Cultura tecnològica: la nova consciència del nosaltres.
Esta línea de pensamiento se fundamenta en reputadas voces y argumentos
sólidos. Pierre Rosanvallon, por ejemplo, en su libro La
contrademocracia advierte que la apelación a los ciudadanos, propia de la
democracia directa, conduce a la tentación populista. Y que la política vigilada
y fiscalizada puede derivar en antipolítica o impolítica, volviéndose
irrelevante o materia incendiaria, no ya de los que quieren otra política sino
de los que no quieren ninguna. Según el autor, la preocupación por inspeccionar
la acción de los gobiernos se convierte en estigmatización permanente de las
autoridades legítimas hasta constituir una potencia negativa. Es la
transformación de la original democracia del proyecto hacia una democracia del
rechazo.
Tzvetan Todorov, otro de los teóricos más destacados de estas corrientes de
pensamiento, en su reciente texto Los enemigos íntimos de la
democracia, amplía el análisis alertando sobre los enemigos “interiores” de
las democracias y pone en el mismo saco el mesianismo democrático, el populismo
y la xenofobia.
Todos ellos apuntan los déficits y algunos problemas medulares. Tener buena
parte de razón es quizás suficiente para emitir un juicio tan concluyente, pero
también lo es para medir la fuerza de las palabras y optar por dar una
oportunidad a lo imperfecto, porque es, sin duda, portador de un caudal de
ilusión democrática (aunque los lados oscuros de la utopía digital nos
obliguen a reflexiones y análisis menos fascinados y más realistas). No, todavía
no ha llegado el momento de hacer un balance definitivo, de solemnizar y
certificar la falta de capacidad transformadora de lo que se mueve en las redes
sociales y en Internet. Todo lo contrario.
Hay razones para la preocupación, sí. También para el juicio ponderado y
crítico respecto a los peligros democráticos a los que nos enfrentamos si nos
dejamos arrastrar por la fascinación de la multitud y su estética política.
Sobrevalorar es tan equívoco como infravalorar. Y no se puede ignorar que la
energía política y cívica, que se expresa en amplísimos sectores de nuestra
sociedad a través de la cultura digital -aunque todavía de manera imperfecta,
fragmentada y parcial-, representa una profunda corriente de capital político
transformador. Esta cultura tecnológica, en su capacidad disruptiva y su
penetración global, puede favorecer un ecosistema social en el que las personas
pueden reconstruir su identidad individual y colectiva. Es la nueva conciencia
del nosotros.
Primero, los valores. La cultura digital está recreando una nueva escala de
valores. Compartir, reconocer, participar son acciones que se convierten en
valores de cultura política con nuevos registros y calidades. La democracia
digital no es mejor democracia —todavía—, pero nos puede hacer —quizás— mejores
demócratas. Más abiertos al diálogo, al debate, a la transversalidad. En
Internet no se pregunta a las personas de dónde vienen, sino a dónde van. Justo
lo contrario que la vieja política analógica, prisionera de identidades
excluyentes, de ideologías herméticas, de trincheras partidarias.
Segundo, los medios. La politización de muchísimos jóvenes —y no tan jóvenes—
empieza a veces por un "me gusta", un clic o un retuit. ¿Por qué esto va ser
menos relevante que cuando pegábamos carteles, o asistíamos a asambleas de
palmeros? Que sea fácil activar una acción no significa que sea de peor calidad
democrática. Lo relevante es que una nueva generación de ciudadanos globales
está tomando conciencia política entre los fracasos del oportunismo digital del
modelo Kony 2012 y los éxitos de tantas y tantas luchas que se dan y se ganan
con un teclado entre manos. No es una ciudadanía ilusa, y aunque las
dificultades y los retos sean abrumadores, no se decanta por el cinismo sino por
el compromiso activo.
Tercero, los temas. La Red no es tecnología. Es cultura. Es sociedad.
Internet se ha convertido en un poderoso sensor social de temas y
preocupaciones. Si la política quiere saber por qué se ha alejado, pareciendo
irrelevante, de los problemas de la ciudadanía, debe reencontrar el camino
conectándose. El pálpito social, con todas sus limitaciones, se mueve en el
acelerado, discontinuo y disruptivo flujo digital. La velocidad, la brevedad y
lo efímero son un signo de los tiempos, que debe ser complementado —y no negado—
con otras prácticas que no impidan razonar, elaborar y organizar con nuevos
mimbres y formatos.
En vez de enjuiciar con severidad la irrupción de lo emergente, quizás se
debería seguir denunciando la incapacidad de la política formal para adecuarse a
la sociedad red. Y reconocer, como portadora de esperanza, a una generación
política decepcionada pero que, en vez de “pasar de la política”, pasa “de la
mayoría de los políticos”, que no es lo mismo. ¿No se merecen, además de
reconocimiento, ánimo y confianza? ¿No es la ilusión por otro mundo mejor, otra
política y otra cultura del trabajo y de la economía, motivo de esperanza
democrática? Y sin ilusión… ¿qué política se ofrece? ¿La que tenemos? ¿La que ha
provocado la desafección y la frustración más importante en nuestra corta
democracia?
La reconfiguración del conocimiento, la capacidad del empoderamiento de las
multitudes y la superación del miedo y del individualismo, gracias a la
colectividad, dotan a los movimientos sociales de una fuerza especial y mágica.
Como afirma Manuel Castells, el sentido utópico de una democracia directa en red
no es una tontería, tiene tal capacidad transformadora que hay que valorarla con
seriedad. Todos los grandes movimientos sociales empiezan por una utopía. La
fuerza del movimiento está ahí.
Escuché una vez decir a Innerarity que "los filósofos debemos molestar,
quizás es para lo único que servimos". Pero ¿no deberían molestar, sobre todo, a
los que se lo miran y no a los que actúan? Las dificultades de la cultura de la
democracia directa para ofrecer una alternativa no son pocas ni pequeñas. Aunque
lo profundamente imperfecto no es la alternativa, sino la oferta actual. No nos
equivoquemos.
Morozov afirma que "la Red genera ilusiones de grandes victorias políticas
que son simples arañazos". Pero hay zarpazos que son la esperanza de la política
y de la democracia. El tono paternalista y categórico de algunos análisis no
ayudan y rompen los pocos puentes que quedan entre lo establecido y lo utópico.
Si la política formal desprecia e ignora la actual denuncia por su incapacidad
propositiva en términos convencionales, perderá una oportunidad irrepetible para
revitalizarse con el injerto de lo nuevo. La política debe abrazar la
inteligencia de las multitudes, el crowdsourcing social, como nutriente
de análisis y soluciones diferentes. Y su instrumento, los partidos, debe
evolucionar a espacios de coworking político con otros y alternativos
protagonistas.
Tucídides decía: "Cualquier poder tiende a ir hasta el límite de su poder.
¡Ha llegado la hora de la vigilancia!" Hagamos de la política vigilada una
oportunidad para una democracia vigilante de derechos y deberes, de ciudadanos
responsables, de poderes sometidos a la ley y a los valores democráticos, no por
encima de ellos. Transformar la ilusión en acción y esta en alternativa. Este es
el reto.
Antoni Gutiérrez-Rubí, Transformar una ilusión, El País, 23/04/2012
http://pitxaunlio.blogspot.com.es/2012/03/les-promeses-frustrades-del.html
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