Les noves tecnologies contra el paradigma de l'expert.
En ese ámbito, el movimiento 15-M puede ser entendido como un
fuerte impulso a las tendencias democratizadoras de la producción del sentido
que la aparición de nuevas formas de comunicación y relación social ha
propiciado en las últimas décadas, amenazando a las élites que pretenden
detentar el monopolio de la construcción simbólica de la realidad. En este
artículo intentaremos desentrañar algunas de esas dinámicas de proliferación de
prácticas y discursos que desbordan la producción de sentido ofrecida por los
grandes grupos mediáticos, por los “opinadores” profesionales y por los
individuos que ocupan lugares de prestigio en el “star-system” cultural
del estado español. Estas otras prácticas y discursos habitan diversas
redes y comunidades sociales que no se sostienen exclusivamente en el mundo
digital, sino que atraviesan también espacios analógicos, privados y públicos.
Todas ellas configuran una suerte de “nueva abundancia” discursiva y vital que
contradice la supuesta coyuntura de escasez pregonada por las élites del
neoliberalismo, ya que, con la mera existencia de sus tácticas colaborativas y
de su capacidad para reproducirse exponencialmente, pone en entredicho la idea
de que la vida en sociedad es siempre una guerra de todos contra todos en
competencia por recursos insuficientes.
Esta nueva abundancia de formas de producir sentido no puede
explicarse únicamente por la aparición de nuevas tecnologías digitales. Más
profundamente, tiene que ver con una crisis generalizada de modelos de autoridad
basados en el individualismo, y en su narrativa principal: “la vida es una
carrera hacia el éxito individual y en esa carrera todo, incluidos los otros,
debe ser instrumentalizado para alcanzar el objetivo”. La crisis de este
paradigma, la creciente dificultad de seguir creyendo que la vida es eso, hace
que proliferen tendencias sociales y tecnológicas que permiten explorar otros
sentidos. Algunos estudiosos de los nuevos medios como Pierre Lévy, Henry
Jenkins o Peter Walsh han venido rastreando las señales de estas nuevas
necesidades en Internet, la cultura de masas y las redes sociales.
Recientemente, Peter Walsh, ha propuesto un símil histórico
bien sencillo para comprender lo que está sucediendo: a principios del siglo XIX
se inventó el “Fourdrinier”, una máquina para producir papel que
abarató drásticamente los costes de producción del material impreso y posibilitó
la aparición de lo que en Estados Unidos se iba a llamar “the penny
press” (los “periódicos de un penique”). Antes de la existencia de este
tipo de máquina de papel, las publicaciones periódicas sólo llegaban a una élite
muy minoritaria (que las compraba por suscripción) y apenas contenían algo
parecido a lo que hoy llamaríamos “noticias”. En EEUU, cuenta Walsh, los nuevos
periódicos van a convertirse en la voz de las clases medias y a distribuir
narraciones que ya estaban allí, pero que antes no hubieran podido circular en
formato escrito. Son las “untellable stories” (“historias no
narrables”) que desafiaban el consenso social promovido por las élites sobre
cuestiones como por ejemplo la esclavitud. Cuando se produce el motín de
esclavos del barco Amistad y el posterior juicio a los amotinados
(1841), la penny press se encarga de narrar con toda clase de detalles
estos eventos, que chocaban frontalmente con la premisa dominante de que los
esclavos estaban contentos con su situación en América. Como señala Peter Walsh,
sería imposible entender el auge del abolicionismo y la consecuente guerra civil
americana sin atender al papel fundamental de la penny press como
herramienta cuestionadora de las narraciones consensuadas por élites que
entonces detentaban el monopolio de la interpretación de la realidad, y más
concretamente, sin atender a la ruptura del consenso social sobre la legitimidad
de esclavizar a los africanos.
Algo parecido, afirma Walsh, es lo que ha sucedido en relación
con las redes sociales como Facebook y Twitter y las revueltas que se iniciaron
en el año 2011 en diversas partes del mundo, notablemente en los países árabes,
los mediterráneos y posteriormente en Estados Unidos. Aplicando un esquema
general, Walsh explica que lo que sucede es que primero se produce una
innovación tecnológica que abarata los costes de la comunicación y multiplica el
tamaño de las audiencias involucradas, llegando a grupos sociales antes
excluidos. Después, estos grupos sociales comienzan a intervenir en
conversaciones políticas que estaban antes vetadas para ellos, e inmediatamente
a contar sus “historias no narrables” que cortocircuitan los consensos
previamente establecidos (1).
Sin necesidad de caer en el determinismo tecnológico ni en la
fetichización del mundo digital (que en absoluto es inmune a la colonización por
las élites y por el individualismo mercantilizado), este análisis nos puede
ayudar a entender la importancia que tuvieron y siguen teniendo las redes
sociales en torno al fenómeno 15-M, y más concretamente su centralidad en la
articulación de la plataforma “Democracia real ya” que convocó la primera
manifestación ese día de mayo en Madrid. De nuevo, no se trata de que la
tecnología en sí misma provoque el cuestionamiento de las narrativas difundidas
por las élites, sino de que, cuando existe una voluntad social de llevar a cabo
ese cuestionamiento, algunas tecnologías resultan más adecuadas que otras para
hacerlo. Cuando el día 21 de mayo la Junta Electoral declara ilegal la ya masiva
Acampada en la Puerta del Sol, fueron notablemente Facebook y Twitter los
canales que facilitaron el desafío directo a esa prohibición, que el Estado
finalmente fue incapaz de respaldar. Como si de los amotinados del
Amistad se tratara, esos indignados de la Puerta del Sol tienen en las
redes sociales a una nueva penny press que va a difundir una versión
completamente distinta a la que ofrece tanto el poder estatal, como los partidos
políticos y los grandes medios de comunicación. Y la difusión de esta otra
versión en las redes sociales tiene como resultado la masiva afluencia de
ciudadanos a las calles para unirse a los amotinados de Sol.
A partir de estas instancias concretas de utilización de las
redes sociales, es interesante pensar cómo nuevas formas de comunicación hacen
posible la ruptura de consensos fuertemente asentados en la sociedad española.
Guillem Martínez y Amador Fernández-Savater han utilizado el concepto de
“Cultura de la Transición” para pensar precisamente todos los consensos tácitos
o explícitos que se generaron en la época de la transición a la democracia y que
han permanecido casi intocados hasta la aparición del 15-M (si bien
Fernández-Savater propone además una genealogía de crisis previas que anticipan
la irrupción de los indignados: el “no a la guerra”, el 11-M, las protestas de V
de Vivienda)(2). Martínez y Fernández-Savater usan la palabra “cultura” en el
sentido amplio de formas de pensar y de vivir: la “Cultura de la Transición”
sería entonces un “horizonte de lo posible”, formado en este caso alrededor de
la incuestionabilidad de dos elementos políticos fundamentales: el sistema de
partidos y el capitalismo. Y son precisamente estos dos elementos los que están
cuestionados ya en la citada pancarta de “Democracia real ya”, que abre la
cabecera de la manifestación del 15 de mayo, con su referencia a los políticos y
los banqueros y con su ruptura del tabú que en reinaba en España en torno a la
palabra “democracia” (una palabra intocable, cuya mención servía para acabar con
cualquier posible debate o disensión). De esta forma, nos damos cuenta de que lo
que está en juego en el 15-M no es sólo una interpretación distinta de la crisis
económica, del sistema de partidos o del propio capitalismo, sino la legitimidad
de todo el engranaje elitista de producción y circulación de discursos que hacía
que no se pudiera hablar de esos asuntos, o sea, la propia “Cultura de la
Transición” (la CT), cuyo
perfil describe así Fernández-Savater:
Cultura consensual, cultura
desproblematizadora, cultura despolitizadora, la CT se aseguró durante tres
décadas el control de la realidad mediante el monopolio de las palabras, los
temas y la memoria. Cómo debe circular la palabra y qué debe significar cada
una. En torno a qué debemos pensar y en qué términos. Qué debemos recordar y
en función de qué presente debemos hacerlo. Durante años, ese monopolio
del sentido se ejerció sobre todo a través de un sistema de información
centralizado y unidireccional en el que sólo las voces mediáticas tenían acceso,
mientras que el público jugaba el papel de audiencia pasiva y existían temas
intocables.
Esa división entre “voces mediáticas” y “público” es la que se
cuestiona cada vez más con las transformaciones de la esfera pública provocadas
por la crisis del modelo individualista y la proliferación de las redes sociales
digitales. Las personas antes condenadas a ser espectadoras se convierten en
activas participantes en la cultura que habitan, poniendo en peligro las
estructuras tradicionales de acceso restringido al poder simbólico. Esto
explicaría, quizás, que algunos personajes que ostentan lugares de prestigio en
la esfera cultural y periodística del estado español hayan reaccionado tan
agresivamente ante el 15-M, y particularmente ante su uso de las redes sociales.
Notablemente, el escritor Enrique Vila-Matas publicó el 24 de Mayo de 2011 un
artículo que llevaba por título
“Empobrecimiento” y cuyo subtítulo ya anunciaba que “en la Spanish
revolution se ha visto cómo los twits son un atentado contra la
complejidad del mundo que pretenden leer”. El artículo se puede leer como una de
esas reflexiones más o menos apocalípticas acerca de la crisis del lenguaje en
la nueva sociedad de la información que suelen aparecer en los medios, pero con
el ingrediente novedoso de que Vila-Matas detecta como un síntoma más de esa
crisis el uso de la red social Twitter por parte de los participantes
en el movimiento 15-M. El argumento es sencillo: la brevedad del formato de los
mensajes o twits que usan los del 15-M sería un indicador más del
empobrecimiento generalizado del lenguaje en nuestra época.
Sin ni siquiera entrar, por el momento, en los argumentos que
podrían defender la riqueza lingüística y la extraordinaria capacidad de
creación colectiva que el 15-M ha puesto en marcha, no deja de resultar
sorprendente que a un escritor heredero de la vanguardia, defensor de la
“literatura portátil”, de la escritura que practica la auto-restricción y los
juegos con formatos auto-impuestos, maneje este tipo de crítica a un tipo de
expresión lingüística motivada por su brevedad. La sorpresa aumenta cuando
observamos que también el escritor catalán Quim Monzó, otro gran admirador y
heredero del grupo Oulipo, de Raymond Roussel, Robert Walser, Jorge Luis Borges
y otros escritores amantes de la brevedad y del reto de los formatos limitados
auto-impuestos, aparece
en la prensa a los pocos días criticando cuestiones relacionadas con el
flujo verbal del movimiento 15-M, como el uso de la propia expresión en inglés
“Spanish revolution” (que denotaría dependencia respecto a los Estados
Unidos), o la aparición de una pluralidad de mensajes, que Monzó considera
síntoma de confusión y de “no saber lo que se quiere”.
¿Qué está pasando? ¿Por qué escritores que practican formas de
producir sentido experimentales, híbridas y abiertas en literatura las condenan
cuando las encuentran en este contexto de producción colectiva de discurso? Lo
primero que uno pensaría es que tal vez reclaman una separación entre la
literatura y la política, que quizás son revolucionarios en literatura pero no
en política. Sin embargo, la cuestión parece bastante más complicada, pues,
políticamente, la crítica que hacen al 15-M parece ser más bien, a veces, la de
que no es un movimiento lo suficientemente revolucionario. La sombra del mayo
del ‘68 francés planea sobre las intervenciones de los intelectuales consagrados
que opinan sobre el 15-M. Tanto es así que El País invita al editor
Mario Muchnick y al pintor Eduardo Arroyo a una conversación directamente
centrada en la comparación entre ambos movimientos: “Sol
visto desde mayo del ‘68”. En ella aparece una idea recurrente: el 15-M es
una “revolución de mentiras”, un simulacro de revolución, un gesto insuficiente.
“Estos quieren arreglar el sistema. Nosotros queríamos volarlo”, dice Eduardo
Arroyo. Para Muchnik “Sol es un hito muy pobre” en comparación con el ‘68. Quim
Monzó, por su parte, afirmaba también en su citado artículo que resulta
vergonzoso llamar al 15-M “revolución” porque no se trata de un verdadero cambio
en las estructuras políticas y económicas, sino tan sólo de una acampada. Arroyo
añade que en el ‘68, los revolucionarios no necesitaban moderadores ni turnos de
palabra porque simplemente “se la arrebatabas al compañero”. También dice que
eslóganes fraguados en el 15-M como “no hay pan para tanto chorizo” no alcanzan
la altura poética de los del ‘68 (“bajo los adoquines está la playa”, “prohibido
prohibir”, etc.).
A juzgar por las palabras de estos intelectuales, parecería que
se trata de portavoces de una guerrilla revolucionaria armada emitiendo un
comunicado desde la clandestinidad. Pero no: son más bien profesionales de éxito
perfectamente integrados en las instituciones culturales y políticas españolas.
De nuevo, más allá de lo que se dice, es preciso comprender desde dónde se dice:
qué estructuras de poder, qué comunidades discursivas, qué expectativas de
sentido sostienen la posibilidad de que alguien diga algo y de que sea recibido
con interés. En el caso de intervenciones como las de Vila-Matas, Monzó, Muchnik
y Arroyo, el paradigma del intelectual que emite una opinión autorizada por su
supuesta capacidad extraordinaria para comprender la sociedad va de la mano con
el acceso limitado de la población a los canales mediáticos donde se emiten esas
opiniones. Pero mientras ese sistema de producción de sentido sigue activo, en
otras zonas de la sociedad están emergiendo formas de hablar y de hacer
completamente distintas que lo van minando, que van cuestionando indirectamente
su legitimidad. Margarita
Padilla ha trazado apasionantes genealogías de esas otras zonas del discurso
social, como son, por ejemplo, el mundo del activismo en Internet y sus cruces
con el fenómeno “fan” y otras comunidades digitales en principio no
politizadas.
Padilla explica cómo precisamente para entender el surgimiento
de estas otras zonas de producción de sentido hay que retrotraerse a la
generalizada decepción respecto a ese mismo periodismo de investigación que nace
con la penny press y que después se va viendo arrinconado por la
progresiva comercialización y concentración de los medios en pocas manos. En
búsqueda de una nueva democratización de la esfera pública, a finales de los 90
aparecen los medios independientes en Internet (como Indymedia, NO-DO50 y
otros), siempre alentados por el famoso eslógan “don’t hate the media,
become the media”. En este momento la contra-información se entiende más
bien como la labor de una serie de portales donde los movimientos sociales
explican lo que hacen, pero más tarde (en 2003) aparecen los blogs, cambiando el
escenario: con ellos los individuos son capaces por fin de tener su propia
“penny press” personal a través de la web. Sin embargo el entusiasmo
dura poco tiempo: los blogs se reducen a la mitad hacia 2006; su problema es que
hay demasiados, y que al final sólo le interesan a quien los escribe. A partir
de ahí el objetivo de quienes habían estado excluidos de las élites de
producción de sentido pasa a ser no sólo poder escribir públicamente, sino tener
también cierto impacto mediático: se ha conseguido ya un enorme acceso a la
difusión pública, se ha creado una nueva esfera masiva de discurso público, pero
eso mismo hace que haya una verdadera saturación de contenidos, y que sea muy
difícil orientarse en la nueva plaza digital.
Es entonces cuando, siempre según Padilla, empieza a aparecer
un nuevo paradigma de organización de contenidos, en el que lo importante ya no
va a ser tanto la producción individual como la selección y la colaboración
colectiva en la configuración de flujos discursivos. Aparecen páginas de
selección de contenidos como “Menéame”, que enseguida obtienen gran éxito porque
permiten generar pequeños acuerdos acerca de qué es lo que vale la pena rescatar
dentro del aluvión incesante de intervenciones. También se produce la explosión
del nuevo “periodismo ciudadano”, que se diferencia de los blogs en que necesita
fórmulas colaborativas para funcionar. De ese caldo de cultivo nace Wikileaks,
que sin duda puede entenderse como “contra-información” (la información que el
poder no quiere difundir), pero que, al contrario que los clásicos “indymedia”,
se basa en lo que Margarita Padilla llama “dispositivos inacabados”: Wikileaks
lanza grandes paquetes de filtraciones masivas que después otros se tienen que
encargar de seleccionar, ordenar e interpretar, pero que por sí mismos son sólo
un punto de partida, insuficiente para que haya verdadera
“contra-información”.
En general, esta idea del “dispositivo inacabado” se convierte
en la nueva clave de Internet en la era post-blogs. Con la llegada y el triunfo
de las redes sociales se reafirma esta nueva lógica, que por lo demás siempre
había estado ya favorecida por la propia estructura rizomática de Internet:
nodos con autonomía relativa comparten dispositivos inacabados, renunciando a
tener todo el control sobre los procesos comunicativos en los que intervienen.
Ese es el momento en el que estamos y el que hace en parte posible un fenómeno
como el 15-M, fraguado lentamente en las nuevas formas de compartir y de
colaborar que la gente está ensayando en Internet y que se contagian a otros
espacios de relación, como son las plazas públicas.
Resulta especialmente interesante observar cómo es la propia
cultura de masas y de consumo la que ha desarrollado estás lógicas de
colaboración que podrían tal vez llegar a socavar sus cimientos individualistas
e instrumentalizadores. Henry Jenkins ha llamado la atención sobre los efectos
inesperados de la proliferación inter-mediática, que se suponía debía traer
antes que nada una mayor personalización del consumo, es decir, que cada
individuo pudiera elegir entre una oferta mucho mayor y de esta forma trazar un
recorrido completamente único por los caminos del entretenimiento, la
información y la comunicación de masas a través de las múltiples pantallas y
formatos a su disposición. Sin embargo, lo que ha ocurrido es que ese individuo
que está ante la cultura inter-mediática se ha encontrado sobre todo con otros
individuos que habitan también ese universo de pantallas, y que ha comenzado a
interactuar con ellos.
Ya Michel de Certeau había advertido en contra de los
prejuicios a veces sustentados sobre lecturas de los grandes críticos de la
cultura de masas como Adorno y Horkheimer, que tienden a entender al consumidor
como alguien aislado y pasivo. Para De Certeau (que escribía en los inicios de
la explosión de la “era digital”), el consumo es una forma de producción
secundaria, que no se manifiesta a través de sus propios productos, sino a
través de las formas de usar los que vienen impuestos por un sistema económico
dominante. En esas formas de usar se condensan miles de tácticas que conforman
todo un sustrato informal de producción de sentido colectiva, lo que él llamaba
“prácticas de lo cotidiano”. Con la eclosión del mundo inter-mediático, toda esa
riqueza vital encuentra nuevos canales y de hecho aumenta su capacidad de
apropiarse de los productos que lanza la sociedad de consumo. Jenkins pone
ejemplos curiosos que nacen en la cultura del entretenimiento, como son las
comunidades de “spoilers” en Internet. Una de las más notables es la
que se dedicaba a descubrir lo que había pasado en la grabación del
reality-show y concurso de la televisión norteamericana
Survivor antes de que se emitiera, movilizando toda clase de recursos
investigativos (desde cámaras por satélite hasta filtraciones personales de
trabajadores y habitantes de las zonas del rodaje, pasando por análisis de
imágenes emitidas en anteriores ediciones en las que se adivinaban pistas,
etc…). Lo interesante es que este tipo de esfuerzos colectivos, dice Jenkins, no
siempre se dedican a causas tan banales; las mismas lógicas de investigación
colectiva se activaron por ejemplo cuando una serie de bloggeros americanos
unieron esfuerzos para enviar reporteros imparciales a Irak, con el objetivo de
desentrañar el escándalo de las torturas en la cárcel de Abu-Grahib(3).
El consumo en la era inter-mediática ya no se concibe de forma
individual, sino en grupo, lo cual provoca la aparición de enormes comunidades,
de ámbitos de relación humana mucho más amplios y complejos que antes. Aunque se
gesten en torno al consumo mercantilizado y la cultura del entretenimiento,
estas comunidades son a menudo capaces de dotarse de objetivos propios que
pueden chocar frontalmente con los que les marcan los estados y las
corporaciones mediáticas. Pierre Lévy entendió estas comunidades en términos de
“inteligencia colectiva”, y las describió como grupos en los que todo el mundo
sabe algo que está dispuesto a compartir, pero nadie sabe todo lo que sabe la
comunidad.
La capacidad de las “culturas participativas” que describe
Jenkins y de las “comunidades de conocimiento” que estudia Lévy para aunar
fuerzas y habilidades corroe lo que Walsh llama “el paradigma del experto”. Este
paradigma, vigente en la “Cultura de la Transición” española, presupone la
existencia de cuerpos de conocimientos asimilables por un solo individuo, lo
cual es cada vez menos frecuente en un mundo que presenta creciente
interdisciplinaridad, problemas abiertos, realidades cambiantes y en flujo. Se
empieza a percibir, entonces, que si se dejan en manos de expertos ciertos
asuntos es debido a que prevalecen privilegios injustos, no por que así se logre
mayor eficiencia. El paradigma del experto crea un dentro y un afuera (normas
sobre el acceso al conocimiento, credenciales oficiales) que se revelan como
innecesarios e incluso contraproducentes, porque mediante la inteligencia
colectiva todo el mundo puede participar, sin importar de qué manera se accede
al conocimiento que después se comparte.
En el estado español uno de los momentos más importantes en los
que se verifica el “contagio” de este tipo de dinámicas colaborativas desde el
mundo del entretenimiento y el consumo al de la política es durante la lucha
contra la llamada “Ley Sinde” (que arranca en 2009 y se extiende hasta hoy). Se
puede entender toda la polémica, más allá de los detalles técnicos legislativos
o de utilización de Internet, como una verdadera confrontación de mundos
distintos, de concepciones opuestas de lo que es la cultura y la información, un
auténtico choque entre maneras distintas de valorar el mundo, tal como Amador
Fernández-Savater explicó en su artículo “La
cena del miedo”. Invitado por la entonces ministra González-Sinde a una cena
con personas pertenecientes a las élites de la industria cultural y del
espectáculo para hablar sobre cuestiones de propiedad intelectual y usos de
Internet, Fernández-Savater escribe a su regreso un informe sobre lo que ha
visto, provocando un intensísimo debate en Internet. Porque lo que ha visto es,
sobre todo, miedo:
Tienen miedo a la Red. Esto es muy fácil de entender: la
mayoría de mis compañeros de mesa piensan que “copiar es robar”. Parten de ahí,
ese principio organiza su cabeza. ¿Cómo se ve la Red, que ha nacido para el
intercambio, desde ese presupuesto? Está muy claro: es el lugar de un saqueo
total y permanente.
Frente a ese miedo no es que haya sólo otra forma de entender
Internet, sino todo un mundo de prácticas que están ya en otro lugar, que
manejan otros presupuestos al usar la Red:
la Red está hecha de un millón de esos gestos
desinteresados. Y miles de personas (por ejemplo, trabajadores culturales
azuzados por la precariedad) se descargan habitualmente material de la Red
porque quieren hacer algo con todo ello: conocer y alimentarse para crear. Es
precisamente una tensión activa y creativa la que mueve a muchos a buscar y a
intercambiar, ¡enteraos!
Por eso aunque textos como este de Fernández-Savater ayudan a
clarificar las diferencias y a sistematizar lo que ya está pasando (y ejercen,
en este caso, de detonadores), lo que sucede es que además grandes sectores de
población que se han acostumbrado a las posibilidades de colaboración,
participación y de trabajo colectivo que les ofrecen los nuevos soportes
tecnológicos se politizan no tanto porque “tomen consciencia” del valor de
Internet, sino porque las grandes industrias culturales (y los estados que las
apoyan) deciden que esas prácticas tan naturales para ellos, son, de repente,
ilegales.
De este tipo de procesos de criminalización surge por ejemplo
la politización de usuarios de Internet que se articula alrededor de Anonymous.
Margarita Padilla ha explicado el importante papel de Anonymous en la lucha
contra la Ley Sinde, en la que los hackers coinciden con activistas que vienen
de movimientos sociales más tradicionales formando lo que ella llama “alianzas
monstruosas”. “Monstruosas” porque unen a gentes que vienen de experiencias y
redes muy distintas: Anonymous se forma a partir de la subcultura de los
“anon”, adictos a la descarga de videojuegos, películas y música que en
realidad son extremadamente dependientes de la industria del espectáculo, pues
crecen en su seno y con una fuerte mentalidad de consumidores, pero después van
adquiriendo cada vez mayor autonomía. Sus propias formas de relación les habían
preparado ya para ella: son capaces de hacer “enjambre” (swarming):
“autoorganización en tiempo real, coordinación sin dar ni recibir órdenes”, y
después, cumplido ya el objetivo, dispersión. Cuando el objetivo pasa de ser
descargarse películas a sabotear los grupos de presión que quieren privatizar
Internet, la potencia política de este tipo de grupos es completamente
desbordante.
En los medios de comunicación de masas, se plantea
habitualmente la cuestión de Internet como una lucha entre los internautas y los
“propietarios” de la cultura (autores o empresas), pero lo que Internet enseña y
permite es mucho más que descargar películas o música gratis: no se trata de
“poseer” sino de hacer, alterar, circular, compartir, crear toda esa “producción
secundaria” de la que hablaba Michel de Certeau. En Internet se crea una esfera
de cooperaciones no basadas en identidades preexistentes, sino en objetivos
concretos, que primero son actividades propias de los fans, como recopilación de
información, análisis de sus ficciones favoritas, juegos, apropiaciones y
transformaciones de productos de la cultura de masas, pero que inevitablemente
se politizan, porque, como dice
Jenkins, los fans acaparan poder frente a la industria del entretenimiento,
y después trasladan ese poder a otros aspectos de sus vidas.
Ese “empoderamiento” es crucial para entender fenómenos que
después han traspasado los límites de lo digital para tomar las calles, como el
15-M o, quizás incluso más directamente, el fenómeno “V de Vivienda”, que tuvo
lugar en 2006. Se trataba de una movilización auto-convocada a través de
Internet, sin más identidad que la voluntad de denunciar el difícil acceso a la
vivienda en España, pero que eligió ese nombre en
referencia cómplice a V de Vendetta, el comic de Alan Moore y la
posterior adaptación fílmica de James McTeigue; un elemento completamente
extraño respecto al discurso político tradicional, de izquierdas y derechas, que
rompía así con las identidades establecidas y resultó por ello
extraordinariamente inclusivo (entre otras cosas mediante el uso después tan
popularizado de la máscara de Guy Fawkes, a menudo asociada con Anonymous).
Más allá de la irrupción de grupos que se presentan a sí mismos
como “activistas” (incluso aunque se trate de un nuevo tipo de activismo no
identitario, anónimo, de “cualquiera”), lo que se juega en estas politizaciones
de comunidades formadas en torno a la sociedad de consumo es algo que afecta a
mucha más gente. La aparición de Internet produce una experiencia generalizada
de abundancia de los bienes inmateriales que contradice el presupuesto
neoliberal de la escasez de los recursos. Como señala Padilla, Internet es
recursiva: es un producto y a la vez su propio medio de producción, de forma que
cuanto más se usa más se reproduce. Lo mismo se puede aplicar en general al
conjunto de los bienes inmateriales:
ese nuevo conjunto de bienes inmateriales, que son a la vez
medios de producción y productos de consumo, no se rige por las leyes del viejo
mundo capitalista: son bienes que no se desgastan, pueden ser míos y tuyos al
mismo tiempo, los podemos producir tú y yo en cooperación sin mando, se
multiplican a coste cero y cuanto más se usan más crecen. Ni más ni menos, la
revolución digital ha puesto en el mundo la posibilidad de una nueva abundancia
¡y sin necesidad de repartirla!
Desde esta perspectiva más general no son sólo los bienes
digitales, sino en general toda la experiencia, la historia, el lenguaje y el
pensamiento humanos los que se experimentan como ilimitados, infinitamente
reproducibles y constitutivamente no privatizables, es decir, como un legado
común que pertenece a todos y a nadie, como un “procomún”. Este concepto
(“el procomún” o “los comunes”) está permitiendo conectar diversas experiencias
de resistencia a la privatización y a la escasez artificialmente impuesta por el
neoliberalismo que van más allá de lo inmaterial, pues, como señala el
científico Antonio
Lafuente (uno de los creadores del “Laboratorio del
procomún” en el centro cultural Medialab de Madrid), se trata en realidad de
un concepto muy viejo que nombraba ya en las sociedades pre-capitalistas todos
aquellos recursos naturales o humanos recibidos de las generaciones anteriores
por la comunidad y que no eran susceptibles de ser convertidos en propiedad
privada o estatal (el aire, el agua, los bosques, las tradiciones, los símbolos,
los mitos, etc.)(4).
El paradigma del procomún resulta extremadamente útil para
pensar lo que aquí estamos llamando “democratización de la producción del
sentido” porque nos provee de un marco más amplio en el que plantearse qué
significa esa “democratización”. Mientras la concepción de raigambre moderna y
liberal que sigue predominando en el lenguaje usado por nuestras instituciones
políticas tiende a pensar que democratizar es incluir a más individuos en el
debate social, la tradición del procomún nos invita a considerar la sociedad no
sólo como una agregación de individuos, sino como todo aquello que compartimos y
sin lo cual no podríamos siquiera desarrollar diferencias individuales,
empezando por el aire que respiramos y pasando por todos los recursos, cuidados
y saberes que hacen posible la reproducción de la vida humana en el planeta(5).
El colectivo madrileño de “investigación militante” Observatorio Metropolitano
ha explicado esto con claridad en uno de sus últimos textos hasta la fecha, La
carta de los comunes: desde presupuestos individualistas no se puede
garantizar la vida en común, por mucho que se creen instituciones que en
principio aspiren a hacerlo, porque lo primero es establecer verdaderas
relaciones comunitarias. Así, explican,
la recuperación de las esferas de reproducción social que
garantizan la vida en común, no puede hacerse desde una relación mediada
institucionalmente, sino que ésta debe colocarse en el punto en el que se anuda
la materialidad de las relaciones comunitarias. Valor de uso, sostenibilidad y
gestión colectiva y transparente son algunas de sus encarnaciones. Por eso es
necesario entender que lo común no se deja reducir a los estatutos de propiedad
existentes, ni la propiedad privada ni la propiedad pública están hoy en
condiciones de realizar este proyecto de recuperación de los mecanismos sociales
de reproducción, ni por extensión, de recuperar o articular forma alguna de
sociabilidad no sumisa al mercado.
Ni desde el Estado ni desde el mercado parece en efecto posible
hoy articular formas de gestión y disfrute de los bienes comunes materiales e
inmateriales que permitan mantener su abundancia, su capacidad de reproducirse y
de llegar a todos. La experiencia de las últimas décadas nos muestra como esas
dos esferas han tendido a producir una distribución extremadamente desigual de
la riqueza, expoliando lo común para crear una situación de escasez artificial
que afecta a la mayoría de la población. Esto no significa, sin embargo, que las
prácticas de lo común como “recuperación de los mecanismos sociales de
producción” a las que se refiere Observatorio Metropolitano exijan un purismo
que rechace todo contacto con el Estado y el mercado. Por el contrario, en la
práctica, es casi siempre en situaciones de necesaria hibridación con
estructuras estatales y mercantiles, públicas y privadas, donde vemos florecer
la lógica de los comunes: proyectos y recursos gestionados por los mismos grupos
de personas que los disfrutan, pero que no pueden situarse completamente fuera
del mercado o el estado, sino que más bien entran en formas de relación con
ellos de un modo tal que no pongan en peligro su autonomía relativa. Este es el
caso paradigmático, por ejemplo, del espacio cultural y multifuncional madrileño
“La Tabacalera”, que desarrolla sus
actividades en una antigua fábrica de tabaco cedida por el gobierno regional de
Madrid, pero que de hecho está gestionado de forma colectiva por quienes lo
usan. También el mencionado espacio Medialab-Prado depende económicamente del
Ayuntamiento de Madrid, pero su “Laboratorio del procomún” se ha convertido en
un centro de referencia para la experimentación en torno a formas de compartir
mecanismos de reproducción social (reproducción de cuidados, de saberes, de
experiencias, de espacios, de relaciones)(6).
Poniendo un ejemplo más concreto, el laboratorio del procomún
ha albergado recientemente una serie de conversaciones sobre edición y cultura
libre propuestas por uno de los proyectos más interesantes surgidos del 15-M, la
biblioteca abierta y colaborativa #Bookcamping. Lo interesante de las lógicas
desarrolladas por proyectos como #Bookcamping es que llevan un paso más allá el
desafío a la versión oficial de la crisis que se planteaba en esa pancarta
fundacional del 15-M, como, por lo demás, hicieron ya enseguida las propias
acampadas: no sé trata sólo de denunciar a los que la gente considera verdaderos
responsables de la crisis (“políticos y banqueros”), sino también de demostrar
que, frente a la inutilidad de las instituciones, los lazos comunitarios entre
las personas, las redes de cooperación que se establecen para garantizar la
reproducción de la sociedad, son capaces de hacer frente a esa crisis, o cuando
menos son ya el germen de una recuperación de lo común expoliado por la lógica
del beneficio individual y las privatizaciones. Así, #Bookcamping, en este caso,
funciona como un proyecto que hace visible la gran abundancia de saberes
escritos que rodean al 15-M, tomando como punto de partida la idea de
recopilarlos “para entender como hemos llegado hasta aquí (porque no salimos de
la nada)” (según se plantea en su página web). Desde que en su inicio lanzó la
pregunta: “¿tú que libro te llevarías a una acampada?”, ha movilizado el interés
y la capacidad de compartir de mucha gente que antes no disfrutaba de una
plataforma de encuentro similar.
Como las múltiples bibliotecas y archivos físicos que se
crearon en las acampadas, como también los múltiples proyectos de colaboración y
archivo de audiovisuales que generó el 15-M (y que fueron reseñados secciones
especiales de Cahiers du Cinema España y de la revista online Blogs
& Docs), la biblioteca digital #Bookcamping es tan importante por su
formato “procomún” (abierta a la participación, gestionada por sus usuarios, “de
todos y de nadie”) como por los propios contenidos que alberga(7). En este
sentido, el concepto de procomún nos ayuda también a entender que en esa
profunda y larga guerra por la producción del sentido que se libra en paralelo a
las batallas puntuales por los cambios en las instituciones políticas y en las
decisiones macro-económicas, el 15-M y la esfera cultural que lo rodea introduce
más bien un cambio en el escenario que en los actores. No se trata tanto de que
aparezcan nuevos individuos o grupos sociales capaces de ser oídos en la esfera
pública, sino de que la propia concepción de lo público se ve trastocada por el
auge de formas de compartir que rompen con las lógicas individualistas y
mercantilizadoras dominantes, sembrando una semilla que crece despacio, pero que
va minando todo intento de apropiarse y de limitar el acceso a recursos que cada
vez se perciben más como “del común”.
La convergencia de lo que se ha dado en llamar el movimiento
internacional de las “tent cities” o de las “plazas” (desde Tahrir en
El Cairo, pasando por Sol en Madrid, Syntagma en Atenas, hasta Liberty Square en
Nueva York) con lo que David Bollier y otros
llaman el “movimiento internacional de los comunes” es tal vez uno de los
acontecimientos políticos con mayor potencial transformativo que puedan darse
dentro de las coordenadas de la hegemonía neoliberal actual. Bollier ha
caracterizado el movimiento de los comunes como “un gran gigante durmiente –un
superpoder desconocido-, si tenemos en cuenta las muchas tribus transnacionales
de ‘comuneros’ que existen”. Entre estas tribus Bollier menciona el movimiento
de economías solidarias, el de “transition towns”, el activismo
relacionado con el agua (el caso de Cochabamba en Bolivia resulta
paradigmático), la Vía Campesina, el software libre, el movimiento cultura
libre/creative commons, Wikipedia, la edición “open access” y los
partidos piratas. Habría para él un procomún digital, agrícola, indígena, urbano
y social, defendido por distintos grupos pero que operan en lógicas parecidas y
que están encontrando nuevos espacios para el diálogo y la colaboración, como
fue la International
Commons Conference celebrada en noviembre de 2010 en Berlín o, en una escala
menor, el congreso Building Digital
Commons celebrado en Barcelona en octubre de 2011 y el “Making Worlds” Forum on the
Commons organizado por Occupy Wall Street en Nueva York en febrero de
2012.
Pero precisamente, si ha habido hasta ahora un evento con
capacidad de vivificar y reunir a todas esas tribus del procomún planetario, ese
ha sido tal vez la irrupción de los nuevos movimientos de las plazas durante el
año 2011, porque se trata de movimientos que lo que tienen de novedoso es su
recuperación de la política como una actividad que ya no puede pertenecer sólo a
los profesionales o a los expertos, sino que es de todos y de nadie. El hecho de
que en las plazas no sólo se haya protestado o reclamado el derecho a intervenir
en la esfera pública, sino que de hecho se hayan creado estructuras y lazos
comunitarios capaces de sustentar la reproducción social de la vida cotidiana,
muestra ya la conexión inherente de estos movimientos con la lógica del
procomún. A nivel táctico, sin embargo, se plantea un problema muy sencillo: las
plazas pueden reproducir la vida cotidiana en pequeña escala, pero no
son la vida cotidiana. El campamento no es el mundo. A la larga las
“tent cities” resultan insostenibles, y de ahí que en muchos casos (en
la Puerta del Sol, por ejemplo) hayan sido los propios acampados quienes
decidieron desmantelar sus pequeños asentamientos. La imaginación colectiva de
millones de personas se ha puesto ya en movimiento alrededor de estos problemas
tácticos, y sin duda pronto aparecerán otros modos de articular protesta y
comunidad. Hoy por hoy, podemos decir que en estos procesos se juega una
democratización del sentido que ya no consiste solamente en una mayor
participación de individuos o grupos sociales en las estructuras de expresión y
representación política existentes, sino más bien en la transformación de las
redes de relación social que articulan lo político, entendido en el sentido
amplio de vida con otros.
Por supuesto esta transformación puede pasar a veces casi
desapercibida ante las manifestaciones espectaculares y las inevitables inercias
de las antiguas formas de producir sentido. Después del 15-M, en España el
partido conservador ha ganado unas elecciones por mayoría absoluta, las medidas
de austeridad dictadas por las élites neoliberales siguen su curso y desde los
grandes grupos mediáticos se siguen promulgando las mismas consignas que han
vertebrado la Cultura de la Transición durante las últimas décadas: “confiemos
en el consejo de los expertos, dejemos la política en manos de nuestros
representantes profesionales”. En el mundo de la cultura los paradigmas
banalizadores y espectacularizados se siguen combinando con la autoridad de los
“opinadores” que hablan desde su supuesta genialidad o inteligencia individual
excepcional. Sin embargo, la profunda democratización del sentido que está
socavando el suelo bajo los pies de todo ese andamiaje socio-político y cultural
continua avanzando, en paralelo. Del mismo modo que el apoyo de más del 80% de
la población española al 15-M (según una encuesta publicada en El País)
no se traduce de forma directa en la política de partidos ni en sus elecciones
cada cuatro años, la nueva conversación colectiva que discurre a través de las
redes sociales y de otras plataformas participativas no aspira a ocupar las
tribunas del “star-system” cultural español. No hay tanto una
confrontación directa con la CT, sino más bien un desplazamiento hacia otros
formatos, que se viene re-actualizando en irrupciones puntuales callejeras (como
las protestas del “no a la guerra”, el 11-M, V de Vivienda y 15-M), pero también
en la propia Red, y en numerosos proyectos que atraviesan los dos ámbitos (calle
y Red), como los aquí citados (Tabacalera, Medialab, #Bookcamping, Observatorio
Metropolitano), que son tan sólo una muestra de las extensas redes de
investigación, creación, ayuda mutua y acción política que están proliferando en
torno a lógicas colaborativas, abiertas, participativas e inclusivas.
En este desplazamiento hacia formatos de producción de sentido
que ponen en el centro lo común en lugar de lo individual, lo que está en juego
inevitablemente es una redefinición profunda de la política, que nos vuelve a
plantear una pregunta bien sencilla: ¿qué significa vivir con otros? ¿se trata
de una lucha entre individuos que se disputan recursos limitados o, por el
contrario, es precisamente la existencia de otros que no son yo la que hace
posible una mejor gestión y reproducción de lo que tenemos en común? ¿Es el otro
un competidor o un compañero en la abundancia? La reaparición de estas preguntas
que la cultura individualista e instrumentalizadora del neoliberalismo había
prácticamente cancelado desde los años ‘80 es, de momento, el signo de apertura
y democratización de la producción del sentido que podemos dar por cierto, sean
cuáles sean las respuestas que la humanidad elija darse en los próximos y
decisivos años.
—
1. En sintonía con esta lectura, el filósofo
francés Jacques Rancière ha llamado la atención sobre el potencial subversivo
que tiene la intervención en política de quienes se supone que no están
autorizados a hacerlo, no tanto porque vayan entonces a defender sus interese
gremiales particulares, sino porque ese cambio de roles sociales pone en
cuestión todo el tablero de juego político, toda la distribución del quién es
quién y quién puede hacer qué en el escenario social. Ver la entrevista de
Amador Fernández-Savater y otros a Rancière, “Universalizar las
capacidades de cualquiera”.
3. Por supuesto, no se pueden obviar esos otros fenómenos de investigación
colectiva que proliferan en torno a las llamadas “teorías de la conspiración”.
Aunque comparten metodologías descentralizadas, quizás lo que las distingue
fundamentalmente de las lógicas de “dispositivos inacabados” que venimos
reseñando es que en estas otras comunidades la renuncia al control individual
supone en realidad un incremento paranoico de la voluntad de control en tanto
que grupo: se trata de descentralizar provisionalmente para poder llegar a una
verdad absoluta, es decir, para volver a cerrar la comunidad de los que saben,
de la que quedarían excluidos todos los demás. En términos más generales, es
preciso diferenciar, por tanto, los procesos de democratización que reintroducen
de una u otra forma identidades fuertes y excluyentes de grupo (a veces
acompañadas de pretensiones xenófobas e incluso violentas, como en el caso de
los grupúsculos de la llamada “Nueva derecha”) y los que realmente mantienen la
capacidad de auto-cuestionar las comunidades que generan, manteniéndolas
abiertas. En lo que sigue intentaremos captar estos matices de las formas de
democratización posible ayudándonos de la noción del “procomún”, que es
precisamente aquello que, aunque esté gestionado por un grupo, se mantiene
siempre como algo (bienes, recursos, capacidades) que es “de todos y de
nadie”.
4. Para otras definiciones o discusiones en torno al procomún ver los textos
de Caffentzis, Federici, Negri y Hardt, Bollier y Quilligan.
5. Para una reinterpretación del propio concepto de democracia
desde parámetros ajenos al individualismo liberal moderno y más cercanos a
lógicas comunitarias, como eran las de la democracia ateniense, ver el texto de
Pablo Sánchez León “La ciudadanía que hemos perdido: el zoon politikon
en perspectiva histórica”.
6. Para un análisis de las relaciones de la esfera común con el mercado, y
más concretamente de los peligros de asimilación del procomún por parte del
neoliberalismo, ver el artículo de Silvia Federici “Feminism and the Politics of
the Commons”. El texto es en sí mismo también una excelente aproximación al tema
general de los commons, con un énfasis en la cuestión de la necesidad
de la reproducción material de la vida que contrasta con la deriva más
“cognitarista” de autores como Negri y Hardt en su reciente
Commonwealth.
7. Otros proyectos importantes emanados del clima
de colaboración del 15-M son “Fundación
Robo”, que agrupa a músicos reinventando en común la canción protesta, “Asalto”, que hace lo propio con
la escritura de ficción politizada y “15-M.cc”,
que se plantea como un proyecto multimedia de investigación sobre el 15-M
(incluirá documental, libro y página web). Algunos proyectos anteriormente
existentes han resultado fuertemente reforzados por el clima 15-M, como es el
caso de la
“Cooperativas integrales” de Cataluña, que aspira a crear redes en las que
se pueda vivir enteramente al margen de la privatización de la riqueza común
ejercida por el neoliberalismo, mediante cooperativas que gestionen
alimentación, vivienda, salud, educación y el resto de necesidades básicas
vitales.
OBRAS CITADAS
Bollier, David. “Surveying Commons Activism on the
International Stage”. Bollier.org. 24 Feb 2012. Web 10 Marzo 2012.
Caffentzis, George. “A Tale of Two Conferences: Globalization,
the Crisis of Neoliberalism and the Question of the Commons”. The
Commoner. Diciembre 1 2100. Web 10 Marzo 2012.
Cahiers du Cinema España. “Cuaderno de Actualidad”. Cahiers
du Cinema España July-August 2011.
Cavero, Eva. “Sol visto desde mayo del ’68 (entrevista a Mario
Muchnik y Eduardo Arroyo)”. El País. 5 Junio 2011.
De Certeau, Michel. The Practice of Everyday Life.
Berkeley: University of California Press, 1997.
Federici, Silvia. “Feminism and the Politics of the
Commons”. The Commoner. 24 Enero 2011. Web 10 Marzo 2012.
Fernández-Savater, Amador. “La cena del miedo”. Acuarela
libros. 2011. Web 7 Marzo 2012.
Fernández-Savater, Amador, Garcés, Marina y Sánchez Cedillo,
Raúl. “Universalizar las capacidades de cualquiera. Entrevista a Jacques
Rancière”. Archipiélago, 73-74.
Hardt, Michael and Negri, Toni. Commonwealth.
Cambridge, Mass: Belknap Press of Harvard University Press, 2009.
Jenkins, Henry. Convergence Culture. Where Old and New
Media Collide. New York and London: New York University Press, 2006.
Lévy, Pierre. Collective Intelligence. Mankinds’s Emerging
World in Cyberspace. Cambridge, MA: Basic Books, 1997.
Martínez, Guillem. “¿La cultura de la transición (CT) se
muere?”. El País. 11 de Junio de 2011.
Monzó, Quim. “He aquí la Spanish revolution”. La
Vanguardia. 19 de Mayo de 2011.
Observatorio Metropolitano. La carta de los comunes.
Madrid: Traficantes de Sueños, 2011.
Padilla, Margarita. “Politizaciones en el ciberespacio”. Espai
en Blanc 9-10-11 (2011): 43-71.
Quilligan, James. “People Sharing Resources. Toward a New
Multilateralism of the Global Commons”. Kosmos Fall-Winter (2009).
Sánchez-León, Pablo. “La ciudadanía que hemos perdido: el
zoon politikon en perspectiva histórica”.
Vila-Matas, Enrique. “Empobrecimiento”. El País. 24 de
Mayo 2011.
Walsh, Peter. “That Withered Paradigm: the Web, the Expert, and
the Information Hegemony”. Henry Jenkins and David Thorburn (eds) Democracy
and New Media. Cambridge, MA: MIT Press, 2004.
Luis Moreno-Caballud, Desbordamientos culturales en torno al 15-M, Fuera de lugar. Público, 18/04/2012
Luis Moreno-Caballud, Desbordamientos culturales en torno al 15-M, Fuera de lugar. Público, 18/04/2012
Comentaris