La religió i la llibertat sexual.


¿Qué está pasando en España? ¿Es que ha vuelto la Inquisición? El director de una revista católica británica envió hace unos días estas dos preguntas a su colega español, el director de Vida Nueva, Juan Rubio. “Escríbeme algo para el periódico y cuéntame”, urgía. “Le respondí diciendo que prefería el silencio, porque lleva el germen de la más elocuente de las palabras, la de Jesucristo. Lo demás son accidentes en este intenso caminar”. Juan Rubio es un sacerdote sabio y tranquilo, con aspecto y maneras del famoso cura rural de Georges Bernanos. “En las cosas necesarias, la unidad; en las dudosas, la libertad; y en todas, la caridad”, suele decir, citando a san Agustín. Nada que ver con sus jerarcas.

Inquisición no hay, pero sí confusión extrema. El obispo Reig presenta una doble cara de la homosexualidad. Son degenerados, predicó el Viernes Santo. Son enfermos, matiza ahora. Es prueba de lo perdida que está la jerarquía en materia de sexo. La ciencia hace décadas que les tiene fuera de tiesto. Quizás dentro de cien años un papa pida perdón, como hizo Juan Pablo II noventa veces a otras víctimas de la barbarie religiosa. Al principio, Roma rechaza cualquier idea de progreso con excomuniones e, incluso, con la hoguera. Luego, con el tiempo, casi siempre mucho tiempo, acaba aceptando lo que antes condenó. Por mucho que se empeñen, la Tierra sigue siendo redonda. ¡Galileo, Galileo!

Lo malo es que las prédicas episcopales excitan la violencia sobre un colectivo que, pese a estar saliendo del armario (como suele decirse) con cierto regocijo, sigue corriendo peligro en muchas partes del mundo. La misma semana de la homilía de Reig, Vargas Llosa relataba en EL PAÍS el caso de un joven apaleado hasta la muerte, con horribles tormentos, por su condición homosexual. Sucedió en Chile.

¿Podría ocurrir en España? Hasta la muerte de Franco, los homosexuales sufrieron cárcel y persecuciones. Hubo muertes, y muchos exilios. Permanecen los deslenguados y las exageraciones cada vez que surge una polémica como la actual. Cuando se legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo, el portavoz episcopal, Martínez Camino, proclamó que era lo peor ocurrido a su iglesia en 2.000 años.

No está España libre de homófobos violentos, ni habrá una conciencia neutral ante el movimiento gay mientras los obispos sigan ostentando poder (decreciente, pero ostensible). La homofobia se contagia. Un notorio alcalde de Madrid durante la dictadura tiene ahora una calle a su nombre pese a saberse que promovió el linchamiento, hasta darlo por muerto, del famoso cantante Miguel de Molina. El matón se llamaba José Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde. La avenida a su nombre está en el barrio de Sanchinarro, de reciente construcción.

Juan G. Bedoya, ¿Es que ha vuelto la Inguisición?, El País, 26/04/2012
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/04/25/vidayartes/1335381389_089940.html

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