El Titanic i els plans d'evacuació.
¿Por qué fue tan diferente el comportamiento de los pasajeros de uno y otro
barco? Un minucioso trabajo de investigadores suizos y australianos publicado en
la revista norteamericana Proceeding of the National Academy of
Sciences (16 de marzo de 2010) nos permite indagar en las causas. ¿Acaso
los pasajeros del Titanic pertenecían a un colectivo humano con más educación,
sentido común o racionalidad que los del Lusitania? No parece que esa sea la
respuesta adecuada, pues como demuestra el mencionado trabajo, ambos grupos
humanos tenían un origen económico y una composición demográfica similares.
Salvo en su velocidad de navegación, en que el Lusitania era superior,
los dos barcos eran también técnicamente similares, por lo que la diferencia
tampoco resulta atribuible a las posibilidades materiales del salvamento. De
hecho, el número de botes salvavidas y la tasa de supervivencia (del 30%,
aproximadamente) fueron similares en ambos barcos.
Sin negar que el ambiente de guerra del momento o el conocimiento del
naufragio previo del Titanic pudieran también haber influido en el
comportamiento del pasaje del Lusitania, la mejor explicación para ese
comportamiento la encuentran los mencionados investigadores en la diferente
duración de ambos naufragios. El Titanic se hundió lentamente, en 2
horas y 45 minutos. El Lusitania se hundió en tan solo 18 minutos. En
el Titanic hubo tiempo para que las normas sociales se impusieran al
miedo, es decir, para que la razón se impusiera a la emoción. La tasa de
supervivencia en el Titanic fue mayor en los pasajeros de primera que
en los de otras clases, pero no fue así en el Lusitania, donde los de
primera tuvieron incluso peor destino que los de tercera clase o incluso los que
viajaban en la bodega. En el Lusitania la premura de tiempo hizo que el
miedo y el instinto de supervivencia se impusieran al sentido común y a las
normas sociales, es decir, allí la emoción se impuso a la razón. Predominó el
comportamiento egoísta, sin que nada ni nadie pudiera evitarlo.
Los ejemplos que acabamos de analizar son buena prueba de que cuando los
cerebros emocional y racional quedan desconectados, anatómicamente como en el
caso de Phineas Gage o funcionalmente como en el caso del Lusitania,
predomina y se impone lo evolutivamente antiguo, lo más primitivo. Los instintos
y la emoción dirigen entonces el comportamiento. La razón, casi ni aparece, pues
uno de sus inconvenientes es que necesita tiempo para imponerse y las
circunstancias extremas no suelen otorgarlo. Aunque con mucha menos gravedad que
en los casos anteriormente explicados, la desconexión funcional entre emoción y
razón ocurre también con frecuencia y transitoriamente en la vida cotidiana. Son
esas situaciones en que, desbordados por las circunstancias o alterados por el
estrés, perdemos los nervios o reaccionamos a golpe de sentimiento ante la menor
insinuación. Es cuando la emoción, siempre más rápida que la razón, nos hace
comportarnos de modos que después resultan inconvenientes y de los que más tarde
tenemos que arrepentirnos.
Es por ello por lo que, volviendo a una de nuestras cuestiones iniciales,
quizá hemos de pensar que muchos de los vaivenes que sufren actualmente los
indicadores económicos son más fruto de reacciones emocionales prematuras que de
razonamientos reposados que se hayan tomado su tiempo. Los propios vaivenes de
esos indicadores quizá sean la mejor prueba de ello. Digamos, por último, que no
hay que recurrir a la neurociencia para saber que las emociones negativas e
indeseables solo desaparecen cuando se imponen a ellas otras emociones positivas
y más poderosas. El trabajo de la razón, no siempre fácil y siempre más lento,
consiste precisamente en hacer aflorar estas últimas. En eso se basa, en buena
medida, la llamada inteligencia emocional.
Ignacio Morgado Bernal, Cuando el barco se hunde, sangre fría, El País, 13/04/2012
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/04/13/vidayartes/1334339874_898878.html
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