La paradoxa del vaixell de Teseu.





El barco de Teseo se conservó durante varios siglos y navegaba hasta Delos cada año en honor y agradecimiento a Apolo por haber salvado la vida del héroe y de sus acompañantes. A lo largo de los años, la embarcación se había deteriorado y se habían reemplazado las piezas originales por otras nuevas, hasta el punto de que los filósofos atenienses ya discutían acerca de si se podía hablar del mismo barco incluso aunque no conservara ninguna de las tablas ni de los treinta remos que usó Teseo en su viaje a Creta.

La historia, explicada por Plutarco, está recogida en la biografía del héroe griego incluida en sus Vidas paralelas. Desde entonces se ha usado para hablar acerca de nuestra identidad y para poner en duda hasta qué punto somos siempre las mismas personas. A menudo, añadiendo variantes. Por ejemplo, Hobbes se preguntaba en De corpore (Sobre el cuerpo) qué pasaría si alguien hubiera recogido todas las piezas descartadas del barco de Teseo original y hubiera construido una nueva embarcación. ¿Cuál sería el verdadero barco de Teseo: el reparado que cada año ha hecho el viaje a Delos o el que se ha construido con las piezas desechadas, pero originales? ¿Pueden serlo los dos? ¿O no lo es ninguno?

Las variantes más recientes de la historia de Plutarco llegan al terreno de la ciencia ficción, como en la propuesta del filósofo británico Derek Parfit en su libro Razones y personas. Imaginemos que, para ahorrarme los tres cuartos de hora en transporte público, EL PAÍS me ofrece un teletransportador. Me meto en la máquina, que desintegra todos y cada uno de mis átomos, y dos minutos más tarde me reconstruye en la redacción haciendo una copia exacta de mi cuerpo. Este doble mío tiene todos mis recuerdos y no hay ninguna discontinuidad en su memoria ni en su psicología: recuerda perfectamente haber entrado en la máquina en mi casa y haber salido en el diario. ¿Pero se puede decir que sea yo, si mi yo original se ha desintegrado por el camino?

La metáfora del barco de Teseo puede aplicarse a nosotros mismos de modo casi literal (casi, insistimos): gran parte de las células de nuestro cuerpo se renueva cada pocos años. Por ejemplo, las células de las costillas de una persona de 40 años tienen unos 15 años de media. Incluso en el cerebro hay regiones que siguen generando nuevas neuronas en la edad adulta.

No solo cambia nuestro cuerpo y pasamos de bebés pequeñitos a personas duras y arrugadas: también pueden cambiar nuestras ideas y nuestro comportamiento. Por ejemplo, es habitual sentirse muy ajeno a un tuit escrito hace unos años, y no nos cuesta creer al padre de familia que habla de una juventud delictiva y concluye diciendo que ya no es la misma persona que entonces. A Parfit esta visión relativa acerca de nuestra propia persona le proporcionaba cierta tranquilidad. Saber que la identidad es frágil, escribía, “hace que me preocupe menos de mi propio futuro y de mi muerte, y más por los demás”. No pasa nada si el barco de Teseo se hunde.

Jaime Rubio Hancock, El barco de Teseo: lo que una embarcación reconstruida nos explica sobre la identidad, Verne. El País 03/08/2020

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