Contra la resignació.


La resignación no es muy recomendable. Ni siquiera ante lo inevitable. Incluso en esos casos caben otras actitudes de menos claudicación. La asunción de determinadas situaciones no significa, sin más su aceptación. Menos aún, claro está, cuando se nos convoca a una actitud de pasivo reconocimiento, de que no hay mas caminos, ni otras soluciones, ni nada diferente que hacer o cuando calificamos o disfrazamos de imposible que ocurra otra cosa. No digamos si para ello reclamamos y aducimos lo pasado como ya inevitablemente pasado y nos amparamos en ello. Pero no hemos de olvidar que el pasado se puede escribir y reescribir de verdad. Y conocemos que algo de eso es lo que denominamos historia. Y se puede comprender y los hechos se pueden tramar de una u otra forma. Así que no es que no hayan ocurrido, pero ni siquiera en tal caso lo recomendable ante ellos es la rendición a una sola e impuesta lectura. Reconocerlos no es aceptar una única narración, un único relato.

Lo más infecundo es que se extienda y generalice una actitud de resignación ante lo que nos encontramos o se nos presenta. Hacen bien quienes trabajan y luchan por mejorar la situación, toda situación. En eso consiste merecer ser quienes deseamos ser. Pero reclamar de nuevo resignación, ahora no ya solo ante una situación, sino ante la respuesta a la misma, la de los medios, los caminos y los procedimientos elegidos y seguidos, supone una apropiación que caricaturiza todo destino. Ahora pretendemos denominar así en especial al producto de nuestras decisiones y preferencias. Estas exigen debate, controversia y no, de nuevo, resignación. Casi siempre que en el seno de lo discutible se presenta una opción como inevitable, no es que se esté haciendo cargo de una situación, es que se está imponiendo un tipo de respuesta.

Lo menos atractivo de la resignación es que produce efectos de verdadera parálisis, cuando no de rendición. Y en tal caso, en nombre de una supuesta e imperiosa "realidad", que no depende en absoluto de nuestras posiciones y convicciones, se pretende convertirla en algo mostrenco, indiferente a nuestro quehacer. Ella a lo suyo y nosotros a mirar. Los debates provocados por la conocida afirmación de Honoré de Balzac, “la resignación es un suicidio cotidiano”, enfrentan a quienes la consideran una estrategia adecuada como aceptación inteligente de la realidad y a quienes estiman que es un modo de desistir ante la adversidad.


Pero no pocas veces en ese concepto de "realidad" se incluyen, además, las actuaciones de quienes, por lo visto, velan por su existencia con diversas intervenciones para que no se vea contaminada por eso que llamamos “lo imposible”. Que sea el título, entre otros, de un magnífico libro de Georges Bataille no hace sino confirmar que el asunto da que decir y, desde luego, no es tan evidente como para detener el pensamiento ante su mera mención. Lo imposible se presenta como un desbordamiento del saber, como una tarea poética de dimensión creativa. Poiesis es creación. Acerca de lo llamado imposible también podríamos tomar algunas decisiones.Convendría.

Si se filtrara como posición la de entender como "realista" la aceptación silenciosa y resignada ante las diferentes opciones y decisiones, ofrecidas y presentadas como el descubrimiento de la única vía posible de salvarnos, eso confirmaría que efectivamente estamos perdidos. Resignados, nuestra  confianza pasaría por desconfiar de nosotros mismos, de nuestro hacer y decir, a merced entonces de los que creen saber lo que nos conviene.

Ciertamente, esta conformidad en las adversidades podría considerarse positivamente porque se asienta en la tolerancia y en la paciencia, pero si se reduce a ellas como una coartada para la pasividad viene a ser entrega a la voluntad de otro, algo que, sin compartir la decisión, no es condescendencia, sino sometimiento.

Son tiempos complejos que reclaman aún más colaboración, corresponsabilidad y esfuerzo colectivo, pero difícilmente se alienta, se logra y se anima el impulso necesario si lo que se solicita es adhesión indiscriminada, que es una forma cada vez menos sofisticada de resignación, donde habita un desánimo silenciado. Queda claro que desde ella resulta menos viable una tarea en común que propicie otras y mejores condiciones.

Ángel Gabilondo, Nada de resignación, El salto del Ángel, 27/04/2012

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