Què passa amb l´esquerra?


Puede decirse, así las cosas, que esa constelación de partidos, sindicatos, colectivos y movimientos sociales que la metáfora “izquierda” engloba ha perdido los papeles, y entre ellos las cartografías que durante los dos últimos siglos le permitieron cuestionar el statu quo capitalista y fomentar su palpable reforma y mejora, encarnada en el Estado-providencia resultante del compromiso histórico entre las clases dominantes y las subalternas.

Atemperado por el juego entre la socialdemocracia y las derechas civilizadas –apenas una porción de ellas, no se olvide–, a ese capitalismo de rostro y modos relativamente amables le ha sucedido al galope, no obstante, otro de corte desfachatado, salvaje y cínico, que en estos años está arruinando el acervo de conquistas sociales, arrodillando a la sociedad civil y, en suma, consumando sin relevante oposición sus pulsiones deshumanizadoras, nunca abandonadas de hecho.

Para sorpresa de propios y aun de extraños, no son las derechas quienes están siendo castigadas por la quiebra que arrostramos, a pesar de la responsabilidad enorme que cumple achacarles. Son las izquierdas –y ante todo la socialdemocracia– quienes están pagando los platos rotos, anonadadas y desnortadas hasta el punto de mostrarse incapaces de proponer políticas alternativas de auténtico alcance y fuste, e incluso de vindicar los aspectos más valiosos de su legado. Más archipiélago de islotes –verdes, colorados, rosas o violetas– que continente ideológico como antaño, la izquierda residual lleva demasiado tiempo comportándose con ovina inanidad, mucho más dedicada a veleidades éticas y estéticas que a idear y ejercer políticas de fondo.

Además de grave en términos económicos y sociales, la muda en curso es espiritualmente ominosa, porque la falta de un horizonte alternativo angosta las praxis y las conciencias. Urge armar un pensamiento de izquierdas capaz de desvelar las falacias que la ideología única alienta, y de denunciar con clara y alta voz que este neocapitalismo sin riendas esquilma a las clases medias y subalternas en aras de las pudientes.

Que desregula beneficios y finanzas al tiempo que hiperregula las vidas, cada vez más precarias. Que convierte al ciudadano en súbdito que se ignora, simple mónada consumidora, insolidaria y competitiva.

Que está sustituyendo los viejos totalitarismos policiales por un totalismo biopolítico de nueva planta, mucho más sutil, suasorio e invasivo.

Que los gobiernos –también los nuestros– podrían y deberían desenmascarar las fuentes del presente estado del malestar, en vez de actuar como comités de gestión que ajustan las tuercas a los más en provecho de los menos.

Sacudido y mutado por la globalización, Occidente precisa que las plurales izquierdas renueven sus pertrechos ideológicos, políticos y morales al hilo de los nuevos tiempos, de acuerdo con su herencia humanista.

No para desempolvar sus viejos catecismos sin enmienda, ni para acatar la panideología que hoy cunde, sino a fin de impulsar esa tensión entre lo existente y lo posible sin la que no hay progreso ni democracia que valgan. Ya que, como sostenía Ernst Bloch, toda auténtica realidad es precedida por un sueño.


Lluís Duch i Albert Chillón, La izquierda en su laberinto, La Vanguardia, 01/04/2012
http://www.sinpermiso.info/articulos/

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