Els miners, un model de lluita que no ha canviat.



Me vienen a la cabeza las historias que me contaba mi padre durante la niñez, sobre las veces que regresaba mi abuelo a casa llorando de la mina, porque había habido una explosión y algún compañero resultaba herido e incluso a veces muerto. No era en Asturias o León, sino en Peñarroya, Andalucía, donde a día de hoy no queda rastro de esas minas de hulla. Entre 1891-1930, salvo excepciones, el consumo real de carbón en España no superó nunca las 5 millones de toneladas. Inglaterra ya producía y consumía esa cantidad para 1750 y Francia con un siglo de retraso, lo consumía en 1840 y lo producía para 1850.

España, en comparación con estas naciones, nunca ha llegado a alcanzar un volumen tan grande de producción minera, aunque no por ello dejó de ser un sector central. El hierro y el carbón, materiales clave para impulsar un proceso de industrialización, no eran para nada insuficientes en la economía española, pero gracias a la Ley minera de 1869 que liberalizaba la explotación de los yacimientos y las sucesivas modificaciones, imposibilitaron su desarrollo.

Las compañías internacionales, fundadas con capital mixto, –interior y exterior–, se dedicaron a explotar y exportar minerales a países industrializados a muy bajo coste. Los minerales más demandados, de todas las gamas existentes, –cinc, cobre, hierro etc…–, fueron exportados en un 90 por 100 de la producción total. Esto fue así hasta que la incipiente siderurgia y metalurgia, implantada sobre todo en Euskadi, lo fue asimilando hacia finales del siglo XIX.

Haciendo un paralelismo, hoy nos ocurre algo parecido. Sólo que ya no exportamos carbón y hierro barato, hoy en cambio, lo hacemos con el talento y el conocimiento de jóvenes formados con dinero público, que salen extremadamente baratos a los países receptores. Como dice el urbanista Jordi Borja, el emigrante es un maná para quien lo recibe y una desgracia para el país que lo pierde. Elementos distintos, pero funcionando con la misma lógica expoliadora: ayer mineral, hoy conocimiento de todo tipo.

En 1893, 300.000 mineros ingleses se pusieron en huelga indefinida durante 4 meses contra la reducción del salario en un 25%, impuesta por los dueños de las minas. Con su inactividad conseguían hacer peligrar el suministro de combustibles, aguantando gracias a su excelente organización y a unas cajas de resistencia rebosantes de varios millones de rublos, fruto de la solidaridad. Las mujeres, lejos de ser un sujeto pasivo en la lucha, sostenían el esqueleto de la comunidad; ese sentimiento cultural compartido de autonomía que empuja a luchar. Rosa Luxemburg, dirigente marxista decía de ellas, que, con su firmeza, “proclamaban a los gritos que antes de permitirles a sus maridos e hijos regresar al trabajo y aceptar la miseria que les ofrecían, matarían a sus chicos.”

El espíritu de los mineros leoneses y asturianos, no ha cambiado desde entonces; su ardor y fragor en la lucha por la comunidad sigue siendo el mismo. Pero su coyuntura y su ubicación en la economía y el trabajo del siglo XXI se han desplazado por completo, por eso salen de las cuencas. Los mineros se presentan ante los ojos de hoy, como los últimos mohicanos de una época incluso anterior a la que hoy dejamos atrás. Se remontan a tiempos donde no se había desarrollado la producción en cadena, la masificación del transporte y el consumo, como tampoco ese sistema de regulación social a través del salario en decadencia, llamado Estado de Bienestar.

Entramos en un mundo en donde los productos no se venden tanto por su utilidad, como por la idea y el imaginario que llevan asociados. Una economía a tiempo real, que necesita de un mercado laboral fragmentado y precario para atender las demandas cambiantes en los nuevos yacimientos de consumo. Un mercado que precisa de fuerza de trabajo inmersa en una situación esquizofrénica: en formación permanente, polivalente al tiempo que sumisa, miedosa y entusiasta a partes iguales.

Pero también flexible, proactiva, emprendedora, cooperadora e individualista, dentro de una maraña de relaciones y dependencias informales. Rotas las culturas obreras, que servían de dique para hacer frente a los vendavales del capitalismo, las élites se esfuerzan en sustituirlas por un desierto. Todos somos nuestro propio empresario, pero siendo precarios; agentes libres lo llaman. Sin tradición obrera, los precarios que ya empiezan a reconocerse como tal, observan en los mineros a un hermano mayor al que hay que saber escuchar para llegar a entender su propio presente.

Los mineros seducen porque tienen la fuerza de poder echar el órdago que muchos otros desearían. Los mineros también son despreciados porque tienen la fuerza de poder echar ese mismo órdago, que muchos otros ni siquiera desean e incluso se oponen. El filósofo Spinoza observó esas distintas formas del sentir humano sentenciando que, “uno intenta vivir su vida, el otro soportar al vencedor. Al primero lo llamo libre, al segundo esclavo”.

Los primeros estamos aprendiendo con los mineros que su realidad y la nuestra no es la misma, ni tiene por qué serlo, pero las razones que les hacen venir a Madrid son las mismas que nos someten a la deuda y la precariedad absoluta. Funcionamos como un estenograma, es decir, como una ilusión óptica que capta imágenes desde distintos puntos de vista. Sólo así se podrán ir cosiendo luchas y construyendo estrategias coordinadas colectivamente a distintos niveles. La renta básica puede ser una de esas demandas.

El Catedrático en Teoría del Estado Antonio Negri afirmaba hace años que la historia de la continuidad de los movimientos revolucionarios es su ruptura y discontinuidad. “El movimiento obrero revolucionario siempre renace de una madre virgen”. Diferentes pero con un mismo espíritu, precarios y mineros tenemos que buscar juntos la III Tesis sobre Feuerbach de Marx: sólo de forma revolucionaria, pueden coincidir la actividad humana con la modificación de las circunstancias. La delegada del gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, lo sabe bien y se empeña en evitar dar pie a cualquier conexión simbólica entre el 15-M y los mineros. Advierte que no permitirá ninguna acampada en la Puerta del Sol, y se adelanta en anunciar que finalmente a los mineros se les ofrecerá un lugar donde pernoctar.

El próximo día 10 llega a Madrid la #marchanegra. Serán recibidos como se merecen, como lo que son, hijos de una misma madre. A su paso van dejando un rastro de dignidad en cada pueblo que pisan, y por ello reciben el calor y el ánimo de sus habitantes. Ofrecer un pueblo o ciudad para que también sea suyo. Los de abajo les anunciamos a los caminantes que allí donde se posan los pies, allí está la patria, -Ubi pedes, ibi patria-; los pies de la República del 99% frente a la dictadura de la renta financiera del 1%.

Jorge Moruno, Los últimos Mohicanos, Público, 09/07/2012

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