mentales (o psicológicas) supervienen a las físicas en el
sentido de que dependen de ellas –si dos entidades tienen las mismas
características físicas también tienen las mismas características mentales-,
pero al mismo tiempo no son reducibles a ellas, es decir, no podemos explicar
la mente en términos exclusivamente físicos. (61)
Camilo J. Cela Conde y
Francisco Ayala, El cerebro
moral. Evolución del cerebro y valores humanos, EMSE EDAPP, S.L. 2018
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