Els perills del periodisme automatitzat.
En primer lugar, utilizarla es mucho más barato que pagar a periodistas con
dedicación exclusiva, que suelen ponerse enfermos y exigir respeto. Como informó
The New York Times en septiembre pasado, uno de los socios de
Narrative Science, del sector inmobiliario, paga menos de 10 dólares [7,6€] por
un artículo de 500 palabras y nadie se revuelve contra las terribles condiciones
laborales. Además, ese artículo se elabora en un segundo. Ni Christopher
Hitchens habría sido más rápido. En segundo lugar, Narrative Science promete más
exhaustividad y objetividad que cualquier periodista de carne y hueso. Pocos
tienen tiempo para encontrar, procesar y analizar millones de tuits, pero esta
empresa puede hacerlo fácilmente; es más, lo hace al instante. No solo
pretende ofrecer estadísticas resultonas, sino que intenta comprender su
significado y trasmitir su relevancia al lector. ¿Acaso Narrative Science habría
desvelado el Watergate? Probablemente no. Pero en la mayoría de las noticias no
hay que atar tantísimos cabos. Los fundadores de Narrative Science dicen que
solo quieren ayudar al periodismo, ¡no exterminarlo!, y puede que sean sinceros.
Probablemente los reporteros no puedan ni ver a esta empresa, pero seguramente
algunos editores —siempre preocupados por los costes— los reciban con los brazos
abiertos. Sin embargo, quizá a la larga sea más problemático el impacto social
de esas tecnologías, todavía en mantillas.
En primer lugar, si en la actualidad hay algo claro en el desarrollo de
internet es su tendencia a la personalización de la experiencia virtual. Todo lo
que cliqueamos, leemos, buscamos y observamos en línea procede cada vez más de
un sutil esfuerzo de optimización, gracias al cual anteriores clics, búsquedas,
“me gusta”, compras e interacciones determinan lo que aparece en nuestros
buscadores y aplicaciones. Hasta hace poco, muchos detractores de internet se
temían que esa personalización pudiera conducirnos a un mundo en el que solo
viéramos artículos que reflejaran nuestros intereses actuales, sin lanzarnos
nunca fuera de entornos cómodos para nosotros. Gracia a los medios sociales, con
su interminable torrente de enlaces y mini debates, esas preocupaciones se han
quedado obsoletas. Pero puede que la aparición del “periodismo automatizado”
acabe planteando un desafío nuevo y distinto, que los excelentes mecanismos de
descubrimiento de los medios sociales aún no pueden resolver: ¿qué ocurrirá si
al cliquear en un enlace que, en teoría, conduce al mismo artículo, terminamos
leyendo textos completamente distintos? ¿Cómo funcionará eso? Imaginemos que mi
historial de búsquedas apunta que tengo un título superior y que paso mucho
tiempo en las páginas de The Economist o The New
York Review of Books; en consecuencia, podré acceder a una versión más
elaborada, crítica e informativa del mismo asunto que mi vecino, lector del
USA Today. Si se puede deducir que también me interesan las noticias
internacionales y la justicia en el mundo, un artículo producido
informáticamente sobre Angelina Jolie podría terminar mencionándome su nueva
película sobre la guerra de Bosnia. Por su parte, el reportaje que vería mi
vecino, obsesionado con los famosos, terminaría con algún cotilleo insustancial
sobre Brad Pitt.
Generar y modificar artículos al instante, personalizándolos para adaptarlos
a los intereses y costumbres intelectuales de un único lector es exactamente lo
que el periodismo automatizado permite, y eso es de lo que hay que preocuparse.
A los anunciantes y editores les encanta esa individualización, que podría
inducir a los usuarios a pasar más tiempo en sus páginas web. Pero las
consecuencias sociales son bastante dudosas. Como mínimo, existe el peligro de
que haya personas que se enganchen a un círculo vicioso informativo, consumiendo
únicamente información basura y prácticamente ajenas a un mundo exterior
distinto, más inteligente. Además, el carácter comunitario de los medios
sociales las tranquilizará diciendo que en realidad no se están perdiendo nada.
Naturalmente, este también podría ser el siguiente paso en la evolución de
odiadas “granjas de contenidos” como Demand Media. Pensemos lo que podría
ocurrir si, como parece probable, las grandes compañías tecnológicas entran en
el negocio y desplazan a empresas pequeñas como Narrative Science. Pensemos en
Amazon. Su dispositivo de lectura Kindle permite al usuario buscar
palabras en su diccionario electrónico y subrayar sus frases favoritas, y Amazon
registra y guarda mucha información en sus servidores. Algo que le vendría
estupendamente si decidiera desarrollar un boletín de noticias personalizado y
totalmente automatizado: después de todo, Amazon ya sabe qué periódicos leo, qué
artículos me llaman la atención, qué frases me suelen gustar y qué palabras no
comprendo. Además, ya tengo su dispositivo, en el que podría leer —¡gratis!—
esos boletines. O pensemos en Google, que no solo conoce mejor que nadie mis
costumbres informativas —y todavía más con su política de privacidad,
recientemente unificada—, sino que también gestiona Google News, un complejo
recopilador de noticias que le proporciona una magnífica atalaya analítica sobre
la actualidad. Gracias a su conocidísimo servicio de traducción, Google sabe
también redactar. Ante este panorama, resulta bastante miope pensar que una
mayor automatización pueda salvar el periodismo. Sin embargo, la culpa no es de
innovadores como Narrative Science, ya que sus tecnologías, utilizadas de manera
limitada, pueden realmente ahorrar costes y quizá incluso permitir a algunos
periodistas —¡si es que conservan el empleo!— realizar proyectos de mayor calado
analítico, en lugar de reescribir todas las semanas el mismo artículo. La
auténtica amenaza proviene de nuestra negativa a investigar las consecuencias
sociales y políticas de vivir en un mundo en el que ser un lector anónimo se
está volviendo prácticamente imposible. Es un mundo que los anunciantes, además
de Google, Facebook y Amazon, están ansiosos por habitar, pero también es un
mundo en el que el pensamiento crítico, erudito y no convencional puede volverse
todavía más fácil de alimentar y conservar.
Evgeny Mozorov, Periodismo automático, El País, 24/04/2012
Comentaris