Feminisme i llibertat sexual (Manifest).




La violación es un crimen. Pero el flirteo insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista. 
Como consecuencia del caso Weinstein ha tenido lugar una legítima toma de conciencia de la violencia sexual ejercidas sobre las mujeres, especialmente en el marco profesional, donde determinados hombres abusan de su poder. Era necesario. Pero esta liberación de la palabra se ha transformado hoy en su opuesto: nos obliga a hablar como es debido, a callar lo que molesta, y las que se niegan a plegarse a tales órdenes son vistas como traidoras y cómplices. 
Sin embargo, es el propio puritanismo el que toma prestado, en nombre de un pretendido bien general, los argumentos de protección de las mujeres y de su emancipación para encadenarlas a un estado de eternas víctimas, de pobres cositas bajo el imperio de demonios falócratas como en los viejos tiempos de la brujería. 
Delación y acusaciones
De hecho, #Metoo ha generado en la prensa y en las redes sociales una campaña de delaciones y acusaciones públicas de individuos que, sin haberles dejado la posibilidad ni de responder ni de defenderse, han sido puestos en el mismo nivel que agresores sexuales. Esta justicia expeditiva ya tiene víctimas, hombres sancionados en el ejercicio de su oficio, forzados a dimitir, etc., pero cuyo único error fue tocar una rodilla, tratar de robar un beso, hablar de cosas “íntimas” durante una cena de trabajo o mandar mensajes de connotaciones sexuales a una mujer sin que la atracción fuera recíproca. 
Esta fiebre de enviar a los “cerdos” al matadero, lejos de ayudar a las mujeres a ser autónomas, sirve en realidad a los intereses de los enemigos de la libertad sexual, de los extremistas religiosos, de los peores reaccionarios y de los que creen, en nombre de una concepción sustancial del bien y de la moral victoriana que lo acompaña, que las mujeres son seres “aparte”, niños con rostro adulto reclamando que los protejan. 
Frente a eso, los hombres son obligados a arrepentirse y a desenterrar, en los confines de su conciencia pasada, un “comportamiento fuera de lugar” que hayan podido tener hace diez, veinte o treinta años, y del que deberían arrepentirse. La confesión pública, la incursión de fiscales autoproclamados en la esfera privada, que instala un clima de sociedad totalitaria. 
La ola puritana no parece conocer límite. Se censura un desnudo de Egon Schiele en un cartel, se pide la retirada de un cuadro de Balthus de un museo con el motivo de que es una apología de la pedofilia, en la confusión del hombre con la obra, se pide la prohibición de la retrospectiva de Roman Polanski en la Cinémathèque y se obtiene el aplazamiento de la consagrada a Jean-Claude Brisseau. Una universitaria califica la película Blow-up, de Michelangelo Antonioni, como “misógina e inaceptable”. A la luz de este revisionismo, John Ford (Centauros del desierto) o Nicolas Poussin (El rapto de las sabinas) estarían en una situación delicada. 
Algunos editores ya nos piden a algunas de nosotras que hagamos a nuestros personajes masculinos menos “sexistas”, hablar de sexo y amor con menos desmedida o incluso hacerlo de manera que “los traumas sufridos por los personajes femeninos” se hagan más evidentes. Bordeando el ridículo, un proyecto de ley en Suecia quiere imponer un consentimiento explícitamente notificado a todo candidato a una relación sexual. Un esfuerzo más y dos adultos a los que les apetezca acostarse juntos tendrán que firmar previamente a través de una aplicación de su teléfono un documento con las prácticas que aceptan y las que rechazan debidamente enumeradas. 
Indispensable libertad de ofender
El filósofo Ruwen Ogien defendía una libertad de ofender indispensable a la creación artística. Del mismo modo nosotras defendemos una libertad de importunar, indispensable a la libertad sexual. Hoy estamos suficientemente informadas para admitir que la pulsión sexual es por naturaleza ofensiva y salvaje, pero somos lo suficientemente clarividentes para no confundir coqueteo torpe y agresión sexual. 
Sobre todo, somos conscientes de que el ser humano no es monolítico: una mujer puede, en el mismo día, dirigir un equipo profesional y disfrutar de ser el objeto sexual de un hombre sin ser una “zorra” ni una vil cómplice del patriarcado. Puede velar por que su salario sea igual al de un hombre pero no sentirse traumatizada para siempre por un roce en el metro, incluso cuando eso es un delito. Puede interpretarlo como la expresión de una gran miseria sexual, como un no-acontecimiento. 
En tanto que mujeres no nos reconocemos en ese feminismo que, al abrigo de la denuncia de los abusos de poder, toma el rostro del odio a los hombres y al sexo. Pensamos que la libertad de decir no a una proposición sexual no existe sin la libertad de importunar. Y consideramos que hay que saber responder a esta libertad de importunar de otra manera que encerrándose en el papel de presa. 
Para aquellas de nosotras que han elegido tener hijos, es más sensato educar a nuestras hijas de maneras que estén lo suficientemente informadas y conscientes para poder vivir plenamente su vida sin dejarse intimidar ni culpabilizar. 
Los incidentes que pueden afectar el cuerpo de una mujer no alcanzan necesariamente su dignidad y no deben, por duros que a veces sean, hacer de ella una víctima perpetua necesariamente. Puesto que no podemos ser reducidas a nuestro cuerpo. Nuestra libertad interior es inviolable. Y esta libertad que atesoramos no existe sin riesgos ni responsabilidades.

"Defendemos la libertad de importunar, indispensable para la libertad sexual", Letras libres 10/0172018

Traducción del francés de Aloma Rodríguez.
Firman también el documento Kathy Alliou (comisaria), Marie-Laure Bernadac (conservadora general honoraria), Stéphanie Blake (autora de libros para niños), Ingrid Caven (actriz y cantante), Catherine Deneuve (actriz), Gloria Friedmann (artista plástica), Cécile Guilbert (escritora), Brigitte Jaques-Wajeman (cineasta), Claudine Junien (genetista), Brigitte Lahaie (actriz y presentadora de radio), Elisabeth Lévy (directora de la redacción de Causeur), Joëlle Losfeld (editora), Sophie de Menthon (presidenta del movimiento ETHIC), Marie Sellier (autora, presidenta de la Société des gens de lettres)

Per llegir més:
Margaret Atwood, Am I a bad feminist?, The Globe and Mail 13/01/2018

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