La demografia no és només un assumpte tècnic.

Mi maestra Anna Cabré me enseñó que la demografía es una herramienta para desvelar misterios, y la población española le da la razón. No se suele reparar en ello, porque parece un asunto técnico y estadístico, carente de las sintonías emocionales que producen las historias individuales. Pero alguna vez sus misterios aparecen en titulares, como cuando el INE difunde sus periódicas proyecciones de población. Inmediatamente las preguntas nos asaltan: ¿cómo ha cambiado tanto la esperanza de vida?, ¿por qué han bajado tanto los nacimientos?, ¿por qué de repente hay tanta inmigración y, también de repente, la inmigración disminuye radicalmente? Pero, sobre todo, y desde un punto de vista práctico, ¿se puede predecir algo sobre el futuro demográfico de España?, ¿cuáles son los retos demográficos que deberían tenerse en cuenta en la tarea de gobierno?

Muchas preguntas, respuestas generalmente interesadas, poco imparciales, y escasa perspectiva, teórica e histórica, a la hora de darles respuesta. No en vano la demografía es un asunto tanto o más político que técnico, y ya se sabe que ahí la inmediatez manda. Para acabarlo de adobar, los fenómenos demográficos interesan en muchos otros ámbitos, como la economía, la sociología, la medicina o la geografía, de manera que aquí todo el mundo parece tener algo que decir y, por desgracia, los demógrafos no hemos conseguido que nuestra disciplina se haga oír en medio de ese pandemónium.

Pero lo cierto es que las respuestas mejoran si se entienden las dinámicas poblacionales y el radical cambio que están experimentado las poblaciones humanas en apenas el último siglo y medio. Intentaré hacer aquí una síntesis.

El cambio se puede resumir describiéndolo como una "revolución reproductiva", a la par con otras revoluciones productivas como la agraria, la industrial o la de la información. Ha aumentado drásticamente y de forma abrupta, no gradual, la productividad del esfuerzo reproductivo.

La reproducción humana siempre estuvo lastrada por una altísima mortalidad, especialmente infantil, que hacía muy precario el crecimiento poblacional y obligaba a parir muchos hijos a las escasas mujeres que conseguían sobrevivir hasta edades adecuadas. No había opciones; o eso o la extinción.

Eficiencia escasa, por tanto, del sistema reproductivo, sobredeterminación de los roles en función del sexo y poca libertad de elección para el común de los humanos.

Pero la humanidad ha aflojado repentinamente esa sujeción a la función reproductora, y lo ha hecho consiguiendo, para empezar, que la mayoría de los que nacen lleguen vivos a las edades en que pueden, a su vez, tener hijos. Eso desencadena la bola de nieve, porque tener hijos, y el número de los que se tienen, empiezan a ser opciones cada vez más personales. Las descendencias reducidas permiten mejorar las atenciones y recursos dedicados a cada hijo. Es un proceso en cadena que se retroalimenta con la siguiente generación y cuyo origen, no debe olvidarse, está en el descenso de la mortalidad producido por la simple mejora de los cuidados que los humanos nos dispensamos unos a otros.

De repente, en términos históricos, una esperanza de vida que nunca pasó de los 35 años en ninguna población se dispara hasta más del doble, la fecundidad cae en picado, las poblaciones crecen pese a ello a ritmos que no tienen precedentes y las pirámides de población empiezan a perder la forma de pirámide.

España es un concentrado de caldo de todo este proceso. Empezó el siglo XX en la cola de Europa, y lo ha acabado en la cabeza. Apenas llegaba a 34 años de esperanza de vida y hoy rebasa los 80. La fecundidad era de unos 5 hijos por mujer, y hoy apenas alcanza 1,3 hijos. Y todo ello con un crecimiento sin precedentes en toda su historia anterior, de 18 a 40 millones de habitantes.

Tan rápido ha sido el proceso, que cabe en la vida de una persona algo longeva, lo que hace realmente extraordinario el paisaje humano español, una auténtica mina para los científicos sociales. Coexisten aquí los adolescentes del Facebook y los ancianos de la España destripaterrones, rota por la Guerra Civil.

Todo lo anterior debe tenerse en cuenta al comentar la situación actual y, claro, es difícil. La tentación es la inmediatez. Aún más, el género más antiguo al comentar datos demográficos es el alarmismo. La baja natalidad es alarmante, el envejecimiento demográfico es alarmante, la masiva inmigración es alarmante y hasta el descenso de la inmigración es alarmante. Las distintas facciones políticas se los arrojan unas a otras y todo es reprochado a los momentáneos y pasajeros Gobiernos. A veces, incluso a los autonómicos o a los municipales. ¡Cómo si fenómenos sociales de tal calado y que abarcan periodos y territorios tan amplios pudiesen ser gobernados o reorientados durante un mandato y en un municipio!

Si yo tuviese que calificar con un único término el cambio demográfico experimentado por España lo haría con la palabra "progreso". Se ha democratizado la posibilidad de vivir todas las etapas de la vida, cosa de la que antes solo disfrutaba una pequeña y privilegiada parte de los que nacían. Las personas maduras y los recién llegados a mayores ya no son unos indigentes deteriorados, escasos y sin recursos, como en los años sesenta y setenta. Hoy, por el contrario, juegan un papel fundamental en apoyo de sus ascendientes y descendientes. Se ha conseguido criar y cuidar a cada hijo con recursos y dedicación impensables hace un par de generaciones. Las mujeres han quedado liberadas en gran medida de la abrumadora atadura histórica a la reproducción. El capital humano se ha disparado con todo ello, y de un país de analfabetos y trabajadores sin cualificación hemos pasado a un país de clases medias y economía terciaria.

Lo que está pasando con la población española es que se ha sumado al creciente club de los países demográficamente "modernos" tarde, pero muy deprisa. Al margen de las valoraciones que hagamos, eso conlleva algunas certezas sobre el futuro a corto y medio plazo, rasgos predecibles que conviene saber aprovechar, en vez de plantearse combatirlos:

- La pirámide española seguirá envejeciendo, porque los mayores vivirán todavía más y en mejor salud, y ese no es un proceso que vaya a verse contrarrestado por la inmigración o por un eventual baby boom.
- Pero seguiremos teniendo, aunque sea cíclica, una intensa inmigración, porque 1) la revolución reproductiva conlleva una fecundidad reducida que no es coyuntural y que tampoco podría elevarse para poner remedio a los vacíos del mercado de trabajo (nunca lo hizo tampoco en el pasado); y 2) Los países menos desarrollados todavía seguirán creciendo muy rápidamente en las próximas décadas, con dificultades para ocupar a sus nuevas generaciones, masivas, de jóvenes.
- Las mujeres, una vez convertida en opcional la antaño obligada función reproductiva, seguirán consolidando su apuesta por la vida laboral continuada, con todos los cambios que ello implica en las relaciones sociales, familiares y de pareja.
- Se generalizarán las líneas familiares con cuatro generaciones presentes, con todo lo que ello conlleva para las relaciones y transferencias de cuidados y recursos entre ellas.

Parece que sea la demografía la que hace peligrar las pensiones, las solidaridades intergeneracionales, el futuro de la familia o la emancipación juvenil. Gran falacia. Son los problemas financieros, políticos y, sobre todo, productivos y laborales los que desvían la atención hacia la demografía. Paradójicamente, es en esos ámbitos donde el futuro resulta menos previsible y donde existe más capacidad de actuación. La clave del progreso demográfico, en cambio, siempre fue muy sencilla: la inversión en las personas. Los humanos, una vez dotados de buenas dosis de recursos, cuidados, ocupación, atención, respeto, cultura o justicia, tienen la sorprendente y ancestral peculiaridad de mejorar notablemente las sociedades a las que pertenecen. Esperemos que la crisis no nos haga olvidar esto.

Julio Pérez Díaz, Lo que está pasando con la población, El País, 01/11/2010

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