Sobre el "Discurs" de Pico della Mirandola


































Este ser inacabado que es el hombre, que tiene que moldear y esculpir su naturaleza y hacerse a sí mismo, dispone para ello de un don divino que es la libertad. Sin ella, estaría encerrado en los límites de su propio ser y no podría sino ser un animal más constreñido a una naturaleza fija e inmutable. Pero la libertad le hace indefinido, con todo lo que ello conlleva, pues tanto podrá degenerar en lo inferior como regenerarse en lo superior.

Pico va mucho más allá de la idea, que en nuestros días presentan por activa y por pasiva cientos de libros de autoayuda, de que cada cual se labra su propio futuro, que somos dueños de nuestra existencia, que debemos tomar las riendas de nuestra vida, etcétera. Su planteamiento es radical, antropológico y ontológico: lo que nos constituye como seres humanos es la libertad, es decir, que justamente nada nos constituye, porque, en palabras de Pico, la suma generosidad del Creador le ha concedido al hombre “tener lo que desea, ser lo que quiere”. El resto de los animales tienen inscrito en sus genes lo que van a ser, incluso los espíritus superiores no pueden ser por toda la eternidad sino lo que desde el inicio son. En cambio, en los seres humanos puso Dios, desde su nacimiento, “semillas de toda clase y gérmenes de todo género de vida”, de modo que, lo que cada cual cultivare eso fructificará. Si nos dejamos llevar por nuestra parte vegetativa, nos convertiremos en vegetales; si nos quedamos en lo sensual, nos embruteceremos; si usamos la razón, seremos animales celestes, y si cultivamos la inteligencia, nos convertiremos en ángeles e hijos de Dios.
Cada ser humano, en cambio, es una novedad radical: nos resulta imposible hacer una previsión exacta de lo que va a ser, cada persona debe “inventar” la humanidad y hacerlo a su manera. Por eso todas las petunias son iguales, y por eso cada persona es diferente. La naturaleza nos ha dejado inacabados para que podamos “inventar” la humanidad.

El resto de la creación, continúa Pico, tiene marcado su destino, tiene una naturaleza fija, salvo el hombre. La grandeza del hombre tiene su origen en esta libertad, que le hace superior incluso a los propios ángeles, cuya elección una vez tomada es inamovible. Esta tesis de la superioridad del hombre sobre los ángeles no era compartida por el pensamiento escolástico; para Tomás de Aquino, por ejemplo, los ángeles tienen libre albedrío y, además, “en ellos es más sublime que en los hombres, puesto que es más sublime su entendimiento”. Ningún autor hasta entonces había pensado la libertad tan de raíz, pues no se trata de una libertad para obrar, sino para ser; no una libertad para hacer, sino para hacerse: una libertad para “inventarse”.

“¿Quién?”, se pregunta Pico, “¿no admirará a este nuestro camaleón? ¿O hay acaso algo más digno de admiración?”. La imagen del camaleón fue usada ya por Aristóteles en la Ética a Nicómaco, pero nuestro autor la utiliza con una fuerza inusitada, ya que no está hablando desde un plano ético, sino ontológico: el ser humano es constitutivamente un camaleón, un ser que puede llegar a ser desde una planta hasta un ángel, en palabras del príncipe Della Mirandola, “un espíritu augustísimo revestido de carne humana”.

Carlos Goñi, Pico della Mirandola: la libertad radical de ser humano, El País 23/08/2020

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