La imatge manifesta contra la imatge científica de l'home.



En Philosophy and the Scientific Imagen of Man (1963), Wilfrid Sellars aventura un diagnóstico muy convincente sobre la problemática situación en la que se encuentra la filosofía contemporánea. (…) El filósofo contemporáneo se enfrenta a dos “imágenes” rivales del hombre en el mundo: por un lado, la imagen manifiesta del hombre, según este se ha concebido a sí mismo hasta ahora con la ayuda de la reflexión filosófica, por otro, la imagen científica, una formulación relativamente reciente, aunque en continua expansión, que ve al hombre como un “sistema físico complejo”, una imagen muy distinta de la manifiesta, pero que se puede obtener a partir de varios discursos científicos, entre ellos, los de la física, la neurofisiología, la biología evolutiva y, más recientemente, la ciencia cognitiva. Para Sellars, no obstante, el contraste entre imagen manifiesta e imagen científica no ha de interpretarse en términos de conflicto entre la ingenuidad del sentido común y la sofisticación de la razón teórica. (29)
La imagen manifiesta no pertenece al campo de la inmediatez preteórica. Al contrario, es por sí misma un sutil constructo teórico, “un refinamiento o sofisticación” disciplinado y crítico, del marco originario en cuyos términos el hombre se descubrió a sí mismo como un ser capacitado para el pensamiento conceptual, en contraposición con aquellos otros seres que carecían de dicha capacidad. (29-30)
… a diferencia de otros marcos teóricos, la imagen manifiesta constituye el prerrequisito ineludible de nuestra capacidad para concebirnos como seres humanos o, lo que es lo mismo, como personas (…). Lo que hace indispensable nuestra autoimagen manifiesta no son las garantís ontológicas, en el sentido que nos diga qué existe en el mundo, sino más bien su valor normativo en su condición de marco que nos permite entendernos a nosotros mismos como agentes racionales volcados en la consecución de diversos objetivos en el mundo. Sin él, simplemente, no sabríamos qué hacer o cómo entendernos a nosotros mismos, de hecho, ya no seríamos capaces de reconocernos como humanos. (33-34)
Pese a sus insalvables diferencias en muchos aspectos, lo que estas corrientes filosóficas (fenomenología, existencialismo, hermenéutica, postestructuralismo …), lo que todas estas corrientes filosóficas tienen en común es su hostilidad, más o menos marcada, hacia la idea de que la imagen científica describe “lo que realmente hay” y posee un anclaje ontológico capaz de socavar la autoconcepción manifiesta del hombre como persona o agente intencional. (34-35)
Así, pese a ser las figuras totémicas de dos tradiciones divergentes en casi todos los aspectos, los dos filósofos “canónicos” del siglo XX, Heidegger y Wittgestein, comparten la convicción de que la imagen manifiesta goza de un privilegio filosófico con respecto a la imagen científica, y que, de un modo u otro, los distintos tipos de entidades y procesos postulados por la teoría científica se fundan o derivan de nuestra comprensión precientífica “más originaria”, ya se interprete esta en términos de nuestro “estar-en-el-mundo” o de nuestra implicación práctica en “juegos de lenguaje”. A partir de ese punto, se puede optar o no por dar el pequeño paso ulterior que consiste en denunciar la imagen científica como una excreciencia cancerosa de la imagen manifiesta. (35-36)
Ray Brassier, Nihil desencadenado, Ilustración y extinción, Materia Oscura  2017

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