Les idees i el seu ús.


La idea de incertidumbre, en efecto, posee algo de arma de doble filo. Porque, de un lado, resulta incontestable que en determinados momentos de la vida de los individuos y de los grupos humanos la aceptación de la incertidumbre se constituye en la oportunidad para que asuman radicalmente su propio destino, aceptando que ya no disponen del cobijo de lo seguro (por inexorable o por garantizado) y, por lo tanto, no les queda más remedio que ponerse en juego, que decidir, que hacerse cargo de su propia existencia sin posibilidad de endosarle a nada ni nadie exterior a sí mismos esa inalienable responsabilidad. Sin embargo, la incertidumbre también puede funcionar como la excusa perfecta que legitima la cobardía de no intervenir. Tal cosa sucede cuando se apela a ella como argumento para posponer cualquier actuación o intervención en el seno de lo real, como si la mencionada falta de seguridad constituyera una situación provisional o transitoria, susceptible de ser superada recurriendo a los remedios oportunos. (No otra, a fin de cuentas, era la música de fondo que parecía sonar tras las declaraciones de muchos críticos del 15-M -con Bauman a la cabeza- que, tras empezar reconociendo retóricamente lo mal que está todo, pasaban a destacar el déficit de discurso de los indignados y su falta de objetivos políticos definidos, para terminar proponiendo que se sustituyeran tan ciegas protestas por más estudio y análisis de las nuevas realidades desencadenantes de la indignación). (...)


Consideraciones análogas podrían plantearse, por cambiar de ejemplo, respecto del concepto de utopía, cuyo empleo habría padecido también una notable mudanza. De ser reivindicado en el contexto político sesentayochista por los sectores pretendidamente más revolucionarios con el objeto de dejar atrás a los juzgados por ellos como tibios o reformistas, habría pasado a poder ser reclamado ahora por cualquiera, precisamente para compensar con una exagerada promesa de futuro una actitud en muchos casos perfectamente adaptativa en el presente. Lo utópico habría quedado convertido de esta manera en algo inocuo por completo. Hacer referencia a la utopía, en efecto, ha dejado de servir en nuestros días para identificar la adscripción ideológico-política de nuestro interlocutor. La utopía, entendida como ilusión abstracta situada en una posición de absoluta exterioridad, indiferente a sus condiciones de realización, puede ser utilizada incluso por el más reaccionario de los pensadores en la medida en que no plantea, por definición, la cuestión del presente en cuanto objeto de transformación posible.

Se trata del convencimiento, en el fondo bien modesto, de que de las ideas en general probablemente quepa predicar el mismo principio que Wittgenstein predicaba de las palabras, a saber, que su significado radica en último término en su uso. Pues bien, de modo análogo cabría afirmar no sólo que las ideas adoptan distintas tonalidades y determinaciones según su uso, sino que incluso adquieren un signo radicalmente diferente en función del marco discursivo en que se las emplee. Marco que, por cierto, podría de nuevo remitirnos al Wittgenstein que afirmaba que los usos en cuestión (y, por tanto, los discursos) se inscriben a su vez en formas de vida.

En resumidas cuentas: desconfíen ustedes (a no ser que sean de derechas, claro) de quienes jamás tienen presente en sus escritos a la creciente multitud de los que padecen en sus propias carnes el sufrimiento, el dolor o la explotación generados por una estructura social y económica injusta. Una ausencia tan clamorosa no puede ser olvido ni descuido: es opción firme y decidida. Legítima, por descontado, pero que más valdría, por el bien de todos, que quedara explicitada por sus autores. Aunque sólo fuera para evitar malentendidos. O, con más precisión, para saber con quién nos estamos jugando los cuartos (los nuestros, eso siempre).

Manuel Cruz, Cómo se reconoce a un filósofo de derechas, El País, 25/04/2012
http://elpais.com/elpais/2012/04/12/opinion/1334230612_805047.html

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