Per què comencen les guerres?



A menudo no sabemos explicar por qué comienzan las guerras. Suelen tener causas materiales o geoestratégicas, pero también surgen por cuestiones espirituales o de autopreservación instintiva. La guerra de Ucrania, por ejemplo, no tendría que haber sucedido si atendemos a los intereses geoestratégicos tanto del gobierno ruso como de las potencias occidentales. Si finalmente acabó estallando fue por una cuestión espiritual. “¿Qué será de Rusia –pensaron las nostálgicas élites políticas del país– si Ucrania, donde surgió históricamente Rusia, decide abrazar cultural y militarmente a Occidente? ¡Rusia quedaría sin pasado, y por tanto sin futuro!”

En ningún momento antes de 2022 Rusia se planteó invadir Finlandia, pese a tener un estatus de neutralidad militar menos firme que el de Ucrania, a compartir igualmente una enorme frontera y a haber formado parte del extinto Imperio ruso durante 108 años. Sencillamente la afinidad cultural y el tiempo que el país escandinavo estuvo bajo control ruso fueron mucho menores.

Lo que ha quedado claro es que la disuasión militar como único instrumento para evitar la guerra no funciona, y que confiarlo todo a esta en detrimento de la diplomacia puede, de hecho, iniciar conflictos. Es lo que los teóricos de las relaciones internacionales denominan “dilema de la seguridad”: las medidas que toma un Estado para incrementar su seguridad provocan la sensación de inseguridad de sus adversarios. La expansión de la otan (una organización militar principalmente defensiva) durante tres décadas fue percibida como una amenaza por las élites rusas.

En Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914, el historiador Christopher Clark expone entre las causas de ese conflicto la desconfianza mutua de las potencias europeas ante el rearme de los países vecinos, si bien el objetivo del ensayo no es investigar las causas de la guerra, sino cómo durante décadas la política europea se fue tensionando entre dos bloques de alianzas (y entre los aliados dentro de cada una) hasta alcanzar el clímax. Nuevamente, la guerra tuvo múltiples causas y sin embargo ninguna justificaba por sí misma su estallido. La chispa que la inició fue espiritual: el Imperio austrohúngaro, que era percibido como próximo a su disolución por el resto de las potencias europeas aliadas y hostiles, decidió en última instancia declarar la guerra a Serbia como un ejemplo de firmeza.

Lo inquietante de la situación actual es que, en lo que respecta a la guerra en Ucrania, el diálogo entre las diplomacias europea, estadounidense y rusa es prácticamente inexistente, y casi todo mantenimiento de la paz se sostiene, nuevamente, sobre la disuasión. En Occidente ha comenzado una época de rearme y movilización industrial militar, al igual que en Rusia y China.

La pregunta definitiva sería la siguiente: ¿cómo se puede evitar algo que es posible, pero que no sabemos si va a pasar?

Hay varias aproximaciones. La primera sería fijarse en aquellas guerras que estuvieron a punto de estallar, pero no lo hicieron. Eso es lo que se preguntaron los autores del cómic Macedonia hace ya casi dos décadas. En él, una estudiante de relaciones internacionales viaja al país balcánico para tratar de comprender cómo, a diferencia del resto de países de la extinta Yugoslavia, no estalló una guerra civil allí a pesar de que reunía prácticamente todas las características para ello. La segunda aproximación es más espiritual, y es comprensible teniendo en cuenta que las crisis espirituales son una de las principales causas del inicio de las guerras. Consistiría en seguir el consejo de Bertrand Russell en su célebre manifiesto contra la proliferación nuclear que apoyó Albert Einstein: “Recuerda tu humanidad y olvida el resto.”

Por último, podríamos aproximarnos a la guerra como concepto de la misma manera en la que lo hacían los antiguos atenienses hace unos 2 mil 500 años. No negaban su existencia, sino que trataban de evitarla o minimizarla. La diferencia fundamental entre nosotros y ellos es que ellos, en su búsqueda incansable de la sabiduría, parecían ser más conscientes de la importancia que tienen los componentes psicológicos en el inicio de las guerras.

La antigua Atenas sucumbió como civilización dominante por culpa de una guerra y una epidemia. Esto no significa que la civilización occidental esté abocada al mismo destino. Pero debemos ser conscientes, como los antiguos atenienses, de que la guerra es indeseable y, al mismo tiempo, inevitable. El narrador de La peste dice que la guerra no es más que un mal sueño que tiene que pasar. No es verdad, y Camus advierte: “de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan, y los humanistas en primer lugar, porque no han tomado precauciones”. 

Daniel Delisau, La guerra, la epidemia que no vemos venir, Letras Libres 01/07/2024

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