Llegué al hotel, subí a la habitación, ojeé el cuarto de baño, vacié la
maleta y abrí el armario, en cuyo fondo descubrí un cartel que decía:
“IMPORTANTE LEER”. Qué raro, me dije, una campaña de animación a la lectura
dentro de un armario. A los hoteles les importa poco que sus clientes lean. En
la mayoría de ellos, después de haber encendido todas las luces, ha de moverse
uno al tacto, porque las bombillas son 40 vatios o así. El asunto resultaba más
curioso si añadimos que las perchas estaban dotadas de un sistema antirrobo,
pues estoy en disposición de afirmar que los dueños de los hoteles con este tipo
de perchas son unos miserables, unos mezquinos, lo más alejado, en fin, que
quepa imaginar de personas con intereses culturales. Un individuo al que una
percha de armario le parece algo digno de ser robado no ha leído jamás, por lo
que resultaría chocante que animara a otros a hacerlo. El ladrón de perchas, en
cambio, es un sujeto admirable. Alguien que sale del hotel con dos o tres
perchas en la maleta es un ser inocente, un ingenuo, un ángel que ni conoce el
precio de las cosas ni mide las dificultades. Se las quitarán en el aeropuerto,
por si se le ocurriera raptar el avión a punta de percha, lo que nos parece
razonable, ya que este trasto, fuera de su contexto natural, parece una
herramienta diabólica, un objeto de tortura (quizá de sex shop),una
amenaza.
Introduje la cabeza en el armario y advertí que el cartel de “IMPORTANTE
LEER” se refería a las instrucciones de la caja fuerte, que se encontraban más
abajo. De modo que al día siguiente, antes de abandonar el establecimiento,
arranqué violentamente varias perchas, las troceé e introduje sus fragmentos en
la caja fuerte, que dejé cerrada con una combinación imposible. Ya está bien de
miserias, por favor, que una cosa es la crisis y otra la sordidez.
Juan José Millás, Miserias, El País, 16/03/2012
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