José Luis Martí: "El camí cap a una nova democràcia és imparable".


José Luis Martí
La democracia deliberativa no es una teoría nueva. Pensadores como Habermas, Bessette o Rawls, entre muchos otros, llevan años elaborando y perfilando una idea de gobierno donde el ciudadano participa activamente, no sólo porque es consultado cada vez que hay que tomar una decisión importante, sino porque es actor y protagonista de la discusión previa que la propia administración fomenta. Escucha y es escuchado.

Con el auge de las nuevas tecnologías, la teoría - que toma antecedentes tan lejanos como la antigua Grecia o las asambleas cantonales suizas que inspiraron a Rousseau - se convierte en más aplicable que nunca. Por ello, hablamos con José Luis Martí, profesor de filosofía del derecho y filosofía política de la Universidad Pompeu Fabra, autor de La república deliberativa (Marcial Pons, 2006) y A Political Philosophy in Public Life, escrito junto a Philip Pettit (Princeton University Press, 2010), y uno de los mayores expertos del tema en España.

Diferencias entre “democracia directa”, “democracia deliberativa” y “democracia representativa”.
La primera implica la participación directa de la ciudadanía en la toma de decisiones. El ejemplo típico es el referéndum. El paradigma de la democracia indirecta, si nos vamos al otro extremo, serían las decisiones legislativas ordinarias que se toman en un parlamento. La gente ha podido elegir periódicamente a sus representantes pero son éstos los que, después, toman las decisiones. La democracia deliberativa estaría en medio: se trata de utilizar mecanismos de discusión, entre ciudadanos y/o parlamentarios, para enriquecer la toma de decisiones. Es poner el acento en los argumentos, en el intercambio de información previo.

El discurso oficial parece defender que no hay alternativas al actual modelo
Algunos quieren hacernos creer que hemos alcanzado la cuota máxima de democracia que podíamos soñar, y que no puede ir más allá. Esto produce perplejidad porque la democracia, desde que existe, ha ido cambiando y evolucionando. Lo que hicieron los padres de la constitución de Estados Unidos fue diseñar una democracia que, de algún modo, sigue vigente. Es verdad que, durante más de dos siglos, se ha mantenido una cierta estructura más o menos estable. En un contexto así, era difícil ir más allá. Pero ahora la gente está demandando - y los expertos creen que es viable - utilizar los mecanismos que hoy en día tenemos para pensar en una democracia más ambiciosa.

Una cosa es votar, otra deliberar y otra la negociación política. ¿Las estrategias de partido no han tomado demasiado protagonismo?
La negociación siempre tendrá su espacio. Es legítimo, cuando no hay consenso, pactar unas reglas básicas sacrificando algunas de las demandas iniciales. Lo que pasa es que no se pone el énfasis en lo prioritario: la deliberación. Si no, parece que la política no tenga que ver con razones sino con intereses, como si fuese una empresa. Y la democracia tiene que ver con buscar la mejor solución a un problema compartido.

Muchos le dirán que deliberar es caro, y que retrasa las decisiones importantes…
No todas las decisiones que se toman requieren de gran urgencia. Habrá momentos así, y la Constitución legitima al Gobierno para tomar decisiones si son realmente inaplazables, pero son excepciones. El hecho es que un proceso legislativo ordinario, en el mejor de los casos, dura al menos seis meses. Hay varios tipos de deliberación. La espontánea, la que se produce en la calle o en las redes sociales, es gratuita. Y de la que promueve las administraciones, habría que distinguir la participación misma del proceso previo. Si un ayuntamiento decide convocar un referéndum, por ejemplo, debe fomentar el debate, aunque sea costoso. Porque si el ciudadano que vota no tiene una información de calidad y transparente, la consulta no tiene valor democrático.

¿Por qué algunas experiencias, en ayuntamientos y administraciones públicas, han funcionado tan mal?
Muchas veces se ha utilizado la participación ciudadana como marketing político. Incluso con buena fe, los políticos normalmente se quedan en la primera fase, en la evidente. La mayoría se han interesado por el voto electrónico. Pero si todo lo que nos tiene que ofrecer las nuevas tecnologías es contabilizar más rápido los votos de una noche electoral, la conclusión es una muy pobre.

En otros ámbitos (escalera de vecinos, asociaciones de padres de alumnos, etcétera) muchas veces la poca participación en las decisiones colectivas crea frustración
La pedagogía política es fundamental. Y la Escuela, en España, ha fomentado muy poco esto. El problema deriva de un malentendido: se cree que los profesores no deberían interferir en la formación política de sus alumnos. Es evidente que no debe orientar el voto, pero sí se debería explicar las responsabilidades que conlleva ser ciudadano.

¿Es legítimo obligar a la participación?
Los expertos no se han puesto de acuerdo, y es una discusión en abierto. Yo creo que no sirve para nada. Siempre pongo un ejemplo. Si lo que queremos es que la gente participe, hay una fórmula muy fácil: que el que deposite su voto reciba 50 euros. Te aseguro que así iría a votar todo el mundo. Parece un ejemplo absurdo, pero pensémoslo un momento: cuando a alguien se le llama para participar en un jurado popular, se le paga un dinero diario. Pongo el ejemplo porque creo que la participación no debe conseguirse a toda costa. Creo legítimo que alguien no esté interesado en la política. Forzar a esa persona a votar, cuando no habrá reflexionado ni cinco minutos sobre las opciones que tiene, pone los pelos de punta.

¿Qué opina de movimientos como el 15M?
Nos enseña muchas cosas, y nos ha sorprendido a todos. Ha demostrado que la gente se reúne cuando tiene algo que decir y escuchar. Si se me convoca para saber cómo ha de ser la Diagonal, es posible que no acuda. Eso no me hace un ciudadano apático. Pero si me convocas para decidir cómo debe ser el sistema bancario… Además, la horizontalidad del 15M, la falta de jerarquía, es un buen modelo de deliberación espontánea de la ciudadanía. Se les ha criticado que muchos opinan sin tener mucha idea, pero es injusto, ya que lo que le debemos pedir a una asamblea no es que tome una decisión precisa y técnica, sino un mínimo rigor e interés genuino.

¿Las nuevas tecnologías son una oportunidad para construir una democracia más justa? ¿O se trata de una exageración?
Las nuevas tecnologías son un instrumento, nunca un fin en sí mismas. Lo que sí está claro es que tienen un gran potencial para facilitar aquellos ideales que persigue la democracia deliberativa. Internet, concretamente, tiene un elemento muy obvio de horizontalidad. La red favorece el intercambio de información, y conectar a personas que están separadas por miles de kilómetros. Podemos discutir la calidad del intercambio, y las consecuencias, pero lo que es evidente es que se rompe la relación - tan importante hasta ahora - entre territorio y decisiones políticas. Hay un cambio de escala. El mundo es uno.

¿Y dónde están los filósofos?
El papel de la filosofía ha sido muy pobre hasta ahora. Se ha dado lo que algunos han llamado “la paradoja de la innovación”. Muchos han caído en el error de creer que lo importante es usar lo más nuevo para dejar obsoleto lo anterior. Todos los ciudadanos deben reflexionar sobre cómo usamos las nuevas tecnologías y para qué. Es un deber ineludible. Dejar esas preguntas únicamente a los tecnólogos es un error.

¿Veremos otro tipo de democracia en breve?
Hay dos sectores que se resisten, y que a veces se unen: los que están en contra de las nuevas tecnologías, y los que no creen en la importancia de la mayor participación. El mundo ya ha avanzado, quieran ellos o no quieran, y por ello la ciudadanía - que ahora tiene mejor información y nuevas herramientas - se está alejando de la política institucional. La demanda de una nueva democracia es imparable. Seguramente habrá turbulencias a corto plazo, pero el camino es inevitable. Si la política no se transforma a la misma velocidad que la sociedad, pasará lo que ya está pasando: que algunas de las instituciones que tenemos se convierten en insuficientes. Tendremos que repensarlas.

José Luis Martí, "Tenemos los mecanismos para una democracia más ambiciosa", entrevista de Albert Lladó, La Vanguardia, 18/04/2012

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